La corrupción también mata

Hace unos días, un bebé de tres meses muere de neumonía en Fuerte Olimpo porque el avión-ambulancia de la Fuerza Aérea que debía evacuarlo a Asunción, para ser atendido de urgencia, no pudo aterrizar en la pista inundada por las últimas lluvias, pese a los esfuerzos de los pobladores por secarla. En marzo último, una joven parturienta fue trasladada por vía aérea a la capital para que su hemorragia pudiera ser detenida, es decir, debió volar 800 kilómetros para recibir el tratamiento médico que no le podían dar en la citada capital departamental. Vivir en el Paraguay profundo implica un grave riesgo para la salud. Allí, los centros hospitalarios –situados a grandes distancias– carecen de medicamentos, de insumos, de equipos y de personal competente. El bebé fallecido es una de las tantas víctimas de la corrupción y de la indiferencia de los sucesivos gobiernos locales ante el dolor ajeno. No es que haya faltado dinero para Alto Paraguay: faltaron honradez e idoneidad en el manejo de la cosa pública.

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Un bebé de tres meses muere de neumonía en Fuerte Olimpo porque el avión-ambulancia de la Fuerza Aérea que debía evacuarlo a Asunción, para ser atendido de urgencia, no pudo aterrizar en la pista inundada por las últimas lluvias, pese a los esfuerzos de los pobladores por secarla. Aranza Aquino perdió la vida porque el hospital regional fue incapaz de tratar su dolencia y la pista de aterrizaje no está asfaltada, como de hecho no lo está ni un solo metro de camino del Alto Paraguay. Es que tuvo la desdicha de nacer en el departamento más pobre y abandonado del país, ignorado por los gobiernos nacionales y rapiñado por los locales.

En marzo último, una joven parturienta fue trasladada por vía aérea a la capital para que su hemorragia pudiera ser detenida; es decir, debió volar ochocientos kilómetros para recibir el tratamiento médico que no le podían dar en la citada capital departamental. Felizmente, ella y su niño sobrevivieron, algo que la pequeña Aranza no pudo lograr porque la precariedad del centro hospitalario no había sido subsanada, y la construcción del aeropuerto de Fuerte Olimpo empezó recién hace un par de semanas.

En cuanto al Consejo de Salud local, es muy poco lo que está haciendo para evitar que los habitantes de Fuerte Olimpo tengan que realizar una travesía de centenares de kilómetros para salvar sus vidas. Hace un mes montó un espectáculo para donar al hospital regional un motor fuera de borda de 40 caballos de fuerza, que serviría para evacuar a los enfermos en casos de urgencia. El problema es que ellos tienen derecho a ser bien atendidos allí donde residen, para lo cual el Consejo debe gestionar bien los fondos que recibe, al mismo tiempo de urgir al ministerio las medidas administrativas y financieras pertinentes para que nadie se muera porque un avión-ambulancia no pudo aterrizar.

En ese sentido, es muy alentador saber que la capital departamental tendrá dentro de un año un aeropuerto de todo tiempo, tanto para poder evacuar a los pacientes como para favorecer las comunicaciones con el resto del país. El servicio de salud pública debe ser prestado con eficiencia allí donde viven los pacientes. Lo que ocurre en Fuerte Olimpo también ocurre en los demás municipios del postergado Alto Paraguay. No hace falta forzar la imaginación para tener una idea del drama que implicaría contraer una enfermedad en localidades como Toro Pampa, San Carlos, María Auxiliadora, Puerto Guaraní, Carmelo Peralta y Ñu Apu’a, donde viven ais- lados más de diez mil compatriotas chaqueños. De hecho, solo en la capital del departamento, que tiene 82.349 kilómetros cuadrados, hay un hospital, y bastante rudimentario, por cierto.

Vivir en el Paraguay profundo implica un grave riesgo para la salud. Allí, los centros hospitalarios –situados a grandes distancias– carecen de medicamentos, de insumos, de equipos y de personal competente.

El bebé fallecido es una de las tantas víctimas de la corrupción y de la indiferencia de los sucesivos gobiernos locales ante el dolor ajeno. Para que la ciudadanía los recuerde, citamos los nombres de los gobernadores –todos ellos colorados– que han venido despilfarrando más de 350.000 millones de guaraníes, desde 1993 hasta mediados de este año: Tarsicio Sostoa, Óscar Alvarenga, Bernardino Garcete, Nelson Paredes, Vidal Benítez, Nildo Penayo, Erasmo Rodríguez, Rosalba Belmonte de Penayo y Justo Fernández Bauzá. Actualmente, la gobernadora es Marlene Ocampo, quien muestra señales de buscar cambios positivos en el departamento. Aunque haya sido diputado por dos períodos, cabe incluir en esta deplorable lista de inútiles, en el mejor de los casos, al capitoste colorado de la zona José Chamorro, entre cuyas trapisondas figura el cobro de más de 250 millones de guaraníes por “gestionar” el desembolso de royalties para la Municipalidad de Puerto Casado, en 2006.

Como se puede apreciar, no es que haya faltado dinero para Alto Paraguay: faltaron honradez e idoneidad en el manejo de la cosa pública.

Si los pobladores del Alto Paraguay no pueden recibir atención médica donde viven, es porque sus propios gobernadores se han aprovechado de sus cargos para enriquecer sus faltriqueras. A todos ellos se los debería abuchear allí donde se los vea.

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