Pésima gestión municipal en Asunción

La pésima labor municipal es deprimente. Los partidos políticos son los culpables de que candidatos incapaces o negligentes lleguen a los cargos de intendente y gobernadores, al permitir que puedan participar en las internas. Si en las organizaciones políticas los más mediocres logran superar a los mejores, hay que inferir que, además de la incultura política del electorado, es criticable la ineptitud de los partidos, fracasando en su misión principal de educar al adherente, orientar al elector y elevar el nivel cultural de la ciudadanía, para lo cual cobran miles de millones de guaraníes del erario. Como los políticos han demostrado que de ellos se puede esperar bien poco, en manos de la ciudadanía está depositada la posibilidad de un cambio real, involucrándose en las actividades cívicas, ya sea impulsando a algún líder sobresaliente en su comunidad, formando nuevos movimientos, o desenmascarando a los ladrones públicos y otros averiados que pugnan por los cargos de intendentes o concejales.

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La pésima labor municipal en Asunción es deprimente. Se alegará que esto mismo se dijo de varias administraciones anteriores en muchas ocasiones y que, pese a esto, la mayoría de los asuncenos volvió a cometer el mismo error, es decir, votar por candidatos de los que anticipadamente ya se sabía que serían ineptos para el cargo o que estarían más interesados en escalar posiciones políticas antes que servir a la ciudad y a sus habitantes.

Los partidos políticos son los culpables de que candidatos inoperantes, incapaces o negligentes lleguen a los cargos de intendente y gobernadores, al permitir que puedan participar en las internas.

De modo que si en las organizaciones políticas los más mediocres logran superar a los mejores, hay que inferir que, además de la incultura política predominante en nuestro electorado, es criticable la ineptitud de los partidos, fracasando en su misión principal de educar al adherente, orientar al elector y elevar el nivel cultural de la ciudadanía, finalidad para la cual cobran miles de millones de guaraníes del erario.

Así que, dentro de la democracia que tenemos aquí y ahora, es fácil que personas venales, ineptas o haraganes sin conchabo presenten su candidatura, repartan suficiente cantidad de dádivas y acaben ganando elecciones, para terminar ocupando cargos públicos en que se administran el dinero, el interés y el futuro de la gente, valores fundamentales cuya suerte, de esta manera, queda en las peores manos.

Júzguense solamente algunos puntos: en Asunción, en la actualidad, no existe ninguna acción municipal destinada a mantener las vías públicas en un estado de utilización regular. Calles y avenidas están llenas de baches, que se agrandan con cada lluvia. Las reparaciones que se hacen son tan deficientes que no soportan un chaparrón. Los paseos centrales están descuidados, algunos llenos de basura, otros con plantas desatendidas u ocupados por vendedores informales que los destruyen aún más que el abandono.

La ineptitud de la administración comunal se advierte en algo tan elemental como el arbolado de los espacios públicos. Mantener la vegetación en esta ciudad ha de ser la tarea más fácil del mundo, pues la naturaleza hace casi todo el trabajo. En lo único que debe complementársela es con una o dos sanitaciones, una poda anual y un poco de riego. Es una nimiedad, pero ni esto se puede ejecutar. Baste con pasear por la avenida Mariscal López –una vía por la que el intendente, los concejales y la mayoría de los funcionarios transitan diariamente– observando el estado en que se encuentran sus árboles para tener una radiografía de la incapacidad comunal y, más que nada, de su indiferencia.

El pésimo estado de las veredas, especialmente las del centro histórico, señala con el dedo acusador a todas las administraciones municipales de los últimos treinta años. En esas veredas es imposible que sin ayuda caminen niños pequeños, ancianos, personas que tienen problemas de locomoción o con dificultades de equilibrio. ¿Qué iniciativa toma la autoridad municipal para resolver este problema que convierte a nuestro centro histórico en un lugar inhóspito y desagradable? Nada. Ni se entera del problema.

Luego viene el caso de los desechos esparcidos en calzadas y aceras, las aguas servidas, los semáforos inconexos de las calles Montevideo, Estados Unidos, Brasil y transversales, por poner solo algunos ejemplos, aparatos obsoletos que más que ayudar entorpecen, asociándose a la falta de ochavas en las esquinas y al mal estado del pavimento para lograr que la fluidez del tránsito en Asunción sea una de las peores del país. Sin olvidar la apropiación de veredas por parte de particulares, para estacionamiento, “show room” comercial, lavadero de vehículos, talleres, depósito y los más diversos fines, que acaban por retratar una capital que, en este momento, quizás sea una de las más desatendidas del continente.

Ni hablemos del tránsito que diariamente debe soportar el habitante de la ciudad, totalmente caótico, y en medio del cual, como dijimos en un reciente editorial, el más bruto pasa primero.

Si las actuales autoridades municipales asuncenas quieren consolarse, podrían decir que “ninguno de estos males apareció recién cuando nosotros nos hicimos cargo”. Eso es cierto; preexistían; pero los males de hoy son la acumulación de las torpezas y negligencias de las administraciones anteriores, y aumentarán a su vez la base de los problemas que esta deje en herencia, haciendo que sean mayores, más difíciles y onerosas sus soluciones.

El intendente asunceno Arnaldo Samaniego, antes de dormir, debería todas las noches releer su programa de gobierno, para recordar las promesas que formuló a su electorado –y que personalmente, con todo su equipo, vino a hacernos en ABC Color–, así como revisar las peticiones que le listaron los vecinos de los barrios que recorrió a lo largo de su campaña electoral y, después, cotejar con lo que hizo hasta ahora. Si todavía le importan su prestigio personal y la imagen que va a dejar impresa en las páginas de la historia de la política y de la ciudad –más aún considerando que tiene intenciones de reelección–, seguramente se levantará al día siguiente con el ímpetu necesario para tomar la enérgica e irreversible determinación de exigir a sus colaboradores solucionar al menos varios de esos problemas.

La casi cinco veces centenaria ciudad de Asunción, capital eterna de la República, merece gente más ética y patrióticamente comprometida con ella que la que, lamentablemente, le toca en suerte en cada elección municipal de intendente. En la próxima, el electorado capitalino debe tener mejor visión y conciencia cívica al momento de marcar su boletín de voto y elegir a quienes sí poseen méritos y antecedentes que los avalen para tan importante cargo, y no solamente el haber andado agitando pañuelos partidarios durante varios años. Como los políticos han demostrado que de ellos se puede esperar bien poco, en manos de la ciudadanía está depositada la posibilidad de un cambio real, involucrándose de lleno en las actividades cívicas, ya sea impulsando a algún líder sobresaliente en su comunidad, formando nuevos movimientos o, inclusive, desenmascarando a los ladrones públicos y otros averiados que pugnan por los cargos de intendentes o concejales.

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