Las últimas casitas de madera

Como perdidas, anónimas, desperdigadas en medio del crecimiento y el boom encarnaceno sobreviven algunas casitas de madera con su techado de tejas tipo francés. Al parecer son de la época de los obrajes y con gran influencia eslava, una de las colectividades más extendidas en Itapúa. Algunas desaparecerán y otras van adquiriendo un nuevo rol.

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ENCARNACIÓN (Pedro Gómez Silgueira, David Quiroga y Emilio Riquelme, enviados especiales. Juan Augusto Roa y José González, corresponsales). No pocas familias encarnacenas forjaron su ciudad desde modestas pero cómodas viviendas con paredes de tabla y tablilla y el techo de teja tipo francesa. Conforman un paisaje muy típico en la “Perla del Sur” y otras ciudades de Itapúa.

Se presume que estas viviendas tienen una inspiración eslava, pues el modelo responde al que trajeron a partir de 1940 los bielorrusos, polacos, ucranianos y checos. El techo es bien empinado porque en sus países, donde hace mucho frío, la nieve se desliza fácilmente de estos tejados. En nuestras latitudes, con el intenso calor cumplían otra función: la de darle mayor frescura a las moradas. Además todas tienen galería o corredor jere.

La teja francesa se diferencia bien de la que se conoce como “teja española”, que en realidad es “teja muslera” porque los nativos moldeaban la arcilla presionándola contra los muslos.

El generalizado uso del tejado tipo francés en Encarnación se atribuye a la existencia de una cerámica en uno de los barrios ribereños. El precursor fue don Nicolás Schmid Bauer, proveniente de Baviera, Alemania, de donde había emigrado en 1929.

Su especialidad era la cerámica y la herrería. Lo trajo a nuestro país la amenaza de la Segunda Guerra Mundial, pues durante la Primera Guerra ya habían fallecido cuatro de sus seis hermanos, relata Julio Sotelo en su libro “Época de Oro”.

Schmid Bauer llegó primero a Asunción y luego a Tobatí en busca de arcilla hasta que se instaló en Mbói Ka’ê, donde encontró buena materia prima y empezó su tejería con una pala y una carretilla. De allí salieron los materiales para muchas casas de la zona y que hoy son recordadas con nostalgia.

Doña Isaías Amarilla (73) vive cerca de la Parroquia San Roque, en el barrio del mismo nombre: “Yo crecí en una de estas casas. Todo el barrio era de madera, incluso la Basílica antigua”.

Romualdo Ávalos (57) es un pescador y también vive en una casita de las mismas características: “Esta era la casa de mi mamá y yo nací aquí mismo. La voy a mantener mientras pueda”.

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