Paraísos fiscales financian terrorismo islámico

El salvaje ataque terrorista perpetrado en París por agentes del autodenominado Estado Islámico (EI) ha reavivado la preocupación de los países democráticos de Occidente, tanto por su seguridad interior como por la amenaza que esta organización terrorista representa por su capacidad de proyectar con eficacia acciones terroristas hasta el corazón mismo de las potencias militares y económicas del mundo. Con toda razón, pues, las potencias económicas y militares del mundo, como el resto de las naciones, actualmente están en camino de unirse para hacer frente a este peligroso embrión de Estado terrorista. El EI tiene en el petróleo que explota en los territorios ocupados en el norte de Siria e Irak una fuente de ingreso, y la mafia petrolera que maneja este negocio opera financieramente a través de los paraísos fiscales que, junto con el crimen organizado transnacional, conforman el lado oscuro de la globalización. La comunidad internacional debe buscar consensos para acabar con estos paraísos fiscales que alimentan a organizaciones terroristas, como primer paso para combatir la violencia irracional que hoy aterroriza al mundo.

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El salvaje ataque terrorista perpetrado en París por agentes del autodenominado Estado Islámico (EI) ha reavivado la preocupación de los países democráticos de Occidente, tanto por su seguridad interior como por la amenaza que esta organización terrorista representa por su capacidad de proyectar con eficacia acciones terroristas hasta el corazón mismo de las potencias militares y económicas del mundo.

A diferencia de su aliado Al Qaeda, el EI se ha autoproclamado como un Estado Islámico Revolucionario cuyo avance no se detendrá, según su máximo líder, Abu Bakr al Baghdadi, quien en julio de 2014 declaró que un día el EI uniría a “los caucásicos, hindúes, chinos, sirios, iraquíes, yemeníes, egipcios, magrebíes (africanos norsaharianos), americanos, franceses, alemanes y australianos”. Con toda razón, pues, las potencias económicas y militares del mundo, como el resto de las naciones, actualmente están en camino de unirse para hacer frente a este peligroso embrión de Estado terrorista que, de no ser contenido en su proclamado afán de exportar el terrorismo islámico a cualquier país del mundo, podría precipitar una III Guerra Mundial, como lo alertara el papa Francisco.

Los recientes atentados de París han demostrado que la amenaza representada por el EI es exacerbada adicionalmente por una paradojal combinación de inseguridad y sobreconfianza en ambos lados. Los líderes del EI saben que su posición es tenue y que tanto Francia como Estados Unidos, Inglaterra, Rusia o cualquier otra nación poderosa puede triturarlo, más aún si se unen en una alianza como parece ser la tendencia tras los últimos atentados de París.

La reacción de las potencias occidentales inducirá a que los líderes yihadistas intensifiquen su agresividad terrorista en aquellos países más fuertemente empeñados en su contra, como Estado Unidos, Rusia y Francia, ahora. No hay dudas acerca de que las fuerzas militares de los países europeos aglutinadas con las de Estados Unidos en la OTAN tienen el poderío para aplastar al Estado revolucionario enclavado en parte de Siria e Irak. A diferencia de lo acontecido con Al Qaeda, que carecía de territorio y financiaba sus acciones terroristas con dinero proveído por simpatizantes árabes multimillonarios, como Osama bin Laden, el EI tiene en el petróleo que explota en los territorios ocupados en el norte de Siria e Irak una fuente de ingreso. El crudo es exportado a través de oleoductos a Turquía y desde allí vendido a la mafia petrolera que opera los mercados “spot” del codiciado insumo alrededor del mundo. Como es harto sabido, estas mafias operan financieramente a través de los paraísos fiscales que, junto con el crimen organizado transnacional, conforman el lado oscuro de la globalización, y que hasta ahora las naciones democráticas desarrolladas no consiguen o no quieren transparentar.

El EI controla actualmente una franja de tierra más grande que el Reino Unido. Este territorio produce bienes y servicios por valor de entre US$ 4.000 millones y 8.000 millones anualmente. Sus rentas anuales alcanzan apenas unos US$ 500 millones. Esta capacidad económica es absolutamente insuficiente para sostener un ejército de yihadistas estimado actualmente en unos 30.000 hombres, armado y equipado con material bélico de última generación, por más de que carezca de aviación. ¿De dónde obtiene, entonces, EI el dinero que demanda mantener operativa una fuerza militar de tal importancia y de paso financiar actos terroristas en el exterior? La respuesta es: de fondos depositados en los paraísos fiscales establecidos en países desarrollados de Occidente.

De acuerdo con un informe de la Casa Blanca de 2011, el crimen organizado transnacional, y los paraísos fiscales a través de los cuales este opera, “tiene implicaciones espantosas para la seguridad pública, la salud pública, las instituciones democráticas y la estabilidad económica”. De hecho, el comercio ilícito y las entidades financieras localizadas en los paraísos fiscales a través de las cuales opera el crimen organizado transnacional son los que proporcionan al EI la enorme cantidad de dinero que necesita para impulsar su extensión a partir de las áreas sunitas en que nació, así como la provisión del moderno armamento con que cuenta. Con el financiamiento desde los paraísos fiscales, el EI tiene la posibilidad real de expandir su control en los territorios de países más débiles cercanos, como Jordania, el Kurdistán iraquí y el resto de Siria. Así que la amenaza no es moco de pavo.

Ante este complejo escenario de convulsión revolucionaria terrorista representado por el EI, la opinión política prevaleciente en Estados Unidos y países europeos amenazados por el terrorismo islámico es que, para acabar con la insurgencia del EI, la alianza concertada debe hacer dos cosas: intervenir los paraísos fiscales desde los cuales el crimen organizado transnacional financia la agresión de las hordas sunitas radicalizadas en Siria e Irak, y, simultáneamente, desplegar fuerzas militares terrestres para recuperar el territorio bajo su control. De hecho, hasta ahora ninguna guerra se ha ganado sin la ocupación militar del territorio enemigo; solo con bombardeos aéreos las fuerzas del EI no serán derrotadas.

En realidad, los paraísos fiscales, estén ellos establecidos en Suiza, Islas Caimán, Bulgaria, Rusia, Guinea-Bissau, Myanmar y otros conocidos lugares alrededor del mundo, representan para los países democráticos una amenaza política, con serias implicaciones de seguridad nacional. La escala y el alcance de las más poderosas organizaciones criminales a través de los paraísos fiscales se equiparan fácilmente con las más grandes corporaciones multinacionales. Y, por supuesto, las organizaciones criminales han buscado siempre corromper los sistemas políticos para su propio provecho, como podría ser el caso de la súbita emergencia de las hordas sunitas fundamentalistas del EI que ha sorprendido atrozmente a la tradicionalmente hospitalaria sociedad francesa.

La comunidad internacional debe buscar consensos para acabar con los paraísos fiscales que alimentan a organizaciones terroristas, como primer paso para combatir la violencia irracional que hoy aterroriza al mundo.

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