Descarada demostración de imperialismo colonialista

Desde la concertación del infame Tratado Secreto de la Triple Alianza contra nuestro país para despojarlo de extensos territorios, exterminar a su gente y destruir su infraestructura de pujante progreso, hasta ahora ningún gobierno paraguayo de posguerra ha tenido la visión y el coraje de resistir la nefasta ambición geopolítica de nuestros dos grandes vecinos limítrofes. En lo que se refiere a Brasil, su objetivo estratégico es sacar máximo provecho unilateral de las ventajas comparativas de nuestro país. Ahora mismo tenemos otra muestra palpable del humillante trato y de la mala voluntad del Gobierno brasileño hacia el Paraguay: su negativa a permitir a una empresa brasileña la importación de energía eléctrica paraguaya generada por la usina de Acaray. Es que esta importación, que iba a realizarse a precio de mercado, desnudaría el escandaloso robo que el Brasil comete en Itaipú con nuestra energía. Mientras el Paraguay siga teniendo gobiernos débiles y corruptos y una diplomacia titubeante, el Brasil continuará surtiéndose a precio pichincha de nuestra principal riqueza natural, la energía hidroeléctrica.

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Desde la concertación del infame Tratado Secreto de la Triple Alianza de Brasil, Argentina y Uruguay contra nuestro país para despojarlo de extensos territorios, exterminar a su gente y destruir su infraestructura de pujante progreso, hasta ahora ningún gobierno paraguayo de posguerra ha tenido la visión y el coraje de resistir la nefasta ambición geopolítica de nuestros dos grandes vecinos limítrofes. Ambición mezquina centrada en el sistemático boicoteo a los esfuerzos de nuestro país por salir del endémico subdesarrollo económico a que lo condenó la inicua guerra, como bien la calificara el papa Francisco en ocasión de su reciente visita a nuestro país al elogiar a la mujer paraguaya como la más gloriosa de América.

“Más o menos tributarios de la Argentina, oscilando entre la desconfianza, el resentimiento y la admiración, y subordinados por una indiscutible dependencia económica, Paraguay y Bolivia, prisioneros geopolíticos, mucho más el primero que la segunda, valen mucho por su posición geográfica en el lado abierto y vulnerable del Brasil meridional y central y constituyen, sobre todo por su inestabilidad política y económica, indiscutibles zonas de roce externas donde pueden llegar a chocar los intereses brasileños y argentinos”, escribió hace más de medio siglo el geopolítico brasileño general Golbery do Couto e Silva.

Combinada con la autoimagen de nación de destino manifiesto con que Brasil busca abrirse paso como potencia mundial de primer orden, esta intrusiva conciencia geopolítica ha creado una astuta diplomacia embebida en la hipocresía, permanentemente lesiva para los intereses nacionales de dos países sin litoral marítimo. Su objetivo estratégico es sacar máximo provecho unilateral de las ventajas comparativas del Paraguay y de Bolivia.

En lo que se refiere a nuestro país, los gobernantes brasileños han contado siempre con una ventaja política clave: la venalidad de los corruptos mandatarios paraguayos de turno, quienes, sobornos encubiertos como “ayudas” de por medio, les han entregado los recursos naturales del país para su propio y exclusivo provecho. El más paradigmático ejemplo de esta explotación neocolonialista brasileña es la represa hidroeléctrica de Itaipú, construida supuestamente para beneficio mutuo, pero que en la práctica solo beneficia al Brasil. La electricidad generada por la represa binacional ha impulsado por más de tres décadas el crecimiento de la economía de dicho país con una participación de al menos 20 por ciento de su PIB.

Mientras la economía brasileña ha despegado significativamente con el aporte industrial de la enorme cantidad de energía eléctrica producida por una de las usinas hidroeléctricas más grandes del mundo, la nuestra continúa marchando a paso de tortuga con apenas el 10 por ciento del vital insumo de progreso que en promedio aprovechamos hasta ahora.

Lamentablemente, tampoco con Argentina las cosas se dieron mejor, también debido a la consuetudinaria codicia de nuestros malos gobernantes, quienes por falta de patriotismo han entregado para provecho exclusivo argentino la casi totalidad de la electricidad generada por la usina binacional de Yacyretá, a precio igualmente vil como nos paga el Brasil, condenándonos a la paradoja del mendigo sentado sobre dos cofres llenos de oro, como nos ven los demás.

Ante tan negativas experiencias de recurrente inequidad e injusto trato por parte de nuestros dos grandes vecinos y socios, pusimos alma y corazón en el Tratado de Asunción que dio nacimiento al Mercado Común del Sur (Mercosur). Sin embargo, tampoco ahí encontramos equidad y trato justo por parte de nuestros vecinos limítrofes, sino todo lo contrario. Hasta hoy, con frecuencia nuestras mercaderías se pudren en los pasos fronterizos de Brasil y Argentina por trabas impuestas a la libre circulación de bienes y de personas garantizada por los tratados.

Ahora mismo tenemos otra muestra palpable del humillante trato y de la mala voluntad del Gobierno brasileño hacia el Paraguay: su negativa a permitir a una empresa brasileña la importación de energía eléctrica paraguaya generada por la usina hidroeléctrica de Acaray.

En efecto, en respuesta al pedido de la empresa brasileña Mercosul Energy, que planteó importar directamente, a precio de mercado, 200 megavatios de electricidad generada por la usina de referencia, el Ministerio de Minas y Energía del Brasil, en una descarada muestra de intolerable colonialismo, respondió negativamente arguyendo que no era factible debido al “riesgo” que implicaba para el mercado brasileño de la electricidad.

“Después del análisis, entendemos que esa importación altera el balance energético de aquel país (Paraguay), desplazando energía que podría ser destinada a su mercado propio, de esa forma aumentando el riesgo de disminuir la cantidad de energía disponible de Itaipú para el Brasil”, señala el punto 2 del memorándum del Ministerio de Minas y Energía del Brasil. Agrega que, cuanto mayor es la cantidad de electricidad que Brasil recibe de Itaipú, menor es el costo de la tarifa que paga, señalando de paso que de concederse tal autorización, se estaría desvirtuando el modelo de comercialización existente en el mercado brasileño.

Así el Brasil se erige en el amo que nos indica qué podemos o no hacer con nuestra energía. Y todo para no alterar el costo “actual” vigente en su mercado, lo que le es posible gracias al infame precio con que se apropia de nuestra energía de Itaipú.

Este casual incidente comercial desnuda la hipocresía que envuelve a la diplomacia de Itamaraty hacia nuestro país.

Pero hay otra razón de mucho peso para que el Brasil le niegue a la empresa brasileña la adquisición de la energía de Acaray: debe pagar precio de mercado, de unos 120 dólares en la actualidad, pero llegando a veces hasta 400 dólares en época de sequía, como ocurrió el año pasado. Estas sumas desnudan el escandaloso robo que nos hace el vecino país con la energía de Itaipú que el Tratado respectivo le obliga al Paraguay a “cederle” exclusivamente a ese país, por la que paga solo alrededor de 60 dólares el Mw. Este bochornoso robo abierto que nos hace el socio condómino en Itaipú fue calculado por el afamado economista internacional Jeffrey Sachs en unos 750 millones de dólares en el 2012.

La negativa del Gobierno brasileño de permitir la importación de electricidad paraguaya por parte de la empresa Mercosul Energy es la patética confirmación de que el Brasil no tiene la más mínima intención de cumplir lo pactado en el acuerdo Lugo-Lula del 25 de julio de 2009 que, según la excanciller y miembro del Consejo de Administración de Itaipú, Leila Rachid, es la hoja de ruta del gobierno del presidente Horacio Cartes en la usina binacional.

Mientras el Paraguay siga teniendo gobiernos débiles y corruptos, y una diplomacia titubeante, el Brasil continuará surtiéndose a precio pichincha de nuestra principal riqueza natural, la energía hidroeléctrica, en tanto nuestro país seguirá mendigando créditos y contrayendo deudas, comprometiendo el presente y el futuro de sus habitantes.

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