Centroamérica estudia la actividad que muestra su gran arco volcánico

Geólogos y vulcanólogos de Centroamérica, una región con una decena de volcanes en constante erupción de ceniza y gases, estudian el misterioso y violento comportamiento de estos colosos para mejorar la monitorización de su actividad y preparar a la población para enfrentar sus amenazas.

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SAN SALVADOR (AFP). Después de estar “dormida” por un largo período, la cadena volcánica centroamericana se activó en 1999 con el Cerro Negro de la ciudad nicaragüense de León, y actualmente diez volcanes se mantienen activos en Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y El Salvador.

Amenazas múltiples

Con 46 millones de habitantes en una extensión territorial de 533.000 km2, el istmo centroamericano es considerado como una zona “multiamenazas” por estar expuesta a huracanes y a una alta sismicidad producto de fallas geológicas locales, la cadena volcánica y la interacción de las placas terrestres Cocos y Caribe.

En total son 30 volcanes “activos y peligrosos”.

El denominado Arco Volcánico Centroamericano, que forma parte del cinturón de fuego del Pacífico, cuenta con una extensión de cerca de 1.500 km desde Guatemala hasta Panamá.

“En este momento tenemos la fase volcánica más activa en Nicaragua, Costa Rica y Guatemala, cada nación con tres volcanes con actividad constante”, explicó la vulcanóloga nicaragüense Marta Navarro.

Para el geólogo costarricense Rolando Mora, se trata de una situación que forma parte de un proceso natural porque “cada volcán tiene su personalidad o vulcanibilidad”.

Pero Mora resaltó que la activación de tres volcanes en Costa Rica no tiene precedentes desde la época de la Colonia y es algo “muy preocupante” desde el punto de vista de la protección civil. En Guatemala, los colosos con recientes erupciones son también tres: el volcán de Fuego al suroeste de la capital, el Santiaguito en el oeste y el Pacaya, en el sur, mientras que en Nicaragua los tres volcanes más activos son el Concepción, en el lago de Managua, el Masaya y Momotombo, que en marzo de 2016 terminó su calma de 110 años. En abril pasado, en Costa Rica presentaron erupciones casi simultáneas el Poás, que es un géiser con un enorme cráter, y el Turrialba.

En El Salvador, el volcán Chaparrastique se mantiene, desde 2013, con constantes erupciones de ceniza y gases.

Para los geólogos, después de la lava, los elementos más dañinos de las erupciones son las cenizas, que se esparcen por grandes distancias por efecto del viento.

Defensa ante el peligro

“El hecho fundamental es el monitoreo. Estos volcanes activos son todos peligrosos”, advierte Giuseppe Giunta, profesor de geología estructural de la Universidad de Palermo, en Italia.

Para salvar vidas, Giunta dijo que la única vía es sistematizar la información y tener “una gran sensibilidad para la defensa de los riesgos naturales”.

La medición de la sismicidad, estudios electromagnéticos y cantidad de gases emitidos “son componentes muy importantes para saber qué está pasando abajo (dentro del volcán)” y establecer los diferentes escenarios posibles, señala el profesor de geofísica Denis Legrand.

Aún con todos esos recursos, “es muy difícil predecir cómo va a ser una erupción volcánica, eso es algo muy difícil de manejar. Si hay magma es bueno que la gente lo sepa (...) porque es la naturaleza y la naturaleza no la entendemos de manera completa a veces”, concluye Legrand.

Para vigilar los volcanes, Japón, Estados Unidos y la Unión Europea han brindado equipos que permiten dar una alerta de 16 a 18 días antes que se aproxime una erupción volcánica, explicó Navarro.

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