Candidatos de cuarta ahuyentan a los electores jóvenes

Preocupada porque la participación juvenil en las próximas elecciones generales podría ser escasa, la Justicia Electoral llamó a unos concursos promocionales para alentar a que los ciudadanos de entre 18 y 30 años concurran a las urnas. Hay buenas razones para dudar de que la iniciativa aliente a los jóvenes en tal sentido, dado que, en lo que a su calidad respecta, la oferta de candidatos será nuevamente despreciable. Ante semejante perspectiva, resulta muy difícil convencer a nuestros jóvenes de que depositando su voto en favor de unos candidatos impresentables habrían de contribuir al fortalecimiento de la democracia. A ellos se les debe instar, más bien, a que intervengan en la vida política para ir desplazando a esos multimillonarios que desde hace demasiados años están prostituyendo la función pública. Se trata, entonces, de que los jóvenes que crean tener vocación se vuelquen a la política para regenerarla, sin colgarse del saco de ningún cacique, es decir, sin pasar a formar parte de la “tierna podredumbre”, que también existe. Los frutos de su participación no serán inmediatos, pero alguna vez habrá que empezar a depurar la actual atmósfera pestilente, desplazando a la escoria que hoy vuelve hediendo el panorama político nacional.

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Preocupada porque la participación juvenil en las próximas elecciones generales podría ser escasa, la Justicia Electoral llamó a un concurso nacional de fotografía (“Viviendo en democracia”) y a otro de ensayos (“Paraguay 2030”) con el fin de alentar a los ciudadanos de entre 18 y 30 años a que concurran a las urnas. Hay buenas razones para dudar de que la iniciativa aliente a los jóvenes a concurrir a las urnas, dado que en lo que a su calidad respecta la oferta de candidatos será nuevamente despreciable.

En los últimos comicios generales, los votantes menores de 24 años no llegaron al 63%, es decir, alcanzaron un porcentaje menor que el de los electores en general, que llegó al 68,5%, pese a que Ley N° 4559/12 de Inscripción Automática había incluido a 81.419 nuevos ciudadanos. Nada indica que en abril de 2018, tanto la participación global como la de los jóvenes en particular vayan a superar los porcentajes citados, en un país en donde el ejercicio del sufragio es un deber, cuyo incumplimiento conlleva supuestamente el pago de una multa.

Es que la política, entendida como la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos, no es atractiva para la mayoría de los paraguayos, lo que resulta comprensible dada la pobreza moral e intelectual de la gran mayoría de quienes se dedican a ella.

En efecto, una reciente encuesta publicada por nuestro diario revela que la política interesa poco o nada al 58,2% de los ciudadanos, proporción que se eleva al 62% entre los jóvenes de 18 a 25 años. Ese desinterés, reflejado en una escasa participación electoral, pese a que muchos votantes son “arreados”, responde al descrédito de la generalidad de los políticos, que se valen de los cargos electivos conquistados, muchas veces a platazo limpio, para malversar, vender sus votos, practicar el nepotismo y el tráfico de influencias o mostrar una ignorancia supina al punto de constituirse en hazmerreír de la gente. Esta lamentable situación es posible gracias al repugnante remate al mejor postor de los lugares en las boletas de votación mediante las fatídicas “listas sábana”, que permiten a sujetos de todo pelaje convertirse en senadores, en diputados y en concejales departamentales o municipales.

Es cierto que este problema se presenta también en otros países, pero la perversión de la política en el Paraguay alcanza una gravedad extrema. Por eso, cuesta imaginar que un joven idealista, que quiere servir a la sociedad, vaya a las urnas para votar esperanzado por los candidatos surgidos de un colectivo tan podrido, tal como viene ocurriendo.

Así tenemos hoy que, conscientes de su pésima imagen, los políticos en vigencia se ven obligados a buscar candidatos fuera del ámbito habitual, recurriendo, por ejemplo, a figuras de la farándula, cuya popularidad quieren explotar, sobre todo para los cargos uninominales.

Hasta ahora, las funestas “listas sábana”, aún vigentes porque les convienen a los aspirantes a la reelección, seguirán siendo integradas, sobre todo, por numerosos impresentables, semianalfabetos y hasta delincuentes, sometidos a los capitostes que las elaboraron. Si cumple con su deber cívico, el joven comprometido solo con su conciencia tendrá el problema de elegir entre unas listas de candidatos a integrar las cámaras con figuras tan abominables como los actuales senadores colorados Óscar González Daher y Víctor Bogado, los liberales Enzo Cardozo y Zulma Gómez, o los diputados colorados Bernardo Villalba, Marcial Lezcano y Freddy D’Ecclesiis, que aparecen vinculados con el narcotráfico, o el también diputado colorado José María Ibáñez, acusado de pagar con dinero del contribuyente a sus empleados domésticos.

Los fatos de estos personajes –a los que se pueden agregar otros de pésima fama, como las diputadas coloradas Perla de Vázquez y Cristina Villalba– fueron suficientemente difundidos por la prensa y, por tanto, son de conocimiento de los jóvenes en condiciones de votar en las próximas elecciones.

Este ilustrativo plantel, cuyos integrantes no necesitan mayores comentarios, basta para entender por qué nuestros jóvenes no sienten el menor entusiasmo por concurrir a las urnas. Si la cuestión se redujera a elegir el menos malo, tendría la dificultad de saber quiénes son los peores, dado que la competencia en materia de indecencia e ineptitud es de lo más reñida por los primeros puestos.

Ante semejante perspectiva, resulta muy difícil convencer a nuestros jóvenes de que depositando su voto en favor de unos candidatos impresentables habrían de contribuir al fortalecimiento de la democracia. A ellos se les debe instar, más bien, a que intervengan en la vida política, a que ingresen en las organizaciones existentes o en otras nuevas para ir desplazando a esos multimillonarios que desde hace demasiados años están prostituyendo la función pública.

Se trata, entonces, de que los jóvenes que crean tener vocación se vuelquen a la política para regenerarla, sin colgarse del saco de ningún cacique, es decir, sin pasar a formar parte de la “tierna podredumbre”, que también existe. Los frutos de su participación no serán inmediatos, pero alguna vez habrá que empezar a depurar la actual atmósfera pestilente, desplazando a la escoria que hoy vuelve hediendo el panorama político nacional.

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