La policía femenina reinaba en las calles

En los setenta la policía femenina de tránsito reinaba en Asunción. Tenían que estar impecables de la cabeza a los pies. “Hasta los botones debían brillar”, dice María Estela Jara Ríos (61), a quien apodaban “sa pará argel”.

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A los 17 años, María Estela Jara Ríos estaba concluyendo sus exámenes del ciclo Básico en Arroyos y Esteros. Pensaba ir a trabajar a la Argentina, cuanto antes. Pero una llamada cambió su vida: “Me dijeron que mi tío, el inspector general Juan César Ríos, que trabajaba con el Gral. Alcibiades Brítez Borges (entonces jefe de Policía), quería hablar conmigo. A mi mamá le adelantó que me iba a conseguir trabajo aquí en Asunción para no ir a sufrir en otro país”.

Cuando llegó a la Capital en 1970 ya estaba prácticamente dentro del cuadro policial, así que completó los documentos y comenzó una intensa instrucción de todos los días que incluía defensa personal: “Teníamos que estar impecables. Usábamos guantes blancos, incluso en verano. Nos controlaban hasta los botones de la ropa, debían estar brillantes... los zapatos. Ahora no sé cómo será”.

El trabajo también era bastante arduo, pues no había semáforos –que por cierto hoy casi de nada sirven– y tenían que estar en plenas horas pico sobre Palma o Estrella desde Independencia Nacional hasta Colón. “Era nuestra línea y debíamos permanecer firmes en medio de la calzada dirigiendo como semáforos. Recorrían para controlarnos si estábamos con sol o con lluvia. Todos nuestros instructores eran de la Policía de la Capital y el servicio coordinaban ellos”.

Para la mujer policía, a quien sus jefes y camaradas apodaban “sa pará argel” porque no se dejaba intimidar ni sobrepasar, hubo momentos difíciles porque los choferes de los militares eran los más prepotentes que no querían respetar las normas e, incluso, las amenazaban con hacerlas despedir en cada incidente. “Aprendimos en la calle a defendernos a capa y espada”.

El plantel de la policía femenina era muy admirado por su labor y belleza. “Un brasileño hospedado en el Hotel Guaraní, todos los días, venía a insinuarme que quería casarse conmigo y llevarme a su país. No me dejaba en paz, pero yo tomé en broma”.

No se movían con muchas comodidades, pero disfrutaban haciendo las tareas que muchas veces cumplían con humor. “Era la época de la minifalda. Ni siquiera teníamos buenos vehículos y nos movilizábamos en una camioneta en la que íbamos todas paradas y colgadas. Nuestro chofer, Carlos Bustos, nos hacía correr con el vehículo para los servicios de urgencia y aceleraba todo lo que podía para que el viento levantara nuestras faldas. Mientras manejaba, él torcía el cuello mirando hacia arriba y para atrás porque quería espiar bajo nuestras polleras... Era divertido.

Fotos: Arcenio Acuña / Archivo ABC Color y Gentileza.

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