Baldosas negras y blancas

Las jóvenes llegaron casi al mismo tiempo, atraídas por el cartel “Se necesita empleada”.

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(Dirma Pardo de Carugati)

La que vino primero ya estaba hablando con la señora de la casa, cuando la segunda se aproximó con disimulado interés. Traía en la mano el papelito que le había dado una mujer del mercado que recordaba haber visto el cartel esa mañana. Ya estaba por pasar de largo, cuando oyó que la señora decía que necesitaba dos empleadas. El trato se cerró tras un largo interrogatorio y la enumeración de exigentes requisitos.-Nada de novios en la puerta de calle, ni familiares de visita.

Salidas por turno una vez a la semana y uniforme durante las horas de trabajo.

La Señora hablaba en voz baja, pero autoritaria y firme, mientras las inspeccionaba con la mirada, como si estuviera midiéndolas.

-No tienen hijos, ¿verdad? -preguntó de pronto, con un tono que no dejaba dudas respecto a la reacción que produciría una respuesta afirmativa.

La que Llegó después hizo una mueca de disgusto, pensando, tal vez, que eso ya era impertinencia, pero La otra, que tenía la risa fácil, la hizo desistir de una contestación altanera que, por cierto, hubiera dado fin a la entrevista.

-Soy muy exigente -proseguía la Señora, por eso pago muy bien. Jamás tomo empleadas con mala dentadura o aspecto desaliñado. Ustedes están un poco excedidas en peso, pero eso se remedia con el trabajo. Sin dar oportunidad a que las jóvenes hablaran, explicó que era extranjera y vivía sola. No tenía amistades ni tampoco se relacionaba con los pocos vecinos de aquel barrio. Sólo tenía dos perros, encadenados durante el día, que de noche se tornaban en celosos centinelas.

-Mis gustos son muy sencillos -explicó- pero demando orden y limpieza. Si están de acuerdo, me entregan ahora sus documentos. Los guardaré en mi caja fuerte hasta el día que se vayan. Las muchachas se miraron. La oferta era muy atractiva. Un buenísimo sueldo por sólo servir a una mujer solitaria en tarea compartida, no era para pensarlo dos veces.

La que llegó primero abrió la cartera que le colgaba de un hombro y La otra hurgó un momento en un bolso de loneta donde traía sus pocas pertenencias. Ambas entregaron sus flamantes documentos a La Señora, pero ésta, apenas los miró y sólo esperando confirmación murmuró: “Están vigentes, ¿verdad?”, al tiempo que los guardaba en un bolsillo, junto a un nutrido manojo de llaves.

-Pueden empezar hoy mismo -dijo mientras las hacía entrar.

Las jóvenes vieron una terraza de baldosas blancas y negras, sucia de lodo, que terminaba en un patio de tierra al fondo de la propiedad. Allí bajo un árbol, los enormes mastines prisioneros comenzaron a ladrar y gruñir.

Una de las chicas, no pudo dominar su temor, y un fugaz escalofrío, estremeció su cuerpo. Tuvo el impulso de retroceder y deshacer el trato, pero La otra, le tomó la mano y se la apretó consoladoramente. En ese momento, aunque entonces no lo sabían, aquellas muchachas que jamás se habían visto antes, estaban sellando su suerte y el común destino que ya no las separaría nunca.

La primera tarea consistió en limpiar el patio de baldosas. La Señora anunció que cuando estuviera bien limpio, le pasarían una capa de cera. La Señora exigió detergente y luego kerosén, sería responsabilidad cotidiana, mantener el brillo con pasadas de estropajo. Hubiera sido muy fácil, pero la tarea se complicaba, porque de noche, cuando se soltaban los perros, éstos dejaban sus huellas de lodo por doquier.

La Señora era una persona rara, ni buena ni mala; más bien desconcertante, por lo que no podían definirla en una u otra categoría. Hasta los perros habían aprendido a conocerlas, en el poco tiempo que llevaban en la casa, en cambio La Señora, en esos dos meses, nunca las había llamado por sus nombres, o había mantenido con ellas una conversación amable.. Y así llegaba la noche, sumando días.

Una llamada telefónica quebró la quietud de un atardecer grisáceo cargado de presagios.

La Señora contestó presurosa, en voz baja y exenta de toda emoción. Las muchachas decepcionadas, ante lo que creyeron una cita amorosa, escucharon que la mujer hablaba de mercadería de buena calidad y de un próximo envío. Cerca de las diez de la noche, sin ruido y sin luces altas, un automóvil grande y oscuro penetró en el patio, como si conociera el camino. Los perros, nerviosos, ladraban lastimeros y aullaban de impotencia.

A los pocos minutos recibieron las órdenes en la cocina. Una llevaría los entremeses y La otra las bebidas. Así lo hicieron y regresaron a la cocina a comentar:

-Es una loca. ¿Tendrá miedo de que le quitemos el candidato? Quiere “mostrarnos” para que él sepa que tiene personal. En esas especulaciones estaban cuando entró la señora con una nueva y sorprendente ocurrencia. Traía dos vasos y unas prendas colgadas del brazo. Pidió que hicieran un brindis por el buen negocio que estaba por hacer y anunció que si todo se concretaba les iba a regalar los impermeables que vende el señor Otazo. -Son importados de Hong Kong -dijo y se los mostró. Y éstas tímidamente, a su insistencia, se los probaron. Una, la que llegó primero, alcanzó a pasar el cinturón por la hebilla; La otra, la que llegó después, no tuvo tiempo; se desplomó cinco segundos antes de que entrara el señor Otazo y ayudara a La Señora con las desvanecidas muchachas.

Las subieron al asiento posterior del automóvil y las acomodaron con los cinturones de seguridad.

-¿Todo listo? -Sí, aquí están los documentos. -Muy bien. Pasaremos la frontera a la madrugada. Adiós.

Al día siguiente frente a la casa, los primeros transeúntes somnolientos, pudieron ver, el cartel de prolijas letras de molde: “Se necesita empleada”.

ACTVIDAD SUGERIDA

- ¿Cuál es el tema del fragmento? Investiga y escribe un informe sobre la trata de blancas.

Frase de hoy: “No te enojes a causa de los malvados ni sientas envidia de los perversos”. (Proverbios 24- 19).
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