El silencio de los demócratas alienta los abusos de los autócratas

Al asumir el cargo, el nuevo secretario general de la OEA, el excanciller uruguayo Luis Almagro, expuso sus prioridades, pero ni una sola vez citó a la democracia representativa, pese a que su promoción y defensa es uno de los fines esenciales del organismo regional. Almagro cree quizás que esa forma de gobierno ya está lo bastante consolidada en el continente como para que él deba prestarle alguna atención. Si es así, está profundamente equivocado. Las iniquidades del chavismo son facilitadas justamente por el silencio de la OEA y de los gobiernos que se dicen democráticos. Si ella ignora su misión primordial de promover y consolidar la democracia representativa, Unasur, por su parte, se muestra muy diligente a la hora de respaldar al infame régimen chavista, asumiendo el protagonismo regional abandonado por la OEA. El silencio de los demócratas solo sirve para darles vía libre a los autócratas.

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Al asumir el cargo, el nuevo secretario general de la OEA, Luis Almagro, declaró que “dará prioridad a la seguridad ciudadana, la prevención de conflictos sociales, la prevención y gestión de desastres naturales en el Caribe y Centroamérica, la interconectividad en el Caribe y la calidad de la educación”. Ni una sola vez citó a la democracia representativa, pese a que su promoción y defensa es uno de los fines esenciales del organismo regional (art. 2°, inc. b, de la Carta) y a que “los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla (art. 1° de la Carta Democrática Interamericana).

El excanciller uruguayo cree quizás que esa forma de gobierno ya está lo bastante consolidada en el continente como para que él deba prestarle alguna atención. Si es así, está profundamente equivocado. El dramático caso venezolano basta para demostrar que un régimen democrático, que se creía afianzado al cabo de cuatro décadas, puede ser desplazado por uno autoritario en el que se violan groseramente los derechos humanos y las libertades fundamentales. Las iniquidades del chavismo son facilitadas justamente por el silencio de la OEA y de los gobiernos que se dicen democráticos. Mario Vargas Llosa se pregunta “dónde están esos gobiernos, cómo es posible que miren para el otro lado y, en muchos casos, actúen con complicidad con quienes están destruyendo a Venezuela, llevándola al abismo”.

Es obvio que cabe dirigir la misma pregunta al organismo regional donde están representados esos gobiernos. En realidad, la OEA no solo da la espalda a la triste suerte del país caribeño, sino que llegó al colmo de rechazar por 29 votos a favor y tres en contra (Estados Unidos, Canadá y Panamá) el envío de una comisión observadora tras la brutal represión desatada en marzo de 2014 por los matones de Nicolás Maduro, que, según Amnistía Internacional, tuvo un saldo de 43 muertos, centenares de torturados y maltratados y 3.351 detenidos, 27 de los cuales siguen encarcelados a la espera de un juicio.

La OEA ni siquiera quiso averiguar sobre el terreno los antecedentes, el desarrollo y las consecuencias de los sangrientos hechos, lo que le hubiese permitido comprobar si en Venezuela imperan los postulados de la Carta Democrática Interamericana. Si ella ignora su misión primordial de promover y consolidar la democracia representativa, sin embargo Unasur, por su parte, se muestra muy diligente a la hora de respaldar al infame régimen chavista, asumiendo el protagonismo regional abandonado por la OEA.

Por supuesto, la excusa del “principio de no intervención”, que se suele invocar para justificar que los dictadores cometan barbaridades con toda impunidad, no rige para esa organización internacional de izquierda creada en 2008 para excluir a la OEA del ámbito sudamericano, aunque ella en realidad, así como está, no resulte ninguna molestia para un régimen bolivariano. Es de temer que, con Luis Almagro al frente, siga siendo complaciente con Nicolás Maduro, así como también vaya a hacer la vista gorda si Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega siguen socavando el sistema democrático. El secretario general se preocupó muy bien de no incluir la democracia entre las prioridades de su gestión, pero no se olvidó de reiterar su intención de que Cuba se reintegre plenamente al organismo regional. Su actitud podrá ser criticada, pero no deja de tener cierta coherencia: la dictadura castrista bien puede tomar asiento en la OEA ya que para esa institución la democracia representativa últimamente resulta de hecho irrelevante. Conviene recordar lo que dice el art. 3° de la Carta Democrática Interamericana: “Son elementos esenciales de la democracia representativa, entre otros, el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos”.

El castro-comunismo viola todos y cada uno de estos elementos esenciales, pero Luis Almagro aspira a que integre una organización que los propugna o debería propugnarlos. El reingreso de Cuba es uno de los temas de la VII Cumbre de la OEA, a realizarse en Panamá el 10 y el 11 de abril próximo. Considerando los antecedentes, no sería extraño que los presidentes que se dicen demócratas no pongan reparos a la reincorporación de la isla largamente oprimida, sin exigir al régimen que la subyuga al menos algunas concretas medidas liberalizadoras.

Considerando sus antecedentes, desde luego que no se puede esperar mucho de Luis Almagro como secretario general de la OEA. Fue el canciller del expresidente José Mujica, para quien “lo político tiene prioridad sobre lo jurídico”, con lo que justificó el ingreso por la ventana del chavismo al Mercosur, aprovechando la arbitraria suspensión de la membresía de nuestro país. Es de suponer, no obstante, que el nuevo secretario general de la OEA, aunque no le guste ni lo crea, tenga en cuenta que lo plasmado en la Carta de la OEA y en la Carta Democrática Interamericana tiene fuerza obligatoria y que, en consecuencia, ninguna consideración política debe prevalecer sobre la observancia de los principios de la democracia representativa y el pleno respeto a los derechos humanos.

La OEA no puede ni debe desentenderse de cuanto en el continente afecte las libertades de los pueblos americanos. Condenar a los regímenes autoritarios de izquierda o de derecha no implica inmiscuirse en cuestiones internas de un país sojuzgado ni convertirse en un instrumento del “imperialismo yanqui”, sino simplemente defender los principios básicos de la convivencia civilizada. El silencio de los demócratas solo sirve para darles vía libre a los autócratas.

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