Deplorable abandono de indígenas

Las fotografías publicadas en los últimos días por nuestro diario que muestran con toda crudeza la condición material en que viven algunas familias indígenas llenan de indignación e impotencia. Las fotos muestran a los nativos viviendo bajo carpas improvisadas o en ranchitos precarios de tabiques de tablas y techos de plástico, mal alimentados de los poquísimos vegetales que pueden cultivar en pequeñas chacras aledañas, sin electricidad, sin agua ni medidas sanitarias mínimas, detalles que desgarran los sentimientos de toda persona con algo de sensibilidad, de projimidad y de sentido de solidaridad social, cualidades de las que la mayoría de los funcionarios y políticos encargados de estos problemas sociales carecen por completo. Los sucesivos gobiernos que tuvimos en las últimas décadas no encararon estos problemas con real interés de darles soluciones. El abandono en que dejaron a nuestros indígenas deshonra a todo el país, a todos sus habitantes. Nos deshonra como seres humanos.

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Las fotografías publicadas en los últimos días por nuestro diario que muestran con toda crudeza la condición material en que viven algunas familias indígenas llenan de indignación e impotencia. Nuestras autoridades, especialmente aquellas organizaciones creadas con la finalidad de atender ese sector, como el Indi, y otras también destinadas a los sectores más carenciados, deberían taparse la cara de vergüenza. Las promesas destinadas a atender a los nativos que formularon todos los gobernantes, incluso aquella de Fernando Lugo de que los niños y los indígenas iban a merecer su atención prioritaria, fueron llevadas por el viento, al mismo tiempo que se esfumaron también los recursos que se asignaron en el presupuesto para atender a los habitantes originarios de estas tierras.

Las fotos muestran a los nativos viviendo bajo carpas improvisadas o en ranchitos precarios de tabiques de tablas y techos de plástico, mal alimentándose de los poquísimos vegetales que pueden cultivar en pequeñas chacras aledañas, sin electricidad, sin agua ni medidas sanitarias mínimas, detalles que desgarran los sentimientos de toda persona con algo de sensibilidad, de projimidad y de sentido de solidaridad social, cualidades de las que la mayoría de los funcionarios y políticos encargados de estos problemas sociales carecen por completo.

Los indígenas de los que nos estamos ocupando en esta ocasión son un grupo de los pueblos guaraníes conocidos por Mbya y Ava, de la zona de Santa Rosa del Aguaray, departamento de San Pedro.

Lo máximo que lograron hacer los sucesivos gobiernos que pasaron por la administración del Estado en las últimas décadas con relación a los acuciantes problemas de campesinos e indígenas carenciados, fue repartirles algunos lotes de terreno rural, pero sin acompañar el proceso con alguna otra asistencia. En la mayoría de los casos no pudieron siquiera expedirles títulos de propiedad, ya no se hable de proporcionarles agua, sanidad, herramientas y semillas de cultivo, mejora de caminos y otras cosas elementales como estas, sin las cuales ninguna comunidad de estas características podría tener chance de arrancar hacia una forma de existencia medianamente satisfactoria.

La posesión socialmente tranquila y jurídicamente segura de un terreno es apenas el comienzo de un proyecto de desarrollo social y económico para grupos familiares a los que se pretende asentar en ámbitos rurales. La tenencia regular de la tierra es una base imprescindible, pero si un gobierno no puede dar más que tierra, tal vez sería mejor que no comenzara el proceso hasta tanto esté seguro de que puede continuarlo, porque empezando y no continuando, prometiendo y no cumpliendo, crea en esa pobre gente expectativas destinadas a frustrarse, o sea que acaba produciendo una gran decepción, generalmente seguida de impaciencia, furia y violencia.

El caso de los indígenas paraguayos es distinto del de los campesinos en algunos puntos substanciales. Por de pronto, hay que considerar que pertenecen a una cultura que hasta hace pocos años fue esencialmente silvícola y solo parcialmente agrícola. Fueron haciéndose más y más dependientes de la agricultura a medida que eran expulsados de los bosques o estos eran arrasados por el avance de la agricultura y la ganadería intensivas. Por último, como ya no tuvieron acceso a tierras cultivables ni a la educación y asistencia públicas para ponerse a la altura de las exigencias tecnológicas agropecuarias, vegetan en forma miserable e indigna; duele aún más ver así a pueblos que otrora fueron fuertes, autosuficientes y de altiva tradición cultural.

Muchos de ellos son expulsados del medio rural y vienen a vagar por las calles de la ciudad, mendigando, prostituyéndose, criminalizándose, sin más futuro que la alienación mental, la cárcel o la muerte. Si estos indígenas que vemos tirados en las veredas hubieran sido asistidos por el Estado a tiempo en su lugar de origen, jamás hubieran preferido esta tristísima clase de vida a la que fueron empujados.

Los sucesivos gobiernos que tuvimos en las últimas décadas no encararon estos problemas con real interés de darles soluciones. Fueron haciendo las cosas torpemente, en algunas ocasiones corriendo con baldes de agua para apagar focos de conflictos, en otras expropiando tierras y repartiéndolas, más para hacer buenos negocios con las sobrefacturaciones que con las intenciones correctas. Y haciendo todo oscuramente, torcidamente, con una ineficiencia y lentitud que solamente se explican si se entiende que siempre fueron funcionarios corruptos o torpes los que estaban encargados de llevar adelante las acciones.

Si hasta el latrocinio más desmedido y la venalidad más cínica de ciertos funcionarios gubernamentales es posible entender cuando la víctima es el Estado, lo que es absolutamente inexplicable es qué individuos son esos que se enriquecen a costa de estos pobres indígenas que carecen de todo. ¿Qué clase de gente ponen los gobiernos a manejar los intereses de campesinos e indígenas carenciados?

Si los políticos que gobiernan, y los otros políticos que caminan en la misma dirección que estos (aunque sea por la vereda de enfrente), no son capaces de sentir vergüenza por la tristísima situación de nuestros indígenas que las redes sociales muestran al mundo, no hay ya esperanza de que exista alguna otra realidad que les conmueva. Hay que pensar, entonces, que el corazón de estos políticos y funcionarios está hecho de la piedra más dura que la naturaleza pudo fabricar.

El abandono al que nuestros sucesivos gobiernos dejan a los indígenas deshonra a todo el país, a todos sus habitantes. Nos deshonra como seres humanos.

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