El agujero negro de la Municipalidad de Asunción

Uno de los misterios más oscuros e impenetrables en los manejos de la cosa pública en nuestro país es la administración del dinero que recauda la Municipalidad de Asunción. No ha de haber organismo público en el Paraguay que disponga de tan enorme y generosa fuente de recursos económicos como esta institución. Entretanto, el actual intendente de Asunción, Arnaldo Samaniego, corre el riesgo cierto e inminente de pasar a la historia de esta ciudad como uno de los administradores más indolentes e ineptos, entre los muchos que, lamentablemente, nuestra capital tuvo que padecer en los últimos treinta años. El mismo va a culminar su periodo dentro de un año y no dejará su nombre inscripto ni siquiera en un paseo arbolado bien cuidado. Lo peor es que pretende la reelección y que dispone, según parece, de cuantiosos “ahorros” para invertir en su promoción electoral. Desde luego, con semejante recaudación no hacen falta explicaciones acerca de qué es lo que podría moverle a querer ser reelecto para un cargo en el que no supo distinguirse ni en mínima medida.

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Uno de los misterios más oscuros e impenetrables en los manejos de la cosa pública en nuestro país es la administración del dinero que recauda la Municipalidad de Asunción.

No ha de haber organismo público en el Paraguay, actualmente, que disponga de tan enorme y generosa fuente de recursos económicos como esta institución. En el presente, el Estado le entrega a Asunción alrededor de 35 millones de dólares en concepto de saldo de “deuda histórica” con la ciudad. Tan solo en impuestos y tasas relativos a la edificación, la Municipalidad capitalina está percibiendo alrededor de 90 millones de dólares, provenientes de la zona de la avenida Aviadores del Chaco, donde se están erigiendo numerosas torres para uso comercial y residencial.

A esto hay que agregar lo que la Comuna percibe en concepto de impuesto inmobiliario, de tasas especiales, de impuestos municipales, patentes y licencias, de contribuciones, de multas por trasgresiones, de cánones por cesiones de uso de espacios públicos y de concesiones varias, de royalties, además de otras fuentes comparativamente menores. Sumado todo eso, se tiene un caudal económico cuya magnitud solamente podría ser comparable con los ingresos del mismo Estado.

Después de conocer estas colosales cifras, la pregunta que cae solita es: ¿a dónde va a parar ese dineral? Porque está ante la vista general que son muy pocos centavos los que se invierten en obras de la ciudad. ¿Qué hace la Intendencia asuncena con esos millones de dólares que percibe, sea permanente o sea ocasionalmente, como está sucediendo en este momento, en el caso específico de las grandes edificaciones?

Con base en la experiencia acerca del comportamiento de los políticos metidos a administradores y del conocimiento de la realidad nacional, se podrían intentar algunas suposiciones. Por ejemplo, que, además de los actos de corrupción administrativos, que consumirían –calculando especulativamente– un veinte o treinta por ciento de la torta, gran parte del resto se derrocharía en salarios, gratificaciones, aguinaldos, horas extras, beneficios complementarios, viáticos, adicionales especiales y toda la multitud de prebendas que, con distintos nombres, se reparten entre el funcionariado y los contratados que forman parte de la clientela electoral del grupo político que corta y reparte la torta.

Y debería agregarse, sin asomo de dudas ni temor a errar, que otra parte substancial de esa recaudación debe estar acumulándose en un fondo “previsional”, destinado a cubrir los gastos de las próximas campañas electorales para las elecciones municipales, que están a la vuelta de la esquina y para las cuales los candidatos, violando la ley electoral, ya están comenzando a sacar al público sus primeras publicidades.

El actual intendente de Asunción, Arnaldo Samaniego, corre el riesgo cierto e inminente de pasar a la historia de esta ciudad como uno de los administradores más indolentes e ineptos, entre los muchos que, lamentablemente, nuestra capital tuvo que padecer en los últimos treinta años. Mas, al mismo tiempo, se le recordará como el que mayor cantidad de dinero llegó a recibir. Se trata de cifras anteriormente desconocidas por su magnitud, con las cuales, bien aplicadas, se hubieran logrado concretar varios de los más ambiciosos proyectos que constantemente se anuncian para el resurgimiento urbanístico de Asunción.

El intendente Samaniego, que va a culminar su período dentro de un año, no dejará su nombre inscripto ni siquiera en un paseo arbolado bien cuidado. Lo peor es que pretende la reelección y que dispone, según parece, de cuantiosos “ahorros” para invertir en su promoción electoral. Desde luego, con semejante recaudación, no hacen falta explicaciones acerca de qué es lo que podría moverle a querer ser reelecto para un cargo en el que no supo distinguirse ni en mínima medida.

El Poder Legislativo debe tomar a su cargo el control directo del dispendio que se haga de los recursos que se ceden a la Municipalidad de Asunción por la “ley de la capitalidad”. Por su parte, la Contraloría General debe asumir estrictamente su papel en la vigilancia de los millones de dólares que están cayendo como maná del cielo en las arcas manejadas por Arnaldo Samaniego, gracias al coyuntural negocio en auge de la construcción. Todos los ojos de los organismos responsables por el cuidado de los bienes públicos y del interés general deben mantenerse bien abiertos, porque estamos en presencia de una cantidad de dinero que fácilmente podría perderse para siempre en los sinuosos recovecos de la corrupción y el derroche electoralista.

La ciudadanía asuncena, a su vez, debe mantenerse bien atenta a cómo aplican estos ingentes recursos “sus administradores” en la ciudad. Si es nuevamente burlada, dentro de un año, en las elecciones municipales, tendrá en sus manos la fuerza suficiente para aplicar el castigo merecido a los defraudadores de fondos y de esperanzas.

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