Expulsemos a los intendentes y concejales inútiles o bandidos

Salvo raras y honrosas excepciones, la mayoría de los municipios del país se encuentran en estado deplorable, lo que es fácil observar con solamente transitar por sus calles. Veredas destruidas desde hace años, basura acumulada, calles destrozadas, tránsito sin reglas ni respeto por nadie, construcciones inseguras, etc. Sus intendentes y concejales se olvidaron de la comunidad que los votó. Alguna vez la ciudadanía debe reaccionar contra los políticos desvergonzados y traidores a sus compromisos éticos y cívicos que toman por asalto las Municipalidades. “Expulsemos a los intendentes y concejales inútiles o bandidos”, debería ser la consigna ciudadana para las elecciones que se llevarán a cabo el próximo mes de noviembre. Es el momento de pasarles la factura cívica a tantos ladrones que están en la función pública. No perdamos esta magnífica ocasión de comenzar a recuperar a nuestros pueblos y ciudades de la peor decadencia vista en décadas.

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Salvo raras y honrosas excepciones, la mayoría de los municipios del país se encuentran en estado deplorable, lo que es fácil observar con solamente transitar por sus calles. Veredas destruidas desde hace años, basura acumulada, calles destrozadas, tránsito sin reglas ni respeto por nadie, construcciones inseguras, etc. Sus intendentes y concejales se olvidaron de la comunidad que los votó, que los escogió entre otros candidatos, muchas veces de buena fe, creyendo que esas personas podrían esmerarse en mejorar su ciudad natal, que podrían servir en forma honesta a sus compueblanos.

Lamentablemente, la gran mayoría de estos electores se equivocó en esta ilusión, o no tuvo otra opción que cargar con estos clavos. Lo cierto es que votamos a una mayoría de candidatos inútiles, ineptos, ladrones o, en el mejor de los casos, a haraganes e indiferentes. Los intendentes suelen ser los peores. Se largan a pugnar por ese cargo para ascender en su carrera política y enriquecerse lo más que puedan, a fin de apuntar después a metas más ambiciosas. Consecuentemente, se dedican a realizar negociados, recaudando con las “comisiones” de obras públicas, con las concesiones dirigidas, licitaciones y contratos amañados y otras fuentes privilegiadas de lucro que, por lo general, comparten con algunos concejales, de modo que no se les ocurra poner “palos en la rueda”.

Cuando en una localidad del interior se realizan algunas obras es porque la empresa que las ejecuta tiene detrás al intendente o a varios concejales entre sus socios o “comisionistas”. Las obras realizadas en estas condiciones suelen ser de pésima factura, porque el negocio consiste en pagar cien por lo que costó veinte. El siguiente intendente se encargará de reparar lo mal construido por el anterior, con lo que facturará de nuevo. Y así sucesivamente, a lo largo de décadas. Los cargos electivos se transmiten con los negociados que les son inherentes. El elegido, por su parte, trata de inventar algunos propios más.

Cualquiera que recorra nuestros pueblos y ciudades puede ver el resultado de una administración comunal inepta y corrupta. Recorriendo las calles de Luque, de San Lorenzo, de Fernando de la Mora, de Mariano Roque Alonso, de Lambaré, por citar ciudades cercanas, ya se reúnen suficientes pruebas para juzgar la gestión de sus intendentes y concejales.

Los mercados de San Lorenzo y Luque, y sus alrededores inmediatos –por poner solo dos ejemplos extremos–, son los más desordenados, mugrientos y pestilentes del país; probablemente de toda Sudamérica, si es que se hicieran comparaciones bien ajustadas. Pero son así desde hace mucho tiempo. ¿Qué hicieron por ordenar, higienizar, civilizar esos zocos inmundos los intendentes y concejales que se fueron sucediendo por docenas, durante lustros, en esas ciudades?

Pero no necesitamos ir tan lejos. En Asunción, difícilmente se recordará una administración más desastrosa que la actual, un intendente más holgazán que Arnaldo Samaniego y un cuerpo municipal más desinteresado de la suerte de su ciudad. Inclusive lo que antes funcionaba más o menos bien en Asunción, ahora está en su máxima decadencia, como el aseo e higiene de los espacios públicos, el desorden del tránsito, la increíble ineficacia de los semáforos, el deterioro de los pavimentos, un cuerpo de policía municipal desmotivado, y un derroche galopante, en el que millones de dólares se pierden en el gran agujero negro de la Municipalidad capitalina.

Para corregir este deprimente escenario, las elecciones comunales que se realizarán este año son ocasión propicia para que las comunidades locales den su veredicto sobre los que administraron su ciudad, hacer efectivas sus quejas y poner a los corruptos e ineptos en el lugar que les corresponde. Si no se aprovecha debidamente esta oportunidad, muchos de esos sinvergüenzas y de esos torpes volverán a ser electos y proseguirán causando daño a su ciudad y a sus vecinos y compueblanos, postergando otros cinco años el anhelado despegue hacia ese futuro mejor que todos desean para el lugar donde habitan.

Alguna vez la ciudadanía debe reaccionar contra los políticos desvergonzados y traidores a sus compromisos éticos y cívicos que toman por asalto las Municipalidades. Nunca más reelegir a los que decepcionaron o traicionaron a sus electores, y no votar tampoco a los dirigentes partidarios irresponsables que permiten que sinvergüenzas e ineptos se cuelen en sus “listas sábana”.

“Expulsemos a los intendentes y concejales inútiles o bandidos”, debería ser la consigna ciudadana para las elecciones que se llevarán a cabo el próximo mes de noviembre. Es el momento de pasarles la factura cívica a tantos ladrones que están en la función pública. No perdamos esta magnífica ocasión de comenzar a recuperar a nuestros pueblos y ciudades de la peor decadencia vista en décadas.

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