Se acabó la plata, llegó el hambre

La emergencia económica que vive Venezuela es el resultado de dieciséis años de espantosa corrupción. Cuando el barril del petróleo costaba 120 dólares, los chavistas quedaron con gran parte de los altos ingresos y financiaron a los “compañeros de ruta” del continente e incluso de España. En vez de corregir sus disparates, la dictadura venezolana quiere profundizar la crisis huyendo hacia adelante. El hambre arrecia, así que la tragedia de ese país no puede prolongarse por tiempo indefinido. Le guste o no a Nicolás Maduro, el chavismo tiene los días contados.

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El Diario de las Américas publicó en agosto del año pasado que la persona más rica de Venezuela era María Gabriela Chávez, hija del inefable bolivariano fallecido Hugo Chávez y representante permanente de ese país ante las Naciones Unidas: tenía nada menos que 4.297 millones de dólares en sus cuentas bancarias de Andorra y Estados Unidos. Cabe recordar ahora el dato en vista de que el extravagante Nicolás Maduro dictó recientemente un decreto de emergencia económica que le otorgaría plenos poderes para legislar por decreto durante 60 días prorrogables, medida que fue convalidada por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), manejado por los chavistas. Sin embargo, la Asamblea Nacional (Parlamento), ahora con mayoría opositora, tratará hoy el citado decreto.

Esa emergencia económica, manifestada en una crisis alimentaria sin precedentes, es el resultado de dieciséis años de espantosa corrupción. En nombre del pueblo, se ha venido robando mucho en Venezuela, tanto que se habla de toda una “boliburguesía” beneficiada por los latrocinios del chavismo. A la corrupción como causa del drama venezolano deben sumarse una notoria ineptitud y un furioso estatismo, que han terminado por hambrear a la población. Cuando el precio del barril de petróleo en el mercado internacional era de 120 dólares, los chavistas se quedaron con gran parte de los altos ingresos y financiaron a los “compañeros de ruta” del continente e incluso de España. No sentaron bases para la prosperidad, porque para ello se necesitan honestidad, idoneidad y políticas económicas sensatas. El festín chavista llegó a su fin con la fuerte reducción del precio internacional del petróleo, que hoy está por debajo de los 30 dólares. Ahora Maduro pretende que “papá Estado” venezolano disponga de bienes del sector privado para intentar garantizar el abastecimiento de productos básicos, lo que con toda seguridad no solucionará el problema y solo llevará de hecho a más confiscación de bienes de la gente que a duras penas sigue trabajando.

En vez de corregir sus disparates, la dictadura venezolana quiere profundizar la crisis huyendo hacia adelante, es decir, hacia el abismo. Está con la soga al cuello y lo sabe. En su desesperación, atribuye el catastrófico fracaso a una “guerra económica” provocada por el imperialismo y sus aliados internos. Trata de exculparse atribuyendo a supuestos enemigos las consecuencias de sus graves errores, algo nada raro en la política latinoamericana. Como se sabe, la culpa siempre la tienen los otros.

El hambre arrecia, así que la tragedia venezolana no puede prolongarse por tiempo indefinido. Si la Unión Soviética se desplomó sin dispararse un tiro debido, sobre todo, a que su sistema económico era incapaz de generar suficiente riqueza, y si Cuba se está abriendo cada vez más a las inversiones extranjeras, incluyendo las norteamericanas, Maduro no podrá seguir aferrado al tragicómico Socialismo del Siglo XXI, que tanto castiga a los venezolanos. Le guste o no, el chavismo tiene los días contados. Es que contra los escandalosos desaciertos del bolivarianismo no hay palabrerío que valga: tarde o temprano, la realidad se impone a cualquier ideología trasnochada, y ni qué decir a una que ha fracasado en todas partes, como enseña la dolorosa historia del socialismo recalcitrante.

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