Cien años después...

Para ser legislador en el Paraguay el talento y los conocimientos son superfluos. La preparación, el carácter, la honestidad, a veces estorban. Valen más las contorsiones y genuflexiones. Todo se hace al azar, por tanteo, todo se reforma sin necesidad y nada se reforma de lo que es preciso reformar. No se respeta el mérito, no se desprecia el vicio, nadie se indigna sinceramente contra las injusticias. Los culpables pierden la conciencia de sus faltas, los hombres virtuosos, el pudor, y los partidos, su nobleza. Buenos y malos viven en cada partido en una camaradería hipócrita. El interés los divide y los une y reconcilia sucesivamente. Los enemigos de ayer conspiran juntos, los amigos de hoy se venderán mañana. Los partidos tradicionales, en vez de ser útiles a la patria, utilizan la patria; en vez de servir a sanos intereses nacionales en el Gobierno, hacen que el Gobierno les sirva a ellos.

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Nuestro editorial de hoy lo escribió el Dr. Eligio Ayala en 1915. Debería avergonzarnos, y comprometernos a cambiar esta lamentable situación.

Para fabricar salchichas se requieren aptitudes especiales; para ser legislador o ministro en el Paraguay el talento y los conocimientos son superfluos. La preparación, el carácter, la honestidad a veces estorban. Valen más ciertas contorsiones y genuflexiones del cuerpo que veinte años de estudios, que la decencia y la probidad.

Los que ocupan los puestos públicos creen saber todo, se creen aptos para todo, pierden la conciencia de la propia ineptitud.

En el Paraguay para brillar con reputaciones falsas basta ser diputado, senador o ministro. Luego, es lógico que la pasión dominante sea la de adquirir esos puestos y conservarlos, y que para eso, en vez de estudiar, de prepararse y dignificarse, se adule, se intrigue o se implore servilmente. Por esta razón la mayor parte de los que ejercen los elevados cargos políticos son los verdaderos arribistas petulantes. Todas las magistraturas han sido profanadas por la inepcia más franca y por la nulidad más absoluta. Así se han llenado el Parlamento y los ministerios de aprendices, que se instruyen en almanaques del año pasado y destrozan la actividad económica nacional con sus caóticos y torpes ensayos legislativos.

Todo se hace al azar, por tanteo, por instinto, como en un acceso de sonambulismo, todo se reforma sin necesidad y nada se reforma de lo que es preciso reformar.

En un mar flotante de pasiones y apetitos, sin principios directores, sin sistemas, sin conocimientos, sin brújula, la intervención del Estado en la esfera económica se ha convertido en un oportunismo de detalle, de expediente, al día, que libra la economía nacional al capricho de los intereses particulares pequeños del presente.

No se respeta el mérito, no se desprecia el vicio, nadie se indigna sinceramente contra la injusticia, nadie es justo. Los culpables pierden la conciencia de sus faltas, los hombres virtuosos, el pudor; y los partidos, su nobleza. Buenos y malos viven en cada partido en una camaradería hipócrita, sin sinceridad, sin confianza recíproca, sin gratitud, sin generosidad. El interés los divide y los une y reconcilia sucesivamente.

Los enemigos de ayer conspiran juntos, los amigos de hoy se venderán mañana. En vez de partidos se forman círculos esporádicos y convulsivos de pequeños ambiciosos.

Los partidos tradicionales, en vez de ser útiles a la patria, utilizan la patria; en vez de servir a sanos intereses nacionales en el Gobierno, hacen que el Gobierno les sirva a ellos.

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