Cargando...
Hoy, decenas de miles –tal vez incluso cientos de miles– de alumnos del sistema educativo público retornarán a las aulas o atravesarán por primera vez en sus vidas el umbral de escuelas que les transmiten un mensaje doloroso: los odiamos, no son bienvenidos, no son dignos de que nos molestemos siquiera en pasar una mano de pintura o asegurar el ventilador para que no caiga sobre sus cabezas.
Es un mensaje que, disparado directamente a la autoestima de los niños, les hace crecer llevando en el alma la idea de que no son importantes. Desde que entran a la escuela los chicos aprenden que su dignidad y su seguridad valen menos que el casero de un funcionario corrupto o la amante de otro empleado público. Estas son las lecciones que no figuran en el currículum escolar, pero que se graban a fuego en los alumnos, año a año, mientras ven sus espacios educativos derrumbarse y derruirse, víctimas de la negligencia y la corrupción.
Y las escuelas no solo odian a sus alumnos. Algunas hasta son asesinas en potencia. En los últimos años han caído decenas de techos y paredes de escuelas, y ayer se produjo un caso más en Ciudad del Este. A riesgo de pecar de supersticiosos, podríamos decir que alumnos y docentes paraguayos tienen un santo aparte, porque ninguno de estos traumáticos episodios causó –hasta ahora– muertes, aunque sí heridos que, afortunadamente, han sanado en lo físico, aunque probablemente hayan quedado con secuelas en lo psicológico. No intervenir drásticamente en casos en que la infraestructura se encuentra en condiciones similares, es tentar a la suerte.
La escuela genera sentido de pertenencia, y en los casos de alumnos de escuelas en mal estado, o simplemente feas y sucias, lo que se genera es pertenencia a una sociedad donde son aceptables la mugre y la infraestructura de segunda mano y peligrosa. Así visto, tal vez no sería descabellado pensar que mantener las escuelas en estado calamitoso forma parte de un plan mefistofélico para incubar gente que no reclame cuando sus rutas y otros edificios públicos sean de mala calidad. Se crean ciudadanos que crecen con la resignada creencia de que “así nomás luego tiene que ser”.
Los espacios destinados al aprendizaje deben ser, en primer lugar, seguros. Es inconcebible que los padres envíen a sus hijos a clases sin saber si volverán de una pieza o vivos, porque a algún intendente corrupto se le ocurrió hacerse rico desviando recursos del Fonacide. Pero, decir esto es una obviedad.
Contrariamente a la realidad, las escuelas y colegios deben ser lugares hermosos y atractivos, donde “da gusto estar” y donde el aprendizaje ocurra naturalmente. ¿Es mucho pedir que las escuelas reciban a los niños y jóvenes con aulas y patios limpios, cuidados y decorados? En algunos locales los niños hasta se pelean por conseguir una silla entera. En la gran mayoría no hay comedores, los chicos comen sobre sus pupitres o sentados donde pueden, con los platos sobre la falda. Muchos baños revuelven el estómago: no tienen agua, el papel higiénico es un lujo, carecen de basureros y sus puertas no se cierran. Los patios no tienen juegos, y en los que existen, son peligrosos o dan pena con sus hamacas sueltas o sus toboganes sin escaleras.
Un aula debe ser primero segura, luego limpia, ventilada, acondicionada y cómoda. Una parte de esta enunciación no corresponde exclusivamente a la cantidad de recursos que maneja la escuela, sino al ingenio de docentes y padres, que pueden trabajar mancomunadamente para que un espacio educativo, aunque modesto, sea alegre y limpio, en lugar de sombrío y deprimente.
Para que un niño sea feliz en la escuela y se sienta bienvenido, el espacio debe ser agradable y comunicarle claramente este mensaje: “Te queremos, queremos que acá seas feliz, te sientas seguro y aprendas”.
Gracias al acuerdo firmado entre los gremios de educadores y el Gobierno, que permitirá un reajuste final del 10% para maestros de todas las categorías, las clases se iniciarán hoy. A pesar de todas las precariedades, queremos celebrar su retorno y desearles un buen año de mucho aprendizaje. Y también instar a toda la comunidad educativa a que exija condiciones dignas y buen uso de los recursos públicos para la educación. Es de desear que el presidente Horacio Cartes haga una pausa en su actual inconstitucional pretensión de reelección, y preste atención al drama que sufren hoy decenas de miles de niños en el país.