Música y televisión por decreto

La Ley de Telecomunicaciones no autoriza a la Conatel a regular la programación de las emisiones radiales y televisivas fijando un porcentaje de programas nacionales y extranjeros, ni establecer un horario de protección al menor, ni prohibir que se emitan solo en un idioma extranjero. Según el titular de Conatel, se pretende modificar la citada ley para permitir al ente establecer las mencionadas regulaciones, limitando así severamente la gestión de los medios de comunicación masiva. El proteccionismo que se tendría en mente para alentar las producciones radiales y televisivas paraguayas sería tan nocivo como el que se impone en otros campos. Las ofertas de origen nacional deben tener aceptación por ser de buena calidad y satisfacer necesidades de los consumidores. Es inconcebible que la ley obligue al público a ver y escuchar malos programas por el solo hecho de que sean paraguayos. Lo mejor en esta materia es dejar el delicado tema en manos de los oyentes y de los espectadores: ellos saben muy bien qué les gusta o les conviene.

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La Ley de Telecomunicaciones no autoriza a la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel) –ni explícita ni implícitamente– a regular la programación de las emisiones radiales y televisivas fijando un porcentaje de programas nacionales y extranjeros, ni establecer un horario de protección al menor, ni prohibir que se emitan solo en un idioma extranjero.

Según informaciones proporcionadas por el propio presidente de la Conatel, Eduardo González, en el proyecto de modificación de la Ley 642/95 de Telecomunicaciones, que se halla en estudio, se pretende conceder al ente atribuciones que le permitan establecer las mencionadas regulaciones, limitando severamente la gestión de los medios de comunicación masiva.

Obligar a que cierto porcentaje de la programación sea necesariamente generado en el país equivale a obligar a los supermercados a tener en sus góndolas cierta cantidad mínima de productos nacionales. El proteccionismo que se tendría en mente para alentar las producciones radiales y televisivas paraguayas sería tan nocivo como el que se impone en otros campos. Las ofertas de origen nacional deben tener aceptación por ser de buena calidad y satisfacer necesidades de los consumidores. Actualmente, existen programas locales razonablemente bien hechos que tienen aceptación del público, e incluso una película paraguaya ha traspasado las fronteras ganando premios internacionales. De modo que si los paraguayos desearan escuchar o ver programas nacionales de calidad, no haría falta una normativa que garantizara la oferta. Sería muy dudoso que el efecto pretendido sea logrado obligando a la gente a preferir algo por decreto, ya que el público tiene hoy muchas opciones y no solo en las zonas fronterizas. La televisión por cable e internet –cada vez más difundidos– ofrecen infinitas alternativas que escaparían a la regulación proyectada.

Es inconcebible que la ley obligue al público a ver y escuchar malos programas por el solo hecho de que sean paraguayos. Nuestro diario siempre ha instado a consumir productos nacionales, pero nunca ha pretendido que se asegure para ellos cierto segmento del mercado. Sería del agrado de todos que los programas radiales y televisivos concebidos y realizados aquí fueran atractivos para la audiencia, pero sería inaceptable que deban ser propalados aunque no tuvieran aceptación.

En similar sentido, es aconsejable que las radioemisoras y los canales de televisión tengan un horario de protección al menor, sin obviar, por supuesto, que son los propios padres quienes deben ocuparse de impedir que sus hijos tengan acceso a ciertos contenidos. El Estado no los puede suplir en su tarea educativa, menos aún considerando que, lo mismo que en el caso anterior, la posibilidad de que los menores escapen a la restricción horaria sería actualmente bastante amplia si sus padres fueran demasiado permisivos.

En cuanto a la prohibición de que las emisiones se realicen solo en idioma extranjero, aparentemente, también en este caso se querría fijar un porcentaje mínimo de emisiones en español o en guaraní, con el objeto de proteger la cultura nacional. Pero ella, más bien, debe ser promovida a través del sistema educativo, de modo que los paraguayos prefieran siempre ver o escuchar programas ofrecidos en uno de los idiomas oficiales. Si la pretensión es que los hijos de los brasileños que viven en el este del país, por ejemplo, se integren a nuestra comunidad lingüística, es preferible intentarlo a través de la escuela. Si no se familiarizan con el español ni con el guaraní, recurrirán a la televisión por cable, a internet y, desde luego, a las ofertas radiales y televisivas brasileñas. Por lo demás, si lo que interesa es precautelar la identidad nacional, también habría que prohibir que un periódico sea editado en lengua extranjera y obligar a que en los cines se muestren solo películas dobladas al español o al guaraní, aparte de vedar la importación de libros publicados en otros idiomas. En su momento, la dictadura obligó a las radioemisoras –aparte de la cadena oficial y “La voz del coloradismo– a reservar cierto espacio para la emisión de polcas y guaranias. La medida no sirvió ni para aumentar la creatividad de los compositores paraguayos ni para despertar o acentuar el gusto de los compatriotas por nuestra música folclórica.

Hoy, más que nunca, es inútil tratar de reforzar o defender la producción nacional, la inocencia de los niños y los adolescentes o la pureza de la paraguayidad mediante imposiciones como las referidas. La creatividad productiva, la moralidad y el aprecio por los idiomas oficiales no pueden ser impuestos por decreto, sino que deben surgir, respectivamente, del esfuerzo y vocación orientados a satisfacer la demanda, de los valores inculcados en las familias y del fomento de la lectura y la escritura.

“Queremos saber hasta dónde podemos entrar y hasta dónde podemos exigir”, dijo el presidente del Directorio de la Conatel. Lo mejor es que en esta materia ni entren ni exijan, y que dejen todo este delicado tema de los gustos personales y la libertad en manos de los oyentes y de los espectadores: ellos saben muy bien qué les gusta o les conviene.

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