Nuestra democracia requiere de partidos políticos fuertes

Por definición, los partidos políticos en una democracia son entidades de interés público para promover la participación de los ciudadanos en la vida democrática. Como organización de ciudadanos, de acuerdo con los principios de la democracia representativa, hace posible el acceso de estos al ejercicio del poder público mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo. La democracia necesita de partidos políticos fuertes, por lo que es necesario que los líderes partidarios posean las condiciones personales necesarias para armonizar los diferentes intereses en juego, dentro y fuera de sus partidos. Para nada ayudan las disputas internas entre facciones de un mismo partido que se pelean como si fueran opositores. Sería bueno para la salud de la democracia del país que los líderes políticos depongan actitudes personalistas que dividen a sus partidos, y que, por el contrario, realicen esfuerzos para que se unan y se fortalezcan cada vez más.

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Por definición, los partidos políticos en una democracia son entidades de interés público para promover la participación de los ciudadanos en la vida democrática. Como organización de ciudadanos, de acuerdo con los principios de la democracia representativa, hace posible el acceso de estos al ejercicio del poder público mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo. Tras el derrocamiento del dictador Alfredo Stroessner hace 26 años, la transición hacia la democracia como un todo ha sido positiva en nuestro país, aunque más lenta y menos efectiva de lo esperado por la ciudadanía. Los desafíos que restan muestran que si bien las elecciones limpias son necesarias, ellas están lejos de ser suficientes cuando falta la vigilancia a los electos por parte de los electores.

En tal sentido, Paraguay precisa ahora desarrollar controles más efectivos para exigir responsabilidad a los políticos y funcionarios públicos ante los ciudadanos, a fin de ir erradicando lo más rápido posible la desbordante corrupción que infecta la administración del Estado. Ella corroe la legitimidad popular de la democracia al desnaturalizar el concepto de la igualdad ante la ley, y debilita la posibilidad de que los funcionarios públicos rindan cuenta de sus actos ante la justicia.

Tradicionalmente en el Paraguay la dinámica de la corrupción ha estado dirigida por una lógica partidista. Por esa razón, el combate a la corrupción nunca fue una prioridad para los dos partidos políticos tradicionales en función de gobierno, el Colorado y el Liberal, que se turnaron en el poder desde el fin de la Guerra contra la Triple Alianza. En el cuarto de siglo de vida democrática del país, ningún presidente de la República hizo del combate a la corrupción una pieza central de su administración.

El gobierno del “nuevo rumbo” de Horacio Cartes, al igual que el de sus predecesores, prometió “cortarles la mano” a los ladrones de caudales públicos, pero hasta ahora su promesa se fue con el viento. Con diferentes métodos, algunos incluso con base legal pero utilizados retorcidamente como la “adecuación salarial”, los políticos de todos los partidos siguen esquilmando las arcas estatales en las narices del Presidente... y continúan con las dos manos intactas.

La dimensión principal de la democracia es la representatividad popular, o sea la canalización de la voluntad pública en la política a través de representantes electos. De acuerdo con esta idea, las preferencias políticas de los funcionarios electos deberían reflejar aquellas del electorado y no las de los dirigentes de sus partidos, como sucede actualmente en nuestro país por causa de las “listas sábana”, el artificio legal con que se burla la voluntad popular que debería ser libremente expresada en las urnas.

La democracia necesita de partidos políticos fuertes, por lo que es necesario que los líderes partidarios posean las condiciones personales necesarias para armonizar los diferentes intereses en juego, dentro y fuera de sus partidos. Para nada ayudan las disputas internas entre facciones de un mismo partido que se pelean como si fueran opositores. Es el momento, por tanto, de que los líderes de todos los partidos demuestren su talento y su capacidad personal de relacionamiento entre sí y con sus bases.

Lo que está ocurriendo en los partidos políticos del país debería ser corregido, pues resultan notorios los niveles de insatisfacción y disgusto para con ellos. Urge entonces que las élites políticas impulsen acciones dirigidas a restaurar en sus respectivos partidos sus roles tradicionales como principales interlocutores entre gobernantes y gobernados.

En la campaña de saneamiento moral de la sociedad paraguaya después de la caída de la dictadura, los partidos políticos han aportado muy poco, si algo. Han sido, más bien, los medios de comunicación los que más fuertemente están comprometidos con el cambio. Estos han cumplido una variedad de funciones, aumentando la responsabilidad de las autoridades, como cotidianamente puede leerse en las páginas de los diarios, y escucharse y verse en los programas radiales y televisivos.

Al dar voz a las personas, movimientos sociales, partidos políticos y grupos de intereses, los medios de comunicación ayudan a los electores a discernir quiénes merecen participar en el debate público e influenciar la agenda política. De esa forma, y contrariamente a lo que manifiestan “narcopolíticos” y funcionarios públicos corruptos, la prensa es el mejor aliado con que cuenta la clase política paraguaya para superar las lamentables crisis internas por las que están pasando.

En democracia los partidos se organizan, se lideran y se consolidan mediante la sensatez y la capacidad personal de sus líderes. En ese sentido, sería bueno para la salud democrática del país que los líderes políticos depongan actitudes personalistas que dividen a sus partidos, y que, por el contrario, realicen esfuerzos para que se unan y se fortalezcan cada vez más.

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