LOS LECTORES OPINAN

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Gabo, gracias por tanto

Rodrigo Ayala Miret

Sin espacios de incertidumbre, es un día negro para la literatura y para la humanidad. A Gabriel García Márquez, la vida le acaba de escribir el punto final.

Porqué negarlo, tengo la tristeza en la garganta, y parece imposible tragarla. Pocas fueron las veces que sentí algo así por la muerte de una persona que no sea familia o amiga, y es porque el Gabo marcó una etapa en mi vida. Despertó en mí el placer de la lectura ociosa y parsimoniosa. La felicidad –digo siempre– es estar haciendo algo sin desear estar haciendo alguna otra, y eso fue lo que me pasó con una obra suya en mis manos: fui feliz. Y estoy seguro de que a muchos hizo sentir lo mismo, hayan leído una o varias de sus obras. Obras que trascendieron el tiempo y el espacio; con los años se volvieron clásicos, y al horizonte mundano lo dotaron de una profundidad inexplorada, escondida, esperándolo para ser descubierta.

Se nos fue un grande, y hoy todos vuelven. Pero es así la naturaleza del hombre. Espero que esta circunstancia propicie un inicio a quienes todavía no tuvieron el privilegio de leer sus obras. Sería como la flor amarilla que brota entre el escombro después de una guerra.

Muchas veces me piden que les recomiende algún libro y la primera pregunta que les hago antes de recomendar alguno es: ¿leíste Cien años de soledad? Si la respuesta es negativa, les contesto que esa es mi recomendación. Sintiendo una envidia enorme por el honor de no conocer encontrándose uno frente a la oportunidad de descubrir algo inolvidable. El placer de conocer su obra fue tan grande para mí que lo único que desearía es olvidarla por completo, para volver a sentir eso que me hizo sentir. Ahora bien, si la respuesta es afirmativa, de que leyeron el libro, es entonces cuando comienza una conversación sobre lo increíble que fue. Esa afinidad cultural con quienes leyeron “Cien años de soledad” es única.

No escribo porque sea oportuno, sino que lo hago porque hay veces en que el cuerpo no puede contener las palabras. El arte surge de las limitaciones, de eso estoy seguro, pero puede este tener un alcance infinito. Gabriel García Márquez es un buen ejemplo. Enseñó al mundo la Latinoamérica caótica, pasional y artística. Estremeció con su pluma. Dedicó su vida al poder de su palabra, que le aseguró vida eterna. Agradezco al azar, al éxito y al destino por hacer llegar su obra a mis manos.

Camino a la redención
Julián Navarro Vera

El perdón parece ser el marketing de moda. Hasta ahora la Iglesia Católica fue la única que, por los casos de pederastia, acompañó tal gesto abonando dinero a modo de resarcimiento. Todas las demás invocaciones fueron versos, nada más. Ahí está Don Miguel Abdón Saguier, que en grandilocuente aspaviento terminó por remachar al seudo académico diputado Portillo; pidiendo disculpas por quien, valga la grotesca figura, terminó perseguido por sus propias bolas (mentiras según la RAE) que ensuciaron el honor del PLRA. Dicha escena, hasta con cierto aire pontificio, en una perspectiva muy selectiva no consideró otros hechos mucho más graves que el exabrupto de Carlitos.

¿Qué pasó del acaparamiento de las represas por los azules mientras sus adeptos colmataban sus cuentas bancarias? Algunos incluso bailando salsa para combatir el “estrés laboral”. Del IPS y demás entes, hablar llevará mucha tinta y por respeto a los lectores y a este espacio de libertad nos limitamos al ejemplo anterior. En esta trama de confesiones y salvación parece que las redenciones anuales de Semana Santa nunca alcanzarán a beneficiar a este país crucificado por sus propias autoridades. De hecho que vencer la corrupción no es ni será fácil, aun cuando cada 5 años votemos a un mesías, y con más razón si de un obispo se trata.

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