Política de gallinero

Como viene ocurriendo ya desde hace varios años, nuevamente en el Congreso se observa una lucha comparable a una jauría que se disputa un zoquete, esta vez tan solo para nombrar a miembros de comisiones, una tarea que debiera ser de rutina, designando a los más aptos para cada grupo de trabajo. Pero no: la vergonzosa politiquería contamina hasta los espacios más insignificantes en ese poder del Estado. De este modo, en este momento son los senadores los que, una vez más, están ofreciendo un feo espectáculo de irracionalidad y desconsideración hacia la ciudadanía, haciendo que el Congreso se parezca más a una cocina, donde se mezclan los ingredientes a gusto de los comensales, que a un cuerpo colectivo gobernante. Además, altos exponentes, como el senador Enrique Bacchetta y el propio titular del Senado en aquel entonces, Mario Abdo Benítez, admiten que el dinero que corre bajo la mesa permea al Congreso. ¿Cuánto tiempo más los ciudadanos y las ciudadanas deben aguantar –y solventar– a quienes vienen traficando desvergonzadamente con sus genuinos intereses? Se trata de delincuentes con fueros, la mayoría de los cuales ingresaron al amparo de las nefastas “listas sábana”.

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Como viene ocurriendo ya desde hace varios años, nuevamente en el Congreso se observa una lucha comparable a una jauría que se disputa un zoquete, esta vez tan solo para nombrar a miembros de comisiones, una tarea que debiera ser de rutina, designando a los más aptos para cada grupo de trabajo. Pero no: la vergonzosa politiquería contamina hasta los espacios más insignificantes en ese poder del Estado.

Así, en este momento la Cámara de Senadores está virtualmente paralizada. Algunos miembros no asisten, otros se retiran para impedir el tratamiento de alguna cuestión en la que llevan las de perder, otros asisten solamente si ven la probabilidad de sacar ventaja de alguna coyuntura favorable.

Lo que llama la atención es que los desórdenes internos que periódicamente se producen en ese ámbito no guardan relación directa con los partidos o sus respectivas bancadas, sino con grupos que se forman internamente para adoptar posturas concordantes o enfrentar a otros, cuya trama llega a ser tan intrincada que, visto desde afuera, nadie entiende quién es quién y qué pretenden las “camarillas” que se conforman y se diluyen a una velocidad que no deja tiempo ni siquiera para seguir su traza.

De modo que, en este momento, son los legisladores de la Cámara de Senadores los que, una vez más, están ofreciendo un feo espectáculo de irracionalidad y desconsideración hacia la ciudadanía en sus actitudes y conductas, males que demuestran fehacientemente la declinación a la que conducen a su ya desprestigiada institución. Un Congreso que actualmente se parece más a una cocina, donde se mezclan los ingredientes a gusto de los comensales, que a un cuerpo colectivo gobernante.

¿Cómo llegó esta máxima institución liberal republicana a tan deplorable estado de cosas en nuestro país? Con frecuencia, hasta se da el caso de que influyentes miembros de ese poder del Estado se acusan desembozadamente de aceptar sobornos para dirigir sus votos hacia algún interés particular espurio. Ahora mismo, en declaraciones periodísticas, el senador colorado Enrique Bacchetta afirmó que algunos legisladores “forman filas” para recibir sobornos –si bien no utilizó esa palabra– del Poder Ejecutivo para apoyar tal o cual decisión. “Es difícil probarlo, pero se habla de G. 37.500.000 mensuales a algunos legisladores, y cuando hay decisiones delicadas, va a 50 millones o más también para algunos”, expresó. Y aún más, Bacchetta sostuvo que habría también pagos semanales para dejar o no sin quorum las sesiones, según la conveniencia del pagador.

Incluso, el entonces presidente del Congreso, Mario Abdo Benítez, reconoció recientemente que el dinero corre bajo la mesa, que “permea todas las instituciones, y el Congreso no se salva”.

No es posible creer que estos “representantes del pueblo” –ampuloso término con el que gustan halagarse a sí mismos– sean personas orgullosas de haber recibido la confianza popular, mediante los votos depositados a su nombre en las urnas democráticas, porque, de ser así, hubiesen puesto más empeño en dar lustre a su cuerpo legislativo y a sí mismos, presentándose ante la sociedad como legisladores serios, rectos profesionales de la política, dedicados a atender los intereses superiores de su país, puestos al servicio de él y de sus conciudadanos. Lejos de ello, lo que hacen es lo que tenemos ante la vista: rebajar sus cámaras al nivel de cenáculos partidarios y oficina de negociados.

Como puede verse, a menudo los “fatos” que enfrentan internamente a los legisladores se conocen gracias a las declaraciones que hacen ellos mismos, en medio de sus agitadas trifulcas. Cuando se indignan por las maniobras que se perpetran y que ocasionalmente les afectan, dejan “el micrófono abierto”, a fin de que esas cosas salgan a la luz para ver de desprestigiar al contrincante.

Mirando en conjunto, los legisladores genéricos –senadores, diputados y concejales– se llenaron de malas artes para “sobrevivir” en medio de la jungla semisalvaje en la que convirtieron a sus colegiados, organismos en los que los animales grandes se apoderan de los mejores manjares dejando a los demás contentarse con las migajas. Aunque, si estas operaciones no se realizan en forma adecuada, entonces las mayorías de pequeños animales defraudados y hambrientos pueden paralizar el funcionamiento de la jungla mediante el arma del quorum.

La bochornosa situación en el Senado coloca ahora a su presidente actual, Robert Acevedo, ante la exigencia que le formulan los jefes de las manadas de anular la distribución de membresías ya hecha, que se barajen de nuevo y se repartan otra vez las cartas, de tal suerte a corregir las supuestas “arbitrariedades” cometidas anteriormente.

Más allá de la razonabilidad de estos reclamos, es evidente que este conflicto nunca debió producirse. Y si se produjo, es simplemente porque a nuestras legislaturas siguen accediendo personas inescrupulosas, sin vocación alguna por la patria, excesivamente sectarias, con mentalidad de gallinero, codiciosas de poder y de dinero, capaces de postergar los asuntos de Estado más urgentes hasta tanto se resuelva sus negocios particulares.

Es de esta clase de políticos que la sociedad paraguaya tiene como tarea principal desligarse. Porque, cabe preguntar, ¿cuánto tiempo más los ciudadanos y las ciudadanas deben aguantar –y solventar– a quienes vienen traficando desvergonzadamente con sus genuinos intereses? Se trata de delincuentes con fueros, la mayoría de los cuales ingresaron al amparo de las nefastas “listas sábana”, las que deben ser desmanteladas lo antes posible mediante la presión pública firme y sostenida de hombres y mujeres de este país que desean un presente mejor y un futuro promisorio para sus hijos.

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