La prensa es la piedra en el zapato de Rafael Correa

Aunque bien conocido como un Jefe de Estado reaccionario y antidemocrático, pocos podían imaginar que la obsesión autoritaria del presidente ecuatoriano Rafael Correa pudiera ser tan feroz hasta el punto de incitar a la gente a “caerle a patadas” a un periodista por el mero hecho de criticarlo como gobernante. Una de las razones por las que los gobiernos autoritarios buscan coartar la libertad de prensa es porque ella tiene el ojo puesto, no tanto en las clases que democráticamente buscan elevarse desde abajo, sino más bien en el afán de las élites que desde la cúspide del poder político buscan aferrarse al mismo. Mal les pese, el presidente Correa y otros autoritarios de la región deben renunciar a su sanguíneo impulso de “caerles a patadas” a los periodistas que no comulgan con sus gobiernos, salvo que quieran correr el riesgo de que, con el tiempo, sean ellos quienes deban ser corridos por el pueblo, cuyas ansias de libertad son imposibles de suprimir por la fuerza.

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Aunque bien conocido como un Jefe de Estado reaccionario y antidemocrático, pocos podían imaginar que la obsesión autoritaria del presidente ecuatoriano Rafael Correa pudiera ser tan feroz hasta el punto de incitar a la gente a “caerle a patadas” a un periodista por el mero hecho de criticarlo como gobernante. En efecto, el pasado 23 de agosto, durante su acostumbrada perorata sabatina, el Primer Mandatario de ese país se despachó en airados términos contra su compatriota, el periodista Emilio Palacio, exiliado desde 2011, por haber este publicado una nota dando cuenta de un viaje secreto que el gobernante ecuatoriano habría realizado a Nueva York y que el mismo desmintió.

Al respecto, dijo el presidente Correa a sus partidarios: “este sicópata (Emilio Palacio), cómo no va a indignar, compañeros. Por demócrata, tolerante que uno sea, ¿qué harían ustedes, en mi caso, si vieran a un tipo con tanta miseria humana como este? ¿No lo patearían? ¿Ustedes no tienen ganas de caerle a patadas a un tipo así?”.

Los regímenes autoritarios de izquierda que se han hecho con el gobierno en varios países de la región, como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, en su afán de manejar a sus pueblos simulando democracia, se ven obligados a caminar sobre una línea muy fina. Por un lado, estableciendo una apariencia de instituciones democráticas –como elecciones–, sus autoritarios gobernantes incorporan al proceso político nacional a grupos emergentes, sin otorgarles poder democrático pleno, con la única finalidad de estabilizar su gobierno dándole alguna legitimidad popular. Sin embargo, cuando las elecciones se convierten en una farsa, como en Venezuela, y las legislaturas están controladas por el grupo oligárquico de poder que responde al Presidente de la República, como en Ecuador y Bolivia en la actualidad, sucede que la mayoría de los ciudadanos de esos países reacciona demandando progreso hacia una democracia real y no de mera fachada, aumentando, en vez de disminuir, los problemas políticos que aquejan a tales regímenes.

Esto es exactamente lo que está sucediendo actualmente en los países citados. Cansada del autoritarismo de sus gobernantes que, invocando democracia, buscan perpetuarse en el poder por medio de elecciones recurrentes pero fraudulentas, la gente reacciona reclamando democracia plena y libertad de opinión, sentir popular del que invariablemente se hace eco la prensa libre, donde ella existe. Y aunque, como decía el célebre canciller alemán Otto von Bismarck, “la prensa no es la opinión pública”, es, sin embargo, la antena receptora de las aspiraciones populares, que amplificadas retornan a esa mítica mayoría cada vez menos silenciosa que es la opinión pública, gracias a la libertad de prensa y a las redes sociales de comunicación de internet.

Una de las razones por las que los gobiernos autoritarios buscan coartar la libertad de prensa es porque ella tiene el ojo puesto, no tanto en las clases que democráticamente buscan elevarse desde abajo, sino más bien en el afán de las élites que desde la cúspide del poder político buscan aferrarse al mismo, como los gobernantes “bolivarianos” de la región que en la actualidad buscan eternizarse en el poder, a la manera de su mentor Hugo Chávez.

Al igual que este, muchos políticos ambiciosos como Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador han adoptado algunos aspectos de sistemas políticos democráticos, permitiendo partidos políticos de oposición, elecciones, constituciones y demás, al tiempo de hostigar a sus oponentes y encontrar maneras de retener el poder en sus manos. Obviamente, nadie puede predecir con exactitud el final de estos gobiernos autoritarios, pero difícilmente sea el progreso económico duradero de sus países ni el mejor bienestar de sus pueblos, como lo proclaman sus líderes, sino turbulencias políticas semejantes a la Primavera Árabe que ha sacudido a algunos países del Medio Oriente y cuyo desenlace aún queda por verse.

Para que eso no ocurra en nuestra región, los gobiernos que se benefician del autoritarismo deben permitir que el proceso electoral democrático se convierta en una realidad efectiva. Deben renunciar a la manipulación de los resultados de las elecciones. Deben aceptar competir en términos justos con las nuevas fuerzas políticas emergentes que buscan acceder al poder mediante procedimientos democráticos genuinos y transparentes, y hasta compartir con ellas el poder, o, en última instancia, perderlo. Independientemente de que sean o no competitivos en cuanto al resultado económico de sus gestiones de gobierno, para sobreponerse a la incertidumbre inherente a cualquier sistema político autoritario, las élites dominantes que sostienen a estos gobiernos en la región deben apostar, más temprano que tarde, a la democracia verdaderamente representativa, so pena de caer en manos de autócratas, como los hermanos Castro en Cuba.

Para que esta opción optimista sea posible en nuestro continente, lo primero que deben hacer los gobiernos autoritarios de la región, como los de Venezuela, Ecuador, Bolivia y en cierta medida Argentina, es levantar todas las medidas restrictivas de la libertad de prensa que con diversos pretextos y diferentes formas han ido articulando para coartar el derecho de los ciudadanos a manifestar su opinión, y a tomar conciencia de la realidad nacional mediante la prensa libre y los medios de comunicación social ahora a su alcance.

Así las cosas, y mal les pese, el presidente Rafael Correa y otros gobernantes autoritarios de la región deben renunciar a su sanguíneo impulso de “caerles a patadas” a los periodistas que no comulgan con sus gobiernos, salvo que quieran correr el riesgo de que, con el tiempo, sean ellos quienes deban ser corridos por el pueblo, cuyas ansias de libertad son imposibles de suprimir por más fuerza que se emplee.

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