Apostar por la resurrección de la familia

La fiesta pascual sorprende a nuestro país sumergido en los mismos vicios que resquebrajan los valores morales y alteran la buena convivencia. Los actos de corrupción, el tráfico de influencias en la administración pública, la violencia cotidiana en nuestras calles de la que somos testigos y sufrimos en carne propia, demuestran el fracaso de los proyectos políticos cuando se desatiende la célula fundamental de la sociedad como es la familia. No hay dudas de que a ella deben direccionarse las políticas sociales y económicas para que, en primerísimo lugar, sus miembros accedan a una educación y un trabajo dignos, y se mantengan unidos y arraigados a su hábitat. Apostar a las familias es apostar al futuro de un país mejor. La fiesta de la Resurrección de Cristo debe ser un motivo para trabajar también por la resurrección de la familia.

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Luego de varios días de meditación sobre la pasión y muerte de Jesucristo, las familias paraguayas y la cristiandad en todo el mundo celebran hoy su resurrección, el fundamento de la fe de todos sus seguidores. Es costumbre en este día desearse augurios de felicidad y compartir buenos deseos en el hogar, entre los amigos y el vecindario.

La fiesta pascual sorprende a nuestro país sumergido en los mismos vicios que resquebrajan los valores morales y alteran la buena convivencia. Los actos de corrupción, el tráfico de influencias en la administración pública, la violencia cotidiana en nuestras calles –asaltos, secuestros, crímenes, extorsiones y robos–, de los que somos testigos y sufrimos en carne propia, demuestran el fracaso de los proyectos políticos cuando se desatiende la célula fundamental de la sociedad como es la familia.

No hay dudas de que a ella deben direccionarse las políticas sociales y económicas para que, en primerísimo lugar, sus miembros accedan a una educación y un trabajo dignos, y se mantengan unidos y arraigados a su hábitat.

De un tiempo a esta parte, numerosas familias paraguayas han sentido con crudeza la pobreza. En el campo, la falta de apoyo, el bajo precio de los productos agrícolas y las dificultades para acceder a salud y educación de calidad han llevado a la desintegración de muchos hogares. La migración de papá y mamá en busca de mejores ingresos obligó a muchos hijos a crecer a la deriva y sin la posibilidad de alimentarse de los valores morales que solo se aprenden en el seno familiar. Sin posibilidades de estudiar y capacitarse, han caído en los vicios como el alcoholismo, la drogadicción y la delincuencia, por falta de cariño y orientación familiar en la infancia y la juventud, fundamentales para aspirar a mejores oportunidades.

Es necesario destacar que la Iglesia Católica siempre ha apostado y ha reclamado una atención preferencial a la familia. En ese sentido, en el documento final de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Aparecida en el 2007, desde la introducción los obispos mencionan que la familia es un don cuya vigencia enriquece la realidad del continente, y que “es el valor más querido por nuestros pueblos”. Los obispos no la mencionan como una expresión subjetiva, que ciertas corrientes modernas podrían tildar de caprichosa, sino que aclara muy bien que “en las familias latinoamericanas se expresa particularmente la riqueza de la humanidad”.

Para la Iglesia Católica, la familia es “patrimonio de la humanidad”. Ella siempre ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de los hijos.

En nuestro país, la familia siempre ha tenido gran protagonismo a lo largo de su historia. Padres e hijos defendieron la nación, y cuando estos ya habían sucumbido, aparecieron las Residentas. Algunas mujeres acompañaron a sus esposos hasta las últimas trincheras, y luego, sobre las ruinas y las cenizas de sus seres queridos, pusieron sus hombros para salvar la cultura, la lengua y la fe; por eso, al decir del papa Francisco, “es la más heroica del continente”.

En este día es preciso recordar también que hace tres años, en Caacupé, los obispos del Paraguay llamaron a un “Trienio de la Familia”. El emprendimiento es una pastoral que busca insuflar el aliento espiritual a sus miembros, pero al mismo tiempo de recordar a las autoridades que cumplan con sus obligaciones enmarcadas en la Constitución Nacional, combatiendo la corrupción administrativa y promoviendo el bienestar de las familias más pobres. Contrariamente a este deseo, el triste espectáculo que ofrecen algunas autoridades, especialmente los parlamentarios y magistrados, demuestra que más les interesa sus apetencias personales antes que el futuro de la Nación.

Apostar a las familias es apostar al futuro de un país mejor, pues –como dicen los obispos del Paraguay– ella es transmisora y cuidadora de la vida; es escuela de aprendizaje de virtudes educando en el amor, respeto, diálogo y libertad; es lugar de humanización y de espiritualidad cristiana.

En este contexto, la fiesta de la Resurrección de Cristo debe ser también un motivo para trabajar permanentemente por la resurrección de la familia.

Es de esperar, por tanto, que las autoridades nacionales dejen de lado sus intereses mezquinos y de una vez por todas apuesten a las familias, porque solo si hay bienestar en ella el Paraguay recuperará el valor de la honestidad tan anhelado por todos, pero hoy tan deteriorado en nuestra nación.

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