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El filme entra en la necesidad de romper con los convencionalismos navideños, tanto a los tradicionales como los consumistas (que, de hecho, ya se han vuelto tradicionales) y apunta directo a quienes se la bancan gran parte de las fiestas de fin de año: las madres. Las que tienen que decorar la casa, comprar los regalos y, sobre todo, preparar la cena. En esta película, nuestras madres rebeldes están podridas de estas obligaciones y deciden tirar todo por la borda. Solo que no contaban con sus principales demandantes: sus propias madres.
Esta secuela de “El club de las madres rebeldes” vuelve a traer a las mismas actrices –Mila Kunis. Kristen Bell y Kathryn Hahn– en los roles protagónicos. Ante la ausencia de Christina Applegate como contraparte (solo hace un cameo) están sus madres Christine Baranski, Cheryl Hines y Susan Sarandon, respectivamente, cada una apretando el zapato en donde más duele. Baranski hace el papel de una mujer muy similar al que hacía Applegate en la primera película, alguien muy dominante y competitiva, que hace todo lo posible en emitir una imagen de éxito. Todo lo que el personaje de Kunis no quiere. Cheryl Hines representa a una mujer desesperada que ha puesto todo en su hija, y Susan Sarandon personifica a una mujer del reviente, que amanece en la ruta, sin un rumbo fijo. Si bien el eje está cargado principalmente en la relación de Kunis y Baranski, las demás complementan muy bien.
Pero claro, es una comedia de Navidad. Los directores Scott Thomas y Jon Lucas se han propuesto hacer una película ligera, donde tiene que haber algo de azúcar. La transgresión tiene un límite: hay que hacer un filme comercial dentro de los patrones de Hollywood. Aun así, es una comedia divertida y necesaria para descomprimir la presión de las fiestas de fin de año.