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Brasil (el dueño de la casa), Cuba (tratando de retomar el papel principal), Argentina, Colombia, Venezuela, Puerto Rico y Granada (espero que no haya olvidado a nadie hasta ahora) han sentido el gusto y el orgullo de ir al podio en Río. Y estamos empezando las pruebas de atletismo, donde los atletas de nuestro continente a menudo luchan, segundo a segundo, con países de África (en su mayoría) por las medallas.
Un claro ejemplo de este orgullo latinoamericano vino de la tenista puertorriqueña Mónica Puig. Después de ganar el oro sin precedentes en el tenis (la primera medalla de oro de Puerto Rico en la historia olímpica), Pica Power, como se la conoce en su país, reafirmó sus sentimientos: “Voy a representar a América Latina hasta la muerte. Yo soy una prueba de que la mujer latina puede tener éxito”, dijo entre lágrimas tras derrotar a la alemana Angelique Kerber, número 2 del mundo. Al final, varias veces se podían oír gritos de “SÍ, SE PUEDE” procedentes de las gradas.
Y ¿qué decir del espectáculo del domingo, cuando tuvimos un doblete brasileño, en gimnasia masculina de suelo, el oro y la plata para Colombia y Venezuela, en el triple salto en el Estadio Olímpico? A la juventud de la venezolana Yulimar Rojas, que emocionó a la multitud presente en el Engenhão y se llevó la plata, se unió la fuerza y belleza de Caterine Ibargüen de Colombia. Con su 15,17 m ganó la primera medalla de oro para su país en atletismo. A continuación, en la celebración, bailado, mostró con orgullo la bandera de su país y el sombrero típico de Colombia.