Nada que lamentar

Fidel Castro ha muerto. Desde que tomó el poder en 1959, millones de cubanos en el exilio y muchos más dentro de Cuba han esperado ansiosamente este momento para el brutal líder de la más larga dictadura registrada jamás en el continente. Se calcula que durante su larga dictadura el 20% de la sociedad cubana terminó exiliada, y se estima que murieron o desaparecieron más de 100.000 personas, entre fusilados, asesinados, muertos en prisión, además de unos 70.000 que murieron en el mar mientras intentaban escapar y otros 13.000 en guerras en el extranjero cuando Fidel intentaba “exportar” su revolución. Para la mayoría de los cubanos en la isla y en el exilio, el único resultado aceptable de esta muerte es una genuina transición democrática, lo que solo podrá alcanzarse con elecciones libres, para que la sociedad cubana escoja a sus nuevos líderes lejos de la imposición que venían soportando por casi sesenta años. Para nuestro diario, que durante tanto tiempo ha venido criticando al oprobioso régimen castrista, y para esos millones de cubanos que se opusieron y se oponen todavía al sangriento régimen que oprime a la isla, con la muerte de Fidel Castro no hay nada que lamentar.

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Fidel Castro ha muerto. Desde que tomó el poder en 1959, millones de cubanos en el exilio y muchos más dentro de Cuba han esperado ansiosamente este momento para el brutal líder de la más larga dictadura registrada jamás en el continente. Esto, porque cuando se creía que al delegar el poder en su hermano Raúl, de la mano de este vendría el anhelado cambio político con que soñaban, todos se equivocaron. El partido comunista retiene rígidamente el poder, sin permitir oposición política alguna. El Estado domina férreamente la economía y las fotos del guerrillero Che Guevara aún se ven en muchos sitios.

El periodista y escritor cubano Carlos Alberto Montaner, que alterna su residencia entre Miami y Madrid, realiza una acertada descripción del régimen cubano, del que sostiene que “Acabó con uno de los países más prósperos de América Latina y diezmó y dispersó a la clase empresarial, pulverizando el aparato productivo”. El mismo autor reconoce los avances en educación y salud en la isla, uno de los argumentos siempre mencionados por los panegiristas de Fidel para justificar su régimen. Pero al respecto, Montaner sostiene que ese dato “confirma el fracaso de un sistema con mucha gente educada y saludable incapaz de producir, hambrienta y entristecida por no poder vivir siquiera como clase media, lo que los precipita a las balsas”. Agrega que el 20% de la sociedad cubana terminó exiliada y que mantuvo en las cárceles a decenas de miles de presos políticos durante muchos años.

El “Proyecto Verdad y Memoria” calcula que durante la “revolución” de Castro murieron o desaparecieron más de 100.000 cubanos. Esta cifra se desglosa en 5.732 fusilados, asesinados o desaparecidos; 515 muertos en prisión por negligencia médica, suicidio o accidente, mientras los muertos en el mar tratando de escapar se estiman en más de 70.000. A todo ello, el citado proyecto agrega que murieron 13.000 cubanos en guerras en el extranjero, en los intentos de Fidel de “exportar” su revolución.

No solo los cubanos en el exilio en Miami y Nueva York son los que aguardaban con ansiedad que le llegara el fin al sanguinario dictador, que provocó la cruel separación de millares de familias durante la larga tiranía impuesta por su régimen. Ese sueño de libertad ahora se renueva en el alma de todo el pueblo cubano, y abre la esperanza de que muerto el dictador sobrevenga la democracia en la Patria de Martí.

Aunque el Estado esté plagado de corrupción, los ciudadanos de ese país tienen buen nivel de educación y buena salud, con lo que por fin ahora podrán aplicar esas cualidades en libertad en beneficio de su patria. Así, con la muerte del líder de la revolución comunista que aisló a Cuba del mundo democrático, el pueblo cubano está en condiciones de sacudir los resabios del comunismo fosilizado y forzar la democratización de su país y su plena reintegración en el concierto de las naciones democráticas del mundo.

Para la mayoría de los cubanos de la isla y en el exilio, el único resultado aceptable de la muerte de Fidel Castro es una genuina transición democrática, lo que solo podrá alcanzarse con elecciones libres, para que la sociedad cubana escoja a sus nuevos líderes lejos de la imposición que venían soportando por casi sesenta años.

Por esta singular posibilidad que se le abre, el pueblo cubano celebra el fin de Fidel Castro, pues considera que con ello se remueve el peso muerto que lastraba el anhelado cambio político para el retorno de las libertades en la isla.

Aunque esperado desde hace tiempo, el deceso del dictador se produce en un momento oportuno para Cuba, dado el descongelamiento de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos impulsado por el presidente Barack Obama con la cooperación del papa Francisco. Lo único que faltaba era, precisamente, la desaparición del palo en la rueda, el anciano líder comunista.

Lo que el pueblo cubano espera ahora que Fidel ha muerto es que la comunidad internacional presione al gobierno de Raúl Castro para implementar un referéndum y una democrática elección multipartidaria, liberar a los centenares de presos políticos que el Gobierno comunista mantiene en las cárceles, redactar una nueva Constitución y permitir una prensa libre. Con todo, no debe ser Estados Unidos el que imponga el modelo de gobierno democrático que debe tener Cuba, sino el propio pueblo cubano en pleno goce de libertad política.

Para nuestro diario, que durante tanto tiempo ha venido criticando al oprobioso régimen castrista, y para esos millones de cubanos que se opusieron y se oponen todavía al sanguinario régimen que oprime a la isla, con la muerte de Fidel Castro no hay nada que lamentar. Que Dios lo tenga donde se merezca.

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