La corrupción prostituye la democracia

Entendido como un vicio contaminante de la administración pública, es difícil tener dudas respecto a la veracidad del aserto de que la corrupción no solo destruye las democracias, sino que hasta les impide nacer. Además, es la madre prolífica que genera el subdesarrollo, la pobreza y la ignorancia de los pueblos que la padecen. En nuestro país no cesó el descarado despilfarro de recursos públicos con la caída de la dictadura de Stroessner. Lejos de ello, se acentuó y desordenó, con lo que resulta una consecuencia peor: que ahora se requieren más prebendas para satisfacer el apetito desbordado de políticos y funcionarios que deben financiar sus nominaciones, sus campañas electorales y sus reelecciones con dinero público.

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Entendido como un vicio contaminante de la administración pública, es difícil tener dudas respecto a la veracidad del aserto de que la corrupción no solo destruye las democracias, sino que hasta les impide nacer. Además, es la madre prolífica que genera el subdesarrollo, la pobreza y la ignorancia de los pueblos que la padecen.

Los regímenes que gobiernan fomentando o tolerando la corrupción, valiéndose de ella para potenciar sus ventajas políticas mediante la administración de la inmoralidad en el manejo de los intereses generales, no deben ser calificados de democráticos, pues de esta virtud apenas participan de fachada el día de las elecciones, para cumplir con los requisitos internacionales.

Por su parte, las dictaduras tienen la posibilidad de ser corruptas sin correr riesgos, puesto que no rinden cuentas a nadie y ninguna institución tiene poder para corregirlas o sancionarlas. Ahí están Cuba, Corea del Norte, Siria, Bielorrusia y otros similares, como ejemplos de gobiernos opacos, que no dejan ver nada de su interior, porque si se transparentaran saldría a la luz y al olfato la putrefacción moral de sus intestinos.

Con toda razón, la mayoría de esos países están en las listas de los pueblos más pobres, que mendigan constantes auxilios internacionales en alimentos, medicamentos, fuentes de energía y tecnología, mientras sus gobernantes, jefes militares y caudillos tribales nadan en la abundancia, disfrutan de toda clase de privilegios y hasta se permiten la hipocresía de codearse de igual a igual con gobernantes probos y democráticos en las reuniones políticas internacionales.

En nuestro país aún no cesó el descarado despilfarro de recursos públicos con la caída de la dictadura de Stroessner. Lejos de ello, se acentuó y desordenó, con lo que resulta una consecuencia peor: que ahora se requieren más prebendas para satisfacer el apetito desbordado de políticos y funcionarios públicos que deben financiar sus nominaciones, sus campañas electorales y sus reelecciones con dinero del erario.

Como si esto no fuera suficiente, el Estado destina miles de millones a los famosos subsidios a partidos políticos con representación parlamentaria, con lo que una medida tan inusual como es esta, asumida bajo el cínico pretexto de fortalecer la democracia, alcanza el vergonzoso nivel de una repartija legalizada, mediante la cual las mismas personas que ordenan y ejecutan la medida son las que se benefician con los fondos provenientes de ella.

Estas son las discrecionalidades que, además de los actos de venalidad general que inficionan la administración estatal, perpetúan la pobreza en que continúa inmersa gran parte de nuestra población, pese al crecimiento económico que eventualmente se consiga, casi siempre por circunstanciales factores favorables de origen externo.

Se debe repetir una y mil veces con firmeza y en voz alta cuántas escuelas, caminos, centros de salud o unidades productivas se podrían ir creando en el ámbito rural con el inmenso caudal de dinero que se dilapida en el corrupto régimen de privilegios que padece nuestro país. Las más insultantes contradicciones se exponen ante la vista pública sin que a ningún político se le mueva una pestaña, como que haya escuelas con techos derrumbados, niños dando clases bajo los árboles; centros sanitarios sin insumos básicos como desinfectantes, jeringas o apósitos; caminos vecinales intransitables, etc., etc., mientras los políticos en funciones gubernamentales compran costosos vehículos cada año, pasean por el mundo con jugosos viáticos sin nada útil que hacer, organizan fiestas en las que de ningún placer se privan y tanto más.

Sin embargo, parte de la culpa también le corresponde a nuestra sociedad. Nos corresponde a cada uno, porque, tan acostumbrados a la venalidad como forma de actividad política natural, con injustificable indiferencia y displicencia ética, toleramos a los corruptos entre nosotros. Los políticos y empresarios inmorales no tienen cerrada ninguna puerta en nuestra sociedad; comparten diariamente reuniones con personas honestas en restaurantes, clubes sociales, gremios, acontecimientos festivos; nadie les sanciona con el desprecio que se merecen, para que, si a alguno le queda un resto ínfimo de decencia, se le haga sentir que es socialmente convicto.

La corrupción es el peor lastre que sufren los países latinoamericanos en su camino hacia formas superiores de desarrollo; es la causa más desgraciada de la indignante pobreza que agobia a un tercio de su población, situación bien conocida por quienes alegremente participan del festín del reparto de los fondos públicos, de la elusión y evasión de impuestos, del despilfarro prebendario electoralista.

Como la justicia carece de fuerza y determinación para caer sobre los bandidos de todo tipo que tenemos en nuestra sociedad, por lo menos que la ciudadanía, ejerciendo su derecho a la libertad de expresión, los señale, juzgue y condene, repudiando públicamente a quienes en forma deshonesta generan las condiciones para que nos mantengamos inmersos en la cloaca moral y el vergonzoso atraso que nos aprisiona. Convoquémonos todos a una campaña patriótica para moralizar la sociedad a fuerza de desprecio, denuncias y señalamientos personales. Hagamos esfuerzos para dejar a nuestros descendientes un país para vivir mejor.

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