El boliviano que nos sorprendió cuatro veces

La Guerra del Chaco fue un episodio histórico que ensangrentó el continente americano entre 1932 y 1935. A lo largo de esos tres años, el Ejército paraguayo luchó contra un enemigo aguerrido y valiente, justo es reconocerlo, por más que durante muchos años hemos tratado de minimizar la capacidad y las condiciones bélicas de nuestros antiguos adversarios. Uno de los grandes comandantes bolivianos que mucho dolor de cabeza ocasionó a sus pares paraguayos fue Bernardino Bilbao Rioja.

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Durante muchos años después de la Guerra del Chaco se emplearon entre los niños, a modo de juegos y como mofa de los más débiles, dichos como “¡El último, boli kuña!”, y similares. Expresaban el desprecio que se inculcó al enemigo ocasional durante la guerra y este hecho creó una cierta imagen de suficiencia y superioridad completa en lo que respecta a las tropas paraguayas en la guerra, llegándose incluso a exageraciones como la de pensar que aquella contienda fue inclusive un “paseo militar”.

Nada más alejado de la realidad: mucha razón tenía el mismo general José Félix Estigarribia, cuando en su discurso de conclusión de la guerra afirmaba: “Habéis derrotado a un enemigo tenaz y a una naturaleza hostil”. En efecto, cuando estuvieron dirigidas por jefes capaces, las fuerzas bolivianas presentaron durísima batalla y, en ocasiones, la suerte de las armas se inclinó del lado de ellos.

Esta es una breve historia del considerado mejor comandante boliviano de la Guerra del Chaco.


CAPACIDAD DESDEÑADA

En 1920 se creó la Escuela de Aviación Militar de Bolivia y entre sus primeros cuatro pilotos figuraba el teniente Bernardino Bilbao Rioja, que se había recibido en la escuela chilena de aviación en 1918. Luego fue enviado a Inglaterra en misión de estudios donde se capacitó en bombardeo, navegación, tiro y radiocomunicaciones. Cuando regresó a La Paz en 1929 reasumió su puesto de director de la Escuela Militar de Aviación. Cuando estalló la guerra en junio de 1932, Bilbao servía como agregado militar en la Argentina, de donde fue llamado para asumir el comando de la Fuerza Aérea en la zona de combate.

El ya teniente coronel Bilbao notó inmediatamente la incapacidad del comandante de las fuerzas de tierra, general Carlos Quintanilla, para utilizar el poder aéreo. Cuando pudo entrevistarse con él, Bilbao recomendó y apremió el bombardeo de Puerto Casado, donde se trasbordaban de los barcos al ferrocarril, única vía -de 145 kilómetros de extensión- del traslado al interior del Chaco, todos los hombres y materiales enviados para la defensa del Chaco.

El general Quintanilla, demostrando la más absoluta torpeza, rechazó estos consejos y echó de su vista al aviador. Hoy se considera que estas oportunas medidas pudieron haber hecho que Bolivia ganase la guerra en aquellos primeros meses de lucha.

Decepcionado, Bilbao dejó el comando de la fuerza aérea a un subalterno y se trasladó al ejército.

Cuando luego de la derrota de Boquerón (setiembre de 1932) y la conquista de Arce (octubre de 1932) se produjo la “larga retirada” boliviana hacia Saavedra, el comandante del Primer Cuerpo de Ejército boliviano, coronel Francisco Peña, viendo que el jefe de la Cuarta División boliviana, coronel Enrique Peñaranda, tenía demasiadas limitaciones técnicas, eligió para colocarle a su lado un jefe de estado mayor capaz y seleccionó a Bilbao Rioja para ayudante de Peñaranda.


HUESO DURO DE ROER

Luego del repliegue a raíz de Boquerón y Arce, Bilbao Rioja decidió que en el kilómetro 7 del camino Alihuatá-Saavedra se resistiría a ultranza a los paraguayos. Aquí terminó la larga retirada boliviana. En ese lugar se iniciaron los trabajos de trincheras a lo largo de los bosques y se construyeron los habituales nidos de ametralladoras en las copas de los árboles. El 2 de noviembre de 1932, Bilbao explicó a sus tropas (con las que hablaba todos los días) la forma probable en que el enemigo atacaría. Los precauteló contra ardides traidores, ­por ejemplo, paraguayos vestidos con uniforme boliviano y que gritaban “Viva Bolivia!”. La táctica paraguaya generalmente consistía en un flanqueo por los montes, y como distracción, ataques frontales secundarios. Bilbao recalcó a sus oficiales la necesidad de adoctrinar a sus hombres acerca de la verdadera capacidad de la artillería y los morteros; en el pasado estas armas sembraron el terror entre los bolivianos. Con tales aprestos (y el emplazamiento de ametralladoras en la retaguardia para impedir que sus hombres huyeran), Bilbao preparó una sorpresa a los paraguayos.

El 6 de noviembre se inició el ataque paraguayo, con el Regimiento 3 “Corrales”, al que más tarde se sumó el Regimiento 1. Las fuerzas de Bilbao se sostuvieron en la lucha y para el 10 de noviembre, todos los intentos paraguayos habían sido rechazados y se estabilizó el frente. La confianza renació en el espíritu del Ejército boliviano. Emulando a Petáin en Verdún, Bilbao informó dinámicamente a sus jefes: “No pasarán!”.

Más tarde el mercenario alemán general Hans Kundt lo colocó como jefe de Estado Mayor de la Novena División boliviana para la ambiciosa maniobra para recuperar Alihuatá en marzo de 1933. Este movimiento logró penetrar en el centro del dispositivo paraguayo y reconquistar Alihuatá, obligando a retirarse a la Primera División de Infantería paraguaya a Gondra (16 -18 de marzo de 1933).


ARTIFICE DE UNA DERROTA PARAGUAYA

Luego de la destrucción del Primer Ejercito boliviano en Campo Vía (dic. 1933), el Ejército boliviano se reconstruyó y el coronel Bernardino Bilbao fue nombrado comandante del Segundo Cuerpo de Ejército boliviano. En esta función, en mayo de 1934 se desencadenó el ambicioso ataque paraguayo en el sector de Strongest, donde estaba estacionado el Segundo Cuerpo de Bilbao. Este ataque, llevado por los 6.500 hombres del Primer Cuerpo de Ejército paraguayo a las órdenes del coronel Gaudioso Núñez, fue exitosamente contenido por las tropas del coronel boliviano, que hábilmente hizo construir fuertes posiciones defensivas llamadas “martillos” en los flancos de sus fuerzas, para evitar ser envueltas por la clásica táctica paraguaya del “corralito”. Una vez neutralizados estos intentos de envolvimiento Bilbao, a su vez, envolvió a los paraguayos, quienes se vieron obligados a una trágica retirada, dejando en el cerco a 1.556 hombres que se rindieron el 25 de mayo de 1934. Fue la mayor victoria boliviana de la guerra y se la conoce como Batalla de Strongest.


ODIADO POR ALGUNOS, RESPETADO POR TODOS

Finalmente, en enero de 1935, cuando ya Bolivia había perdido casi todas sus posiciones en el Chaco y estaba a punto de evacuar Villa Montes en manos de los paraguayos y luego que otros jefes bolivianos rehusaron asumir la responsabilidad de defender este enclave, se confió a Bilbao Rioja y al coronel Oscar Moscoso la defensa de ese vital enclave. Se hizo una concentración de artillería sin precedentes; fueron empleados 25.000 hombres; se levantaron extensas fortificaciones de campaña, se usaron abrojos, alambradas de púas y estacas puntiagudas. El día 13 de febrero de 1935, nuestro Comanchaco atacó la posición con 5.000 hombres y fue rechazado con graves pérdidas. El intento paraguayo de apoderarse de la plaza era desaconsejado, puesto que Bilbao Rioja tenía una fuerza dos veces superior detrás de poderosas posiciones defensivas; Estigarribia pues, violó desgraciadamente una enseñanza elemental de la guerra y recibió un severo castigo. Así finalmente se llegó al armisticio del 12 de junio de 1935. Bilbao Rioja se convirtió en una figura muy respetada en la posguerra en Bolivia y fue considerado “el único alto jefe que vino de la campaña del Chaco con el respeto y admiración de la tropa y también de los oficiales jóvenes”. Era odiado por los jefes militares “políticos” como David Toro, Hans Kundt, etc.


Por Rafael Mariotti
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