Casi treinta años de democracia

Según opiniones y denuncias de personas representativas de la sociedad, la gran mayoría de las administraciones comunales de las localidades del país fracasaron en su función. En algunos casos, porque sus intendentes y concejales son ineptos para el cargo; en otros, porque son corruptos o simplemente negligentes. En el caso de Asunción y las localidades aledañas, ningún intendente salva el examen de su gestión. Tanto Samaniego como todos los demás objetados intendentes de la región metropolitana de Asunción vuelven a postularse presentando el mismo rostro, con las manos vacías de logros, con la misma lista de promesas que ya hicieron hace un lustro, en un paradójico juego de engaños. Las elecciones municipales de mañana servirán para medir el progreso de la construcción de la conciencia cívica. Nos dirán, en pocas cifras, si somos o no mejores ciudadanos hoy, después de casi treinta años de democracia.

Cargando...

Según opiniones y denuncias de personas representativas de la sociedad, la gran mayoría de las administraciones comunales de las localidades del país fracasaron en su función. En algunos casos, porque sus intendentes y concejales son ineptos para el cargo; en otros, porque son corruptos o simplemente negligentes (casi siempre los tres defectos se presentan juntos).

En el caso de Asunción y las localidades aledañas –las más extensas y pobladas del país–, ningún intendente salva el examen de su gestión.

En algunos casos, como el de los intendentes de Lambaré y de San Lorenzo, no se trata solo del total fracaso en sus gestiones, sino de que ahora están soportando acusaciones de malversación y de otras corruptelas. Otros intendentes también tienen sobre sí procesos judiciales originados en sus inconductas.

En Asunción, hace cinco años, el candidato Arnaldo Samaniego se postuló ante la ciudadanía para intendente. Lo hizo sin tener la menor idea de lo que era gestionar una ciudad, sin tener la menor experiencia en materia de urbanismo ni haber conformado un equipo de personas capaces de ayudarle a avanzar en ese camino para él desconocido.

Tanto Samaniego como todos los demás objetados intendentes de la región metropolitana de Asunción vuelven a postularse presentando el mismo rostro, con las manos vacías de logros, con la misma lista de promesas que ya hicieron hace un lustro, en un paradójico juego de engaños. ¿Qué puede prometer hacer quien fue intendente y ahora se candidata de nuevo para un eventual próximo período, si cuando tuvo la oportunidad de demostrar su capacidad de trabajo no logró cumplir siquiera uno de los grandes objetivos que se fijó, políticamente, en el programa de su campaña anterior?

¿Por qué Arnaldo Samaniego, Roberto Cárdenas, Albino Ferrer y los demás personajes cuestionados no hicieron ya en el pasado lo que ahora están prometiendo para el futuro? Lo que cualquiera puede observar recorriendo el país es que la mayoría de las ciudades y pueblos del interior soportan la dejadez casi completa en materia de administración comunal y vegetan en el mismo modo de existencia que los mantienen al margen del progreso.

En el caso de Asunción, la dejadez de su intendente y del equipo que lo acompaña fue denunciada desde el primer momento y reiterada cotidianamente. Tan abandonada se presentaba esta ciudad que, desde que se confirmó la visita del papa Francisco, cundió en la Municipalidad una alarma que, de otro modo, nunca se hubiera dado. Como de una colmena golpeada con un palo, salieron algunos grupos de obreros a tapar baches, a pintar de blanco los cordones de las veredas y los pasos de cebra, a recoger alguna basura de las calles céntricas y, en general, a realizar pequeñas intervenciones para ofrecer al ilustre visitante una cierta imagen de orden y pulcritud y, de paso, encandilar a los incautos, esperando que la ingenuidad les lleve a creer que por fin estaba en marcha la eficiente máquina de la administración comunal.

Salvo casos raros, como el del lambareño Cárdenas, que por la persistencia con que se aferra al cargo de intendente no parece haberlo obtenido en unas elecciones sino comprado en una subasta, los demás llegaron a ocuparlo sin haber tenido experiencia en la gestión pública. Fueron intendentes no por ser más aptos que otros para esa tarea de servicio social, sino porque se pusieron un pañuelo al cuello, obtuvieron la aquiescencia de las cúpulas de sus partidos y les fluyeron los recursos para financiar una campaña electoral de alto costo.

El cargo les reditúa el dinero, la influencia política y el predicamento público que no podrían haber logrado nunca por sus competencias naturales. Ganar este tipo de elecciones es un gran negocio en el Paraguay; nadie sale pobre del ejercicio de estos cargos y, con un poco de empeño, siempre podrá servirse de él para alcanzar otros más elevados.

Estos intendentes y concejales que no se interesaron en mejorar las condiciones de sus municipios, ni de sus conciudadanos, ni de sus propios electores, y que, pese a esto, vuelven a candidatarse, constituyen una prueba de fuego para calibrar el progreso cívico de la ciudadanía paraguaya. Si son derrotados, se demostrará que ya existe un juicio crítico maduro en ella; si son reelectos, tendremos que llegar a la triste conclusión de que estas casi tres décadas de prácticas democráticas no produjeron en los paraguayos y paraguayas los resultados ambicionados, que continuamos votándole al trapo colorido sin que importen cuán graves sean las consecuencias.

De modo que estas elecciones municipales servirán para medir el progreso de la construcción de la conciencia cívica. Nos mostrarán resultados elocuentes. Si las mayorías vuelven a confiar los cargos de intendentes a los mismos pillos, inútiles e ineficientes que ya exhibieron sus vicios en el período anterior, significará que la cultura cívica y el sentimiento patriótico, que los principios éticos y el interés por el futuro común, son valores que aún no penetraron en esas mayorías y que ellas siguen entregando su voto, con total indiferencia, a cualquiera que logre engatusarlas.

Sería lamentable que esto ocurriera, una desilusión y un llamado dramático a nuestra conciencia para que nos preguntemos qué no hicimos para que estas mayorías políticas se mantengan, qué deberíamos hacer para despertar en ellas la conciencia mínima necesaria para que no sigan perpetuando en el poder a los mismos sinvergüenzas. Cómo convencerles de que no sigan incurriendo una y otra vez en los mismos errores electorales que nos llevan al atraso material y la decepción anímica. El caso daría para preguntarnos: ¿para qué sirve la democracia si con ella no logramos que las mejores personas triunfen sobre las peores?

Estas elecciones municipales de mañana nos ayudarán a dilucidar muchas de estas dudas e incertidumbres acerca del estado de salud real de nuestra democracia y a pronosticar su futuro. Nos dirán, en pocas cifras, si somos o no mejores ciudadanos hoy, después de casi treinta años de democracia.

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...