Bochornosa reacción oficial ante el escándalo del embajador Armando Espínola.

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El escándalo en que se vio recientemente envuelto el ex senador Armando Espínola, puede afirmarse que afecta gravemente la honorabilidad y el buen nombre de quien está afectado por él, y de paso el país recibe otra innecesaria mancha a su ya pésima fama. El hecho cobra mayor relevancia por la coincidencia de que el señor Espínola acaba de ser nombrado para representar a nuestro país ante el Gobierno de Chile. Casi tan vergonzosa como la conducta del mismo es la actitud que asumió el presidente Lugo cuando, al ser interrogado por periodistas se limitó a considerar el caso como una broma y echarse una carcajada, alegando que el problema suscitado por las publicaciones escandalosas no era suyo sino del afectado. El canciller Lacognata dice por su parte que esperará conocer la opinión de las autoridades chilenas sobre la materia antes de adoptar una decisión definitiva en el caso. Pero, ¿para qué quiere escuchar la opinión de los chilenos? Espínola nos representará a nosotros los paraguayos, no a los chilenos, y su conducta no les afecta a ellos sino a nosotros. Es una vergüenza la conducta del embajador Espínola; es lamentable e inexplicable la estúpida reacción del presidente Lugo; es ridícula la propuesta del canciller Lacognata. El escándalo en que se vio recientemente envuelto el ex senador Armando Espínola, sin duda alguna y sin mayor examen previo puede afirmarse que afecta gravemente la honorabilidad y buen nombre de quien está afectado por él, y de paso el país recibe otra innecesaria mancha a su ya pésima fama.   
El hecho cobra mayor relevancia por la coincidencia de que el señor Espínola acaba de ser nombrado para representar a nuestro país ante el Gobierno de Chile, ya se han cumplido los trámites previos, ya ha jurado y se hallaba presto para asumir su cargo en la capital chilena.   
Carece de toda importancia que las bochornosas fotografías publicadas hayan sido el resultado de un ajuste de cuentas entre amigotes de farra, o una extorsión por dinero, o se hayan originado en cualquier otro motivo, lo cierto es que revelan de un modo incontestable la conducta desordenada de un político que está designado para representar a nuestro actual Gobierno e, indirectamente, a nuestro país todo. Se trata del mismo legislador que fue fotografiado chateando con una mujer en plena sesión legislativa, observando imágenes subidas de tono. Los extranjeros, al juzgar su conducta moral, de seguro no lo hallarán inocente y la mala reputación que Espínola tenga fuera de nuestro país, por forzosa e inevitable consecuencia nos salpicará a todos los paraguayos.   
Casi tan vergonzosa como la conducta del ex senador Armando Espínola es la actitud que asumió el presidente Fernando Lugo cuando, al ser interrogado por periodistas se limitó a considerar el caso como una broma y echarse una carcajada, alegando que el problema suscitado por las publicaciones escandalosas no era suyo, sino del afectado.   
Pero se trataba nada menos que de SU embajador ante un Gobierno extranjero; Gobierno de un país serio y respetable como es Chile, que merece que el Paraguay le envíe de representante a una persona con las cualidades morales e intelectuales íntegras, a la altura de la misión que tiene que cumplir.   
Pero en vez de evitar las peores consecuencias de este escándalo y separar de inmediato a Espínola del cargo que acababa de concedérsele, el canciller Lacognata –que al igual que el presidente Lugo parece haber quedado cuadrapléjico, sin atinar reacción alguna– dice que esperará conocer la opinión de las autoridades chilenas sobre la materia antes de adoptar una decisión definitiva en el caso.   
Pero, ¿para qué quiere escuchar la opinión de los chilenos? Espínola nos representará a nosotros los paraguayos, no a los chilenos, y su conducta no les afecta a ellos sino a nosotros.   
Lo cierto es que ni el Presidente de la República ni su canciller tuvieron el tino de reaccionar inmediatamente de la manera que corresponde, es decir, informar que se suspende ipso facto los efectos del nombramiento del embajador Espínola. Lo que venga después de esto es ya una cuestión que el protocolo sabrá conducir, pero al menos dando este paso se hubiera amortiguado el escándalo y se habría evitado que la prensa extranjera divulgara tan profusamente el vergonzoso hecho que nos desluce, repetimos, a todos los paraguayos y no solamente al afectado directamente.   
Peor aun es intentar hallarle excusas a la conducta inapropiada del embajador designado en relación a este caso, con argumentos pueriles como el que él mismo expuso en su defensa, diciendo que "se trataba de una fiesta privada". Los hombres públicos del nivel jerárquico de Espínola no pueden permitirse "fiestas privadas" de este tipo. No es de ninguna manera admisible que quien se convierte en representante del pueblo y asume cargos oficiales tan elevados, se permita la licencia de llevar una vida de diversiones completamente desordenada y tan reñida con el recto sentido moral que nuestra cultura mantiene.   
No se intenta juzgar aquí, en esta página, la moralidad personal y privada de Espínola sino la imagen que él lleva consigo y que afecta al Gobierno nacional y al país todo. Un embajador porta consigo una representación para la cual debe prestar sus mejores cualidades, su perfil más decente y enorgullecedor, a más de una apropiada capacidad, a fin de que tales virtudes sean asociadas a las de la ciudadanía a la que pertenece.   
Es una vergüenza la conducta del embajador Espínola; es lamentable e inexplicable la estúpida reacción del presidente Lugo ante la noticia; es ridícula la propuesta del canciller Lacognata de preguntarles a los chilenos qué opinan de las maneras de divertirse que tiene nuestro embajador.   
El presidente Lugo es quien debe solucionar este pestilente entuerto y no le queda otra, por su propia investidura y la imagen del país, que darle las gracias al embajador Espínola y mandarlo a su casa a continuar disfrutando de la vida como mejor le parezca.
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