Stroessner y Hugo Chávez, un solo corazón

Cuando los paraguayos leemos que Hugo Chávez les está amenazando a los venezolanos que si no votan por él “habrá guerra civil”, que él “garantiza paz, estabilidad y crecimiento económico”, nos parece revivir los tiempos del dictador Stroessner, el “único líder”, el “segundo reconstructor del Paraguay”. Es asombrosa la similitud de procedimiento y proclamas que tienen en común los dictadores, sean de izquierda o derecha. Copiando a Stroessner, quien apelaba a la “democracia sin comunismo”, Chávez busca por todos los medios asustar a los venezolanos con el cuco del “Imperio”. Pero no hay que descartar también que, como sucedió con Stroessner, sean los militares venezolanos los que finalmente terminen volteándolo al dictador Chávez, al menos si este se resiste a entregar el poder en caso de una victoria de la oposición. Al final, todas las tiranías acaban a cañonazo limpio.

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Cuando los paraguayos leemos que Hugo Chávez les está amenazando a los venezolanos que si no votan por él “habrá guerra civil”, que él “garantiza paz, estabilidad y crecimiento económico”, nos parece revivir los tiempos del dictador Alfredo Stroessner, el “único líder”, el “segundo reconstructor del Paraguay”. Es asombrosa la similitud de procedimientos y proclamas que tienen en común los dictadores, sean de izquierda o derecha.

Si con referencia al discurso de Chávez hiciéramos abstracción de su persona y nos imaginásemos estar escuchando a Stroessner en su tiempo, no notaríamos ninguna diferencia en cuanto a hipocresía, virulencia e intimidación. De igual modo, cuando observamos la iracunda prensa chavista nos parece estar leyendo el diario colorado Patria o estar escuchando “La Voz del Coloradismo” de la época más álgida de aquella infame dictadura que los paraguayos tuvimos que sufrir 35 años.

Tal paralelismo entre ambos autócratas no es casual. Las coincidencias de sus métodos para hacerse con el poder y sostenerse en él son obvias. Ambos fueron más bien advenedizos sociales con lentejuelas en sus hombros antes que charreteras. Ambos iniciaron su marcha hacia la conquista del poder mediante fallidos golpes militares contra gobiernos legítimos de sus países; Stroessner en octubre de 1948 contra el presidente Juan Natalicio González, y Chávez en febrero de 1992 contra el presidente Carlos Andrés Pérez. Ambos fueron hombres en apuros por alcanzar el poder, compelidos por ambiciones políticas y económicas, y ambos fueron por eso grandes timadores. Finalmente, ambos accedieron a la presidencia de la República al amparo de las instituciones democráticas, pero se volvieron contra ellas tan pronto lograron consolidarse en el cargo.

Y hay otro paralelismo: el instrumento institucional de que se valieron para apuntalar sus regímenes fueron las fuerzas armadas de sus respectivos países, a las que transformaron en guardias pretorianas, subvirtiendo sus principios y misiones constitucionales mediante un populismo cuartelero corrompido, orientado a identificarlas con la política de gobierno que impulsaban y obligándolas a jurar lealtad no a la Patria, sino a sus personas. Así, Stroessner sustentó su autoritario régimen sobre la “trilogía de hierro” Gobierno, Partido Colorado y Fuerzas Armadas.

Para el efecto, mediante disposiciones administrativas, exigió como requisito que todo ciudadano que deseara ingresar a las filas de las Fuerzas Armadas como oficial o suboficial, obligatoriamente tenía que “afiliarse” al Partido Colorado, histórica agrupación política con la que se embanderó el dictador para articular su poder. La misma exigencia regía para quienes deseaban acceder a un cargo público.

Como Stroessner, lo primero que hizo Chávez al asumir el poder fue socavar la institucionalidad democrática de la Fuerza Armada de Venezuela (FAN) –tradicionalmente conocida como “Ejército forjador de libertades”, en alusión al libertador Simón Bolívar–, obligando a los militares venezolanos a jurar lealtad personal al jefe de Estado e identificando a la FAN con el desecho ideológico castro-marxista del “socialismo bolivariano del siglo XXI”. Extravío ideológico complementado con la creación de las “milicias bolivarianas”, agrupación paramilitar calcada más de las SS de Hitler que de los “macheteros de Santaní” de Stroessner.

Chávez despilfarra miles de millones de petrodólares que pertenecen al pueblo venezolano para mantener en sus garras la economía de su país, no precisamente para el crecimiento, sino con la finalidad de asegurarse estabilidad en el poder mediante la conformación de redes de clientela política, proporcionando servicios sociales a cambio de adhesión y dirigiendo el enriquecimiento de sectores privados afines o dependientes del régimen. A través de esos fondos, Chávez garantiza la subsistencia básica de menesterosos sectores sociales, lo cual, en tiempos de crisis, le permite conservar el apoyo de un importante porcentaje de la población venezolana.

Obviamente, Stroessner no tenía la petrochequera de Chávez, pero, no obstante, aplicó la misma eficaz estrategia populista, al menos durante el auge de la construcción de las usinas hidroeléctricas binacionales de Itaipú y Yacyretá, cuando le chorreaban dólares, teniendo a su hijo mayor, Gustavo Stroessner, como principal recaudador, junto con los directores generales de las usinas.

Al igual que Stroessner, Hugo Chávez no gasta sus petrodólares en proyectos sociales genuinos, generando condiciones económicas para el combate a la desigualdad y la pobreza –que durante su gobierno han aumentado antes que disminuir–, sino en generosas ayudas a cambio de hurras y aplausos a los babosos gobernantes de los países menesterosos del ALBA, el conglomerado de Estados ideológicamente alineados con el marxismo castro-chavista. Stroessner también buscaba afanosamente soporte internacional para apuntalar su larga dictadura, pero obviamente carecía de los abundantes recursos como el que despilfarra a manos llenas el gorila venezolano, y tenía que contentarse con su credencial de “democracia sin comunismo”, en un todo equivalente a la mentirosa fraseología con que Chávez procura disfrazar su autocrático régimen.

“Hasta las familias ricas, piénsenlo bien, deberían votar por Chávez. Los profesionales, piénsenlo bien, deberían votar por Chávez porque nosotros garantizamos la paz, la estabilidad del país. ¿A ellos les conviene una guerra civil? No le conviene a nadie”, amenazó recientemente el Mandatario venezolano.

Copiando a Stroessner, Chávez busca por todos los medios asustar a los venezolanos con el cuco del “Imperio”, que, pese a sus provocativos desvaríos ideológicos, hasta ahora le compra casi la mitad de su producción diaria de petróleo, pudiendo muy bien no comprarle una sola gota. Claro que el Gobierno norteamericano tiene una razón de pragmatismo económico para esto: la cercanía de Venezuela como fuente de suministro.

La oposición política rechaza los comentarios alarmistas de Chávez sobre una posible guerra civil si ella gana las elecciones que se avecinan. Sucede que estos totalitarios en cierto modo tienen razón cuando corren con la vaina de la guerra civil a los pueblos, porque es solo con una guerra civil o una revuelta armada como se los pueden sacar de encima a estos bandidos que se aferran al poder con uñas y dientes, al amparo de un ejército convertido en guardia pretoriana para defender su autocracia. Esto quedó fehacientemente demostrado con las revueltas de los pueblos árabes del Medio Oriente que recientemente dieron por tierra con las tiranías sultanísticas que los mantuvieron sojuzgados por décadas.

No hay que descartar, pues, la posibilidad de que, como Stroessner, sean los militares venezolanos los que finalmente terminen volteándolo al dictador Chávez, al menos si este se resiste a entregar el poder en caso de una victoria de la oposición. Al final, todas las tiranías acaban a cañonazo limpio.

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