La eucaristía, una verdadera entrega

La tercera parte es donde se da esa comunicación muy profunda entre Jesús y sus discípulos, cuando Jesús les hace saber que Él sabe que uno de ellos le va a traicionar. En este apartado tengamos en cuenta dos términos.

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El mismo Judas utilizó el término entregar “¿cuánto me darán si se los entrego?” y, también Jesús utiliza el término entregar “uno de ustedes me entregará”. De aquí, vale indicar que lo que celebramos en cada eucaristía es una verdadera entrega. Y, en la institución de la eucaristía queda plasmada esa frase, “esta es mi carne que se entrega por ustedes”. Esa es la acción de Dios. Esa es la acción de aquel que conoce a Jesús. Esa es la Pascua. Es tener el coraje, sin límites. Es tener la capacidad, sin vacilar. Es tener la personalidad firme para no claudicar en el propósito redentor. Solo el que se entrega es el que llega al final. Solo el que se entrega es el que redime y, en Jesús, esa entrega es hasta dar la vida por la humanidad entera, incluso por el amigo que lo entrega.

El segundo término es más bien una frase, cuando se da la pregunta ¿Seré yo…? Y, lo que sigue lo dejamos con signos de puntuación para mostrar la diferencia. En un primer momento cuando la pregunta que se hacen es impersonal, se añade una palabra ¿seré yo, Señor?, pero cuando la pregunta es dirigida por Judas la palabra que se añade es otra ¿seré yo, Maestro? Maestro es el que enseña, pero como tal es todavía alguien que me indica el camino aunque no se involucre directamente conmigo. Maestro no es lo mismo que Señor. Recordemos aquella afirmación de Santo Tomás cuando se encontró con Jesús Resucitado: “Señor mío y Dios mío”. La perspectiva es otra. No basta tener a Jesús como maestro, la dimensión de la fe lleva a tenerlo a Él como Señor, como Dios.

Esta es la Pascua. Es la que Jesús quiere celebrar contigo en tu casa; porque es ahí, donde su Salvación realizará las maravillas de una creación nueva. Porque la Pascua hará vivir a la humanidad toda la alegría de ser hijos amados de Dios. Porque él quiere darnos una lengua de discípulos para que cada uno supiéramos dar una palabra de aliento a los que están fatigados (cf. Is 50, 4), como indica la primera lectura de la misa de hoy. Abramos nuestro corazón a esta experiencia y acontecimiento al que Jesús nos llama.

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