Asunción, víctima de la inoperancia de sus autoridades

Las personas que habitan Asunción y sus localidades vecinas utilizan toda clase de medios de comunicación para manifestar su indignación ante el estado de nuestras ciudades del área metropolitana de Asunción, por el olímpico desprecio que sus autoridades municipales sienten por sus habitantes –que también son sus votantes– mediante el abandono abierto y escandaloso de sus obligaciones de funcionarios, de políticos y personas que comparten los mismos espacios urbanos que las víctimas de su dejadez y deshonestidad. El estado deplorable de los espacios públicos en Asunción, en particular, es un hecho mucho más grave, si se considera que se está hablando de la capital de la República. Y más grave todavía teniendo en cuenta que esta ciudad tiene la Municipalidad más largamente pletórica de recursos en el país, con un presupuesto de casi 200 millones de dólares anuales. Si en las próximas elecciones la ciudadanía continúa eligiendo a inútiles y corruptos, entonces habrá que agachar la cabeza y repetir ese deprimente aserto de que “los pueblos tienen los gobernantes que se merecen”

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Las personas que habitan Asunción y sus localidades vecinas utilizan toda clase de medios de comunicación, como periódicos, radios, televisión y redes sociales, para manifestar su indignación ante el estado de nuestras ciudades del área metropolitana de Asunción, por el olímpico desprecio que sus autoridades municipales sienten por sus habitantes –que también son sus votantes– mediante el abandono abierto y escandaloso de sus obligaciones de funcionarios, de políticos y de personas que comparten los mismos espacios urbanos que las víctimas de su dejadez y deshonestidad.

Se ha repetido esto muchas veces, pero, ante la total indiferencia de los acusados, cabe hacerlo una y otra vez: no se entiende cómo intendentes y concejales, funcionarios y profesionales del ámbito comunal, gente que pretende seguir una carrera política, prestigiarse en el oficio o profesión que tiene o, siquiera, dejar a la posteridad un buen recuerdo de la calidad de su trabajo, puede ser tan negligente y tan inepta para administrar los bienes colectivos que las urnas han puesto en sus manos.

El estado deplorable de los espacios públicos en Asunción, en particular, es un hecho mucho más grave, si se considera que se está hablando de la capital de la República, la puerta por donde entra y sale todo extranjero visitante, la ciudad que debe liderar el desarrollo y buen ordenamiento urbanístico, el espejo que debe reflejar el grado de cultura, desarrollo y bienestar del país.

Y más grave todavía si se considera que esta ciudad tiene la Municipalidad más largamente pletórica de recursos en el país, con un presupuesto de casi 200 millones de dólares anuales, suficientes incluso, después de pagar los salarios de 8.000 funcionarios –gran parte de ellos supernumerarios–, costear el derroche, financiar la corrupción, para dar alivio a una multitud de pequeños problemas que, sumados y agrupados, van haciendo cada vez más difícil la existencia de habitantes y visitantes. La prueba de que se puede está demostrado en que ante la inminencia de alguna visita ilustre –como ahora ocurre con la próxima llegada del papa Francisco– aparecen milagrosamente los recursos necesarios para una “lavada de cara” a los principales problemas de nuestra capital. ¿Dónde estaban escondidos esos fondos?

La solución a innumerables dificultades en el tránsito, en las calles y avenidas, los desagües, la conservación de espacios abiertos y un larguísimo y lamentable etcétera, que más que cuestión de dinero es de gestión y sentido común, para el intendente Arnaldo Samaniego parece que fueran trabajos de Hércules.

La cada vez más complicada cuestión de la circulación vehicular, por ejemplo, es un problema compuesto de un sinnúmero de dificultades que, vistas una por una, son minúsculas y fáciles de superar.

En muchos cruces de avenidas, donde en cada lapso semafórico podrían pasar treinta o cuarenta vehículos, solo logran pasar ocho o diez porque una canaleta de desagüe mal hecha o profundizada por los raudales los obliga a reducir considerablemente la marcha. Si no es esto, es la falta de ochava adecuada, o un árbol mal ubicado, o una columna de ANDE clavada en el vértice de la esquina, o una boca de tormenta rota y hundida, o un bache abierto por el raudal hace meses; y así, sucesivamente, los casos de pequeñas cosas fácilmente reparables, convertidos en obstáculos enormes para la Municipalidad, serían muy largos de enumerar y citar.

Arnaldo Samaniego y su actual padrino electoral, el presidente Horacio Cartes, seguramente no lo van a reconocer públicamente, pero a un intendente que ni siquiera es capaz de hacer podar adecuadamente los árboles, de enviar una pequeña cuadrilla de obreros para reparar fosos, remover escombros, recoger basura, arreglar veredas, corregir reparaciones defectuosas, en fin, hacer pintar las lomadas de calles, no es posible calificarlo más que de funcionario inútil y completamente inepto para la delicada tarea que la ciudadanía le ha encomendado, consistente nada menos que en administrar la capital del país.

Lo más triste es que por esas cosas que tiene nuestra falta de cultura cívica y nuestra mentalidad política subdesarrollada, existe el temible riesgo de que este intendente asunceno (así como otros parecidos en diferentes localidades), de tan resplandeciente torpeza, si es reelecto continúe cinco años más dedicado a dormir su larga siesta, tan bien remunerada por el contribuyente y a costa del deterioro gradual y progresivo de esta ciudad que debiera ser la joya del país y que, depositada en sus manos, da pena y vergüenza.

Se verá en noviembre cuál es el veredicto de las urnas en relación con estos intendentes que, como Samaniego, en cinco largos años no han querido o no han conseguido dar una sola demostración fehaciente de que sirven para algo más que para llevar adelante campañas electorales de estilo populista y prebendario. Se verá también qué capacidad muestra la ciudadanía electora para ir a depositar su voto puntual y responsablemente por otros candidatos que merezcan recibir la confianza pública y acceder a una oportunidad para dar lo mejor de sí en la función comunal.

Si en las próximas elecciones la ciudadanía continúa eligiendo a inútiles y corruptos, entonces habrá que agachar la cabeza y repetir ese deprimente aserto de que “los pueblos tienen los gobernantes que se merecen”.

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