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Aún se recuerdan los apagones de 16 horas diarias, las calles vacías, fábricas paralizadas con sus empleados en casa percibiendo solo el 60% del ya de por si pobre salario, resurgimiento de la prostitución, “bifes” de cáscara de toronjas y otros recursos contra el hambre.
Tras la caída de la Unión Soviética, dejaron de llegar a la isla los barcos soviéticos abarrotados de petróleo, cereales, leche en polvo, medicinas, materias primas y piezas industriales, que era lo que mantenía a Cuba.
Fidel Castro iniciaría en 1993 una tímida reforma económica –con apertura al turismo y la inversión extranjera y la legalización del dólar, la moneda del enemigo– para enfrentar la situación.
En 1994 estalló la “crisis de los balseros”, cuando 36.000 cubanos se lanzaron al mar en precarias embarcaciones rumbo a Estados Unidos para escapar del hambre.