Mburuvicha Róga, una seccional colorada

El 19 de marzo de este año, en una reunión con dirigentes colorados del departamento de Paraguarí, el Presidente de la República se refirió a la residencia oficial de Mburuvicha Róga como Colorado Róga, agregando que él es un “presidente colorado (…) puesto por el Gobierno colorado” (sic) y que nadie le libraría del deber de trabajar por su partido. Se debe admitir que está cumpliendo con su palabra, pues Mburuvicha Róga se ha vuelto de hecho un “puesto de comando” colorado, de cara a los comicios municipales del próximo 15 de noviembre. El problema radica en que la persona que debería ser el presidente de todos los paraguayos actúa como si lo fuera solo de sus correligionarios, degradando así el cargo que ocupa y convirtiendo a los demás en ciudadanos de segunda clase, que deben resignarse a observar cómo una residencia oficial, costeada también por ellos, se convierte en un centro de operaciones colorado.

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El 19 de marzo de este año, en una reunión con dirigentes colorados del departamento de Paraguarí, el Presidente de la República se refirió a la residencia oficial de Mburuvicha Róga como Colorado Róga, agregando que él es un “presidente colorado (…) puesto por el Gobierno colorado” (sic) y que nadie le libraría del deber de trabajar por su partido. Lo dijo durante la campaña electoral para llevar a la presidencia de la ANR al diputado Pedro Alliana, cuya candidatura fue definida en un encuentro realizado justamente en la residencia presidencial, como Horacio Cartes recordó en la citada ocasión. Se debe admitir que está cumpliendo con su palabra, pues Mburuvicha Róga se ha vuelto de hecho un “puesto de comando” colorado, de cara a los comicios municipales del próximo 15 de noviembre. Se trata de una vivienda que pertenece al Estado y cuyo mantenimiento corre a cargo de todos los contribuyentes: el Presidente de la República no es su dueño, de modo que comete un abuso al utilizarla para recibir a numerosos candidatos, quizás ávidos de recibir algo más que aliento e instrucciones.

Esta última suposición se funda en lo que el prominente anfitrión manifestó el último 15 de julio, al celebrar la victoria de sus candidatos en las elecciones internas, en las que también se disputaron las candidaturas para las municipales: “Es la primera vez que no se hace campaña con el dinero del Estado; se hace con el dinero del Presidente de la República”.

Dejando de lado que implícitamente acusó a los anteriores Presidentes de la República colorados de haber cometido o tolerado el delito de malversación de fondos públicos en campañas electorales, aquí importa señalar que, dada la generosa experiencia recogida, quienes llegaron a ser candidatos gracias al apoyo económico de Horacio Cartes querrían conquistar ahora las Intendencias y las Juntas Municipales con ese mismo apoyo.

Más allá de la legislación electoral vigente, el problema radica en que la persona que debería ser el presidente de todos los paraguayos actúa como si lo fuera solo de sus correligionarios, degradando así el cargo que ocupa y convirtiendo a los demás en ciudadanos de segunda clase, que deben resignarse a observar cómo una residencia oficial, costeada también por ellos, se convierte en un centro de operaciones colorado.

El sectarismo que el actual jefe del Poder Ejecutivo exhibe ante los comicios municipales es de larga data. Se remonta por lo menos a la convención de la ANR de noviembre de 2014, cuando aseguró a los delegados que “no van a encontrar un colorado más enérgico en pintar el mapa del Paraguay con intendencias coloradas que este presidente de la República”, expresión que reforzó hace poco más de un mes, en una reunión partidaria hecha en el municipio de Tomás Romero Pereira, al anunciar que pondrá “hasta lo que no tiene” para “aplastar con votos” a los candidatos de la oposición.

Da la impresión de que Horacio Cartes cree que los comicios venideros serán una suerte de plebiscito acerca de su gestión gubernativa y que, por lo tanto, debe empeñarse en ganarlas por su propio honor, aunque ello implique ignorar normas electorales y éticas. En efecto, en la última alocución referida no tuvo reparos en señalar que “cuando los colorados arremeten, lo hacen con tanta fuerza que aplastan y hasta con transgresiones” (las negritas son nuestras), empleando un vocabulario impropio de un Jefe de Estado. También es presumible que su coloradismo acérrimo responda al “fanatismo de los conversos”, dado que se afilió a la ANR hace solo seis años; se diría que quiere despejar toda duda sobre su fervor republicano, olvidando su condición de presidente de la República, para lanzarse al ruedo como un seccionalero más.

A la ciudadanía no le interesa cuán colorado sea él, sino que se dedique a cumplir los deberes y ejercer las atribuciones que la Constitución establece, atendiendo el interés general y no solo al de sus correligionarios. Un Jefe de Estado no tiene “la obligación de trabajar” por su partido, sino por su país, para lo cual conviene que se coloque por encima de las contiendas partidarias, respetando la función que ejerce.

Los vecinos de las 250 localidades deberían elegir a los intendentes y a los concejales municipales considerando su idoneidad, su honradez y su vocación de servicio antes que su carnet partidario. En cambio, el Presidente de la República cree que sus correligionarios deben votar a los candidatos colorados aunque no reúnan ninguno de esos atributos. Para él, lo importante es “pintar el mapa” de colorado, aunque ello acarree, eventualmente, que en muchos lugares continúen el latrocinio –como es el caso de Roberto Cárdenas en Lambaré–, la ineptitud y la pereza con que muchos de sus correligionarios han lastimado al país.

Resulta chocante, entonces, que el Presidente de la República, que más de una vez habló de modernizar el Paraguay, reitere los viejos vicios de la politiquería criolla. El Jefe de Estado debería elevarse a la altura de su cargo, para ser mucho más que el presidente de facto de un partido. Dar al país un “nuevo rumbo” supone abandonar el sectarismo y dedicar los mayores esfuerzos a promover el bienestar de todos los paraguayos, sin tener en cuenta ni la polca ni el pañuelo. Un estadista no tiene anteojeras partidarias, sino una idea clara de lo que cabe hacer por un país: se esfuerza por realizarla cada día, sin inmiscuirse en contiendas electorales ajenas a sus funciones ni perder el tiempo en tareas propias de un jefe partidario. Hacer de Mburuvicha Róga una seccional colorada implica degradar la investidura otorgada por el pueblo paraguayo, es decir, ofenderlo.

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