Los sindicatos y la moral pública

La derrota de la dictadura en nuestro país, hace ya un cuarto de siglo, no tuvo la virtud de influir en la recuperación ética del aparato sindical más grande en nuestro país, que es el público. Si antes la gran mayoría de las organizaciones de este tipo estaban servilmente sometidas al stronismo, dominadas por los “pyrague” y secuaces del “Primer Obrero de la República”, después del advenimiento de la democracia, en vez de liberarse también ellas, purgarse moralmente e integrarse a la sociedad libre, se convirtieron en islas reaccionarias dominadas por dirigentes autoritarios y manipuladores. Nuestra clase obrera, nuestros trabajadores en general, tienen ante sí la alta tarea de purificar sus organizaciones sindicales, expurgando a los logreros, oportunistas y aprovechados. En este 1º de mayo, al mismo tiempo de rendirles un homenaje de admiración y respeto a todos los trabajadores del país, exhortamos al sindicalismo y a los sindicalistas a sumarse con entusiasmo a la tarea nacional de barrer de nuestra patria la espantosa corrupción que la está manteniendo en la pobreza y el atraso.

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La derrota de la dictadura en nuestro país, hace ya un cuarto de siglo, no tuvo la virtud de influir en la recuperación ética del aparato sindical más grande en nuestro país, que es el público. Si antes la gran mayoría de las organizaciones de este tipo estaban servilmente sometidas al stronismo, dominadas por los “pyrague” y secuaces del “Primer Obrero de la República”, después del advenimiento de la democracia, en vez de liberarse también ellas, purgarse moralmente e integrarse a la sociedad libre, se convirtieron en islas reaccionarias dominadas por dirigentes autoritarios y manipuladores, que emplearon los privilegios que les concedió la legislación laboral para ganar dinero sin trabajar, eternizarse en sus cargos, confabularse con políticos y para dar golpes de negociados a su institución, intimidar a los jefes que no se someten a sus designios, y pasarse la vida pidiendo al Gobierno privilegios indebidos o interfiriendo en las decisiones políticas de este cuando entran en juego sus ventajas particulares.

La patria y los intereses superiores de la sociedad parecen ser conceptos desconocidos para estos sindicalistas. Jamás se les vio realizar algún renunciamiento especial en nombre de esos valores. La vara con la que miden su acción son sus intereses egoístas, que a menudo ni siquiera incluyen los de sus colegas sindicalizados, sino exclusivamente los de las camarillas dirigentes.

Nos estamos refiriendo a las organizaciones sindicales de instituciones públicas, de esas que se multiplican como hongos en cada entidad estatal para aprovechar mejor los privilegios legales que obtienen sus líderes de esa condición. Estas organizaciones son las que todavía no tuvieron su 3 de febrero. Lo único que aprecian de la democracia es la posibilidad que les garantiza realizar huelgas, salir en manifestación a las calles, bloquear accesos, molestar a la mayor cantidad posible de gente para llamar la atención sobre sí, sin que les caigan encima las cachiporras policiales.

Los sindicatos del sector privado, por el contrario, evolucionaron hacia formas de organización más abiertas y menos vulnerables a la corrupción, por no estar sometidos al vaivén político y a las tentaciones que supone trabajar en el sector público, donde predomina tan poderosamente el ambiente de temor e incertidumbres, de influencias políticas malignas, de prebendas y sobornos.

Hay muchas clases de trabajadores en este país, y la fecha de su día no debería igualarlos, porque se estaría cometiendo la injusticia de mezclar a los sinvergüenzas con las personas dotadas de principios éticos, que, sindicalizadas o no, hacen de su condición de trabajadoras un modo de vida y una virtud, que mantienen clara conciencia de la realidad social y económica que el país vive y solo recurren a medidas de fuerza en reclamo de sus derechos, sin inventarlos, exagerarlos ni pretender otorgarles carácter de sacralidad suprema, vale decir, sin reclamar su prioridad absoluta sobre todos los demás derechos de la ciudadanía, como es la nota principal que caracteriza a los otros, a los que lo ético y lo patriótico les resbalan.

Muchos sindicalizados del ámbito del funcionariado estatal hacen poco mérito para recibir el honor y la distinción de ser considerados miembros de la clase social mencionada. Al pretender medrar a costa de los recursos públicos, influir con politiquería, favorecer el prebendarismo, enriquecerse fraudulentamente aprovechando sus posiciones, e interferir en toda iniciativa que no convenga a sus negocios particulares, se apartan de la categoría de “servidores públicos”, como gustan denominarse, para convertirse en parásitos públicos y, en ocasiones, hasta en enemigos públicos.

Nuestra clase obrera, nuestros trabajadores en general –ya sin hacer distinciones– tienen ante sí la alta tarea de purificar sus organizaciones sindicales, expurgando a los logreros, oportunistas y aprovechados, especialmente si estos se hicieron con la dirigencia con malas artes, traficando influencias o maniobrando para seducir electoralmente, manipulando voluntades y utilizando a sus organizaciones y a sus compañeros para provecho propio.

Todo nuestro país necesita de redención ética, es cierto, pero los trabajadores, en toda la extensión del término, constituyen la parte más numerosa de la población y, por tanto, la que tiene más posibilidades de influir para mejorar la sociedad. Lamentablemente, hasta ahora no han demostrado tener la voluntad de ejercer con honradez y eficacia ese poder, porque la contribución de sus organizaciones a la transformación moral, la que apunta al progreso y a la construcción de una sociedad más equitativa y decente, no está visible en ninguna acción concreta.

En ese sentido, los trabajadores organizados deberían salir a manifestarse en las calles, no solamente para reclamar beneficios y privilegios, como es su derecho, sino también para contribuir a las finalidades sociales citadas. Sería altamente reconfortante verlos marchar contra la inmoralidad en la gestión pública, el enriquecimiento fraudulento de políticos inescrupulosos, el latrocinio, la impunidad, el tráfico de influencias y las prerrogativas injustas. Hay muchos males contra los cuales podrían protestar y muchos bienes colectivos que reclamar.

En este 1º de mayo, al mismo tiempo de rendirles un homenaje de admiración y respeto a todos los trabajadores del país, exhortamos al sindicalismo y a los sindicalistas a sumarse con entusiasmo a la tarea nacional de barrer de nuestra patria la espantosa corrupción que la está manteniendo en la pobreza y el atraso.

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