Los jóvenes reclaman su lugar

Una publicación de prensa indica que algunos jóvenes del Partido Colorado se quejaron de la poca atención que reciben en esa organización política, que se encuentran desplazados del poder a tal punto que hace 14 años no se realizan elecciones juveniles y diez años las de mujeres. Alertaron además que, en los últimos años, se registró un descenso de la cantidad de afiliados menores de treinta años, lo que, a largo plazo, compromete el futuro del propio partido. Este mismo fenómeno puede advertirse claramente, sin estudios estadísticos minuciosos, en otras entidades políticas y sindicales, en las que claques de adultos se hicieron fuertes, erigiendo barreras que no dejan resquicio para que los representantes del sector etario menor penetren sus corazas. Es necesario, pues –y los jóvenes deben exigirlo–, que las organizaciones políticas, gremiales y asociaciones en general, promuevan la participación juvenil en sus cuadros directivos, pues airearán esas estructuras cerradas y viciadas.

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Una publicación de prensa indica que algunos jóvenes del Partido Colorado se quejaron de la poca atención que reciben en esa organización política, que se encuentran desplazados del poder a tal punto que hace 14 años no se realizan elecciones juveniles y diez años las de mujeres. Alertaron además que, en los últimos años, se registró un descenso de la cantidad de afiliados menores de treinta años, lo que, a largo plazo, compromete el futuro del propio partido.

Este mismo fenómeno puede advertirse claramente, sin estudios estadísticos minuciosos, en otras entidades políticas y sindicales, en las que claques de adultos se hicieron fuertes, erigiendo barreras que no dejan resquicio para que los representantes del sector etario menor penetren sus corazas. Los escasos jóvenes a los que se ve alcanzar puestos superiores o integrar listas electorales lo logran consiguiendo la venia interesada de los mayores. De esta forma, se puede pronosticar que tenemos “escombros” para rato en nuestras organizaciones partidarias, mientras los pocos jóvenes que han sido elevados al liderato no lo fueron por sus méritos sino fueron catapultados por los capitostes para tenerlos como verdaderos peones de sus intereses, y dar de paso la apariencia de “renovación”.

No es necesario repetir las consabidas frases acerca de la relación que existe entre la juventud y el futuro, ni la necesidad de que las organizaciones sociales y políticas se sometan periódicamente a la renovación de ideas y de impulsos dinámicos que se supone que la gente joven trae consigo, pues este fenómeno pertenece a la experiencia humana mundial.

En todas partes ocurre que las estructuras institucionales envejecen y caducan por su propia obsolescencia y por el avejentamiento de quienes las dirigen. Los políticos veteranos, aunque aportan el valor de la experiencia y la prudencia, degradan estas ventajas con la pérdida gradual de visión e iniciativa para el cambio, con la ausencia de entusiasmo para el ajuste de lo que es viejo a las necesidades del presente, y con una débil o nula predisposición a abandonar sus privilegios, aunque sea lo recomendable para el progreso o mejoramiento colectivo.

Por eso es frecuente escuchar a jóvenes de los partidos tradicionales, pero asimismo a los dirigentes estudiantiles universitarios, exigir mayor presencia para sus representaciones en las instancias de decisión. Actualmente, en la Universidad Nacional de Asunción, por ejemplo, permanece efervescente un conflicto que se generó, justamente, por la falta de entendimiento entre los estudiantes y los adultos –autoridades académicas y docentes– acerca de cuál debe ser la proporción entre estos tres estamentos en los consejos que gobiernan la universidad.

Los jóvenes consideran que poseen escasa representación en los organismos que manejan la institución a la que pertenecen, y que esto supone que siempre están en desventaja a la hora de tomarse decisiones sobre asuntos que son de su interés primario. Ante esta situación, suelen producirse dos desenlaces posibles: o una presión para cambiar el balance de poder y participación, o el desánimo y la retracción.

A lo que más deben temer los adultos que manejan corporaciones, organizaciones políticas y sociales, asociaciones sin fines de lucro como los clubes, incluso los administradores de empresas económicas, es el desinterés y la apatía de los miembros jóvenes en quienes cada uno de esos grupos deposita su esperanza de permanencia y prolongación en el tiempo.

En el caso específico de los partidos más antiguos y estructurados de nuestro país, no se observa en ellos interés particular por promocionar gradualmente a su sector juvenil dentro de la organización, de tal suerte que cada miembro joven posea la certeza de que podrá realizar una carrera de méritos, y tener idénticas posibilidades de alcanzar las metas que están fijadas.

Lo que se ve es que cada uno debe intentar avanzar por su cuenta, abriéndose camino a los codazos entre otros, solitariamente, escalando posiciones a fuerza, no de méritos propiamente dichos, sino de movidas astutas, respaldos especiales de padrinos influyentes o aprovechando momentos y coyunturas repentinamente favorables.

En nuestro país es evidente el fenómeno del alejamiento gradual de los jóvenes de los partidos políticos tradicionales. A los que muestran interés por la política –que hoy por hoy son los menos– se los ve, no buscando adherirse a las organizaciones existentes, donde saben que tendrán que hacer una forzosa, larguísima e incierta conscripción, sino formando grupos y movimientos nuevos, diferentes en la concepción misma de la forma de organización y la práctica de la acción en el seno social.

Pero cuando se proponen intervenir en comicios políticos, nuestro sistema electoral se convierte en un gran obstáculo para ellos. Mientras sean grupos bisoños, careciendo de suficientes miembros para cubrir todas las mesas electorales requeridas, nunca podrán enterarse de cuántos votos reciben realmente, ya que en los locales donde no tienen representantes sus boletines son repartidos entre los que sí los tienen. Esta vergonzosa conducta podrá parecer éticamente inadmisible al ciudadano común, pero para los políticos es moneda corriente. El que está ausente en un local de votación puede considerarse electoralmente difunto en ese lugar.

Por lo general, a los jóvenes se suele atribuir características de personalidad que son tenidas por débiles en el ambiente adulto, como la impaciencia, la ingenuidad, la emocionalidad y cierto apego a la ética y corrección de los procedimientos que, en nuestra política, no son bien vistos. Aun siendo así, la compensación que proveen con su entusiasmo, su imaginación, su creatividad, su predisposición desinteresada a cooperar y una visión más amplia de las posibilidades que ofrece el mundo moderno, los convierten en actores insustituibles de toda organización que pretenda afianzarse, mantenerse saludable en el tiempo y progresar.

Queda todavía mucho por decir acerca de los jóvenes que, decepcionados de las barreras que los adultos hoy instalan a su paso, rompen, no solamente con las organizaciones sino con la sociedad misma, volviéndose marginales y adoptando conductas violentas, como reacción contra un sistema al que acusan de no escucharlos ni admitirlos. Los efectos de estas rupturas suelen llevar a situaciones mucho más peligrosas para la convivencia social y seguridad pública que la mera apatía o desinterés.

Es necesario, pues –y los jóvenes deben exigirlo–, que las organizaciones políticas, gremiales y asociativas en general, promuevan la participación juvenil en sus cuadros directivos. Esta clase de medidas será saludable para ellas mismas y para la sociedad toda, porque airearán esas estructuras cerradas y viciadas, y harán posible la inevitable transición generacional como un proceso natural, pacífico e ininterrumpido.

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