Votando por los verdugos

Numerosos candidatos, algunos de pésimos antecedentes y otros ya conocidos por sus deplorables gestiones al frente de sus respectivas comunas, han sido electos como candidatos de los partidos Colorado y Liberal para las elecciones municipales de noviembre próximo. Algún equipo de sociólogos debería estudiar y explicar alguna vez por qué sus pésimos antecedentes no han impedido que sus correligionarios les vuelvan a dar un voto de confianza. Es decir, en vez de ser castigados en las urnas, fueron premiados como si lo que hicieron o dejaron de hacer en el ejercicio del cargo no tuviera importancia, y como si los constantes reclamos no atendidos de los vecinos no deberían traducirse en un repudio electoral. Inexplicablemente, un alto porcentaje de los paraguayos continúa votando por sus verdugos. En una sociedad sana, en la que reinan valores como la honradez y se respetan ciertos atributos como la capacidad personal, esta clase de candidatos nunca podrían ejercer un cargo electivo. En nuestro país, sin embargo, se atreven y tienen éxito porque la ciudadanía no participa activamente para ponerlos en su debido lugar.

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Denilso Sánchez Garcete, con orden de captura y prófugo, hermano del hoy ya célebre Carlos Rubén “Chicharõ” Sánchez Garcete, encarcelado en un proceso por lavado de dinero, fue electo candidato del Partido Colorado para intendente de Capitán Bado, frontera con Brasil. En la cercana Nueva Italia, fue electo por el mismo partido Eugenio Sanabria Cantero, un prócer del stronismo que estuvo en la cárcel tras la caída del dictador Stroessner por malos manejos como director de la Administración Nacional de Navegación y Puertos (ANNP), de la que fue titular. Para mayor paradoja, este último pertenece al movimiento “Honor Colorado”, apoyado y financiado por el presidente Horacio Cartes, quien prometió que les cortaría las manos a los ladrones.

Son apenas dos ejemplos de las verdaderas “joyas” que resultaron beneficiadas por el voto popular, en un país en que todos los días del año se escuchan protestas por la falta de trabajo, de tierra, de techo, de medicamentos, de escuelas; por la inseguridad, la corrupción y por toda clase de precariedades que sufre la población debido a la acción inescrupulosa de verdaderos delincuentes que están en los cargos públicos.

La larga lista continúa con quienes han sido favorecidos para la reelección por los electores colorados y liberales, y cuyas actuaciones han sido desastrosas al frente de sus respectivas comunas. Allí están, para muestra, el asunceno Arnaldo Samaniego (ANR), el limpeño Optaciano Gómez (PLRA), el aregüeño Luis Villalba (PLRA) y el lambareño Roberto Cárdenas (ANR) por citar solo a algunos de ellos. Algún equipo de sociólogos debería estudiar y explicar alguna vez por qué sus pésimos antecedentes no han impedido que sus correligionarios les vuelvan a dar un voto de confianza. Es decir, en vez de ser castigados en las urnas, fueron premiados como si lo que hicieron o dejaron de hacer en el ejercicio del cargo no tuviera importancia, y como si los constantes reclamos no atendidos de los vecinos no deberían traducirse en un repudio electoral.

A juzgar por los resultados del último domingo, en forma increíble, la honorabilidad que tanto se proclama en los discursos no es tomada en cuenta en el momento de depositar los votos. Tampoco importa la trayectoria política, ya que, por lo que se vio, un “dinosaurio” de la dictadura, como Sanabria Cantero, aparece ser más importante para los electores de Nueva Italia que alguna nueva figura joven que pudiera emerger para atender como corresponde las necesidades de la comunidad.

Los lamentables hechos referidos a título de ejemplos plantean la cuestión de la calidad del voto ciudadano. El pueblo puede equivocarse la primera vez, ya que el voto mayoritario no implica necesariamente que la decisión tomada sea la mejor. Pero lo llamativo y alarmante es que los votantes colorados y liberales se hayan equivocado por segunda vez al apoyar a personas que ya demostraron a cabalidad no merecer volver al cargo, y que por inútiles o ladrones son los responsables del estado calamitoso de abandono y atraso que padece la enorme mayoría de las poblaciones del país. Es decir, inexplicablemente un alto porcentaje de los paraguayos continúa votando por sus verdugos.

¿Por qué lo hicieron? es la pregunta obligada. Pueden darse explicaciones varias. Por ejemplo, es indudable que el dinero influyó a la hora de movilizar a los adherentes, ya sea el empleado para el transporte, las dádivas proselitistas, o la compra de votos y cédulas de identidad. Algunos quizás hayan creído haber votado por el menor de los males, considerando el currículum de los otros candidatos. Son tan pobres las condiciones morales e intelectuales de la mayoría de los dirigentes políticos, que hasta pudo haber ocurrido que el contrincante del candidato electo cuestionado haya sido incluso de peor calaña.

En nuestro editorial del 3 de noviembre de 2014 decíamos: “Ningún deshonesto hubiera llegado a ocupar un cargo electivo sin los votos de los electores, de modo que la limpieza moral de esta democracia debe comenzar por la base. Nunca más votar por un candidato bandido”. Nos ratificamos en estos términos, ya que, en última instancia, los culpables de las desdichas que agobian al país son los propios votantes, quienes muchas veces se dejan seducir por el discurso o el dinero contante y sonante.

Paradójicamente, son sobre todo las personas de menores recursos, los pobres, que carecen de servicios públicos básicos, quienes suelen votar por sus victimarios en las urnas sucumbiendo ante un puñado de guaraníes o de víveres. Tal vez crean que da igual votar por cualquiera, porque de todos modos, según su experiencia de los últimos 60 años, para ellos nada cambiará. Su conducta electoral resignada, otra y otra vez, hace que se cumpla esa profecía.

Otro aspecto cuestionable del panorama electoral paraguayo es que la mayoría de los votantes que no están en venta se quedaron en sus casas, haciendo posible así que los numerosos personajes impresentables que se ocupan y bien de arrear a sus votantes, puedan acceder a cargos públicos. En una sociedad sana, en la que reinan valores como la honradez y se respetan ciertos atributos como la capacidad personal, estos nunca podrían ejercer un cargo electivo. En nuestro país, sin embargo, se atreven y tienen éxito porque la ciudadanía no participa activamente para ponerlos en su debido lugar. El elector, si es que desea que su hijo tenga un mejor país del que él tiene, con su voto debe recompensar el mérito y sancionar la desfachatez. Darlo a cualquiera conlleva despreciarse a sí mismo y bastardear la democracia.

Por nuestra parte, reiteramos la exhortación a todos los paraguayos y todas las paraguayas de no volver a votar por un candidato que ya demostró ser un bandido, confiando en que algún día seamos mejor gobernados. La consigna debe ser que nunca más ningún desfachatado, delincuente, inepto o corrupto ocupe el lugar de los capaces y decentes en algún cargo electivo de nuestra joven democracia.

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