Loma Clavel, historias de amor y de guerra

Loma Clavel estaba en los arrabales de Asunción pasando el arroyo Jardín, entre San Jerónimo y Cachinga. Del caserío de adobe pasó a ser una zona bohemia, de citas en penumbra, donde deambulaban músicos como Emiliano R. Fernández y mujeres audaces como Marcelina Rosa Rivero. Su colorido la completaban las lavanderas del río, las chatas que llegaban con frutas y la zona de Varadero.

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En Loma Clavel vivió Marcelina Rosa Rivero, “mujer provocativa, sensual y lujuriosa, hermosura alucinante. Y de Loma Clavel desapareció una noche llena de presagios pesarosos. Y a ella le cantó el bardo mejor cotizado de la barriada para largarse en su busca aguas abajo, llevando de bordón su guitarra y de pregón sus versos; canción la más popular en aquel entonces y hasta mucho después: Marcelina Rosa Rivero”.

El texto se refiere a los primeros años del 1900, pero antiguos pobladores dicen que la Loma Clavel siguió con su andar errante hasta mucho después de la Guerra Civil de 1947.

A los 75 años don Marcos Vera, quien ahora vive en Loma Cachinga, dice conocer muy bien los recovecos de la Loma Clavel, pues había venido de Villarrica para vivir en esa zona que quedaba en las afueras de Asunción a los diez años. “Vivía con mis tías y tenía que ir a dormir cerca de la carnicería de Don Quiró para poder comprar la carne en una época en que escaseaba y para las cinco de la mañana ya terminaba todo”, comenta.

De su infancia recuerda que jugaban al fútbol muy cerca del río en la canchita de la Playa Carrasco, adonde también iban las lavanderas a lavar sus ropas, y más tarde iban al Salesiano Guasú sorteando barrancos y zanjones e incluso cruzando el arroyo Jardín.

“Eramos mita’i, jugábamos barrio contra barrio, con Cure Cua como decían a San Jerónimo y Cachinga. Pero no nos interesaba muy bien cómo se llamaban los barrios, sino rodábamos jugando grandes y chicos”, recuerda Vera.

En una mañana de domingo -continúa- empezaron a sonar unos tiros sin tener noción de lo que pasaba. Era la Revolución de 1947 en que había grandes confusiones y peleas.

En la esquina de lo que hoy es Río de la Plata y Patricios estaba el bar “El Suspiro”, donde un musculoso venido de Cure Cua le disparó a Emiliano R. Fernández. Cuentan que Emiliano le dijo en tono “argel”: “ejejurueike epurahei hagua péva” (lavate la boca antes de cantar eso), por cantar una de sus canciones, lo cual molestó al hombre, sacó el arma y le disparó.

“De Loma Clavel bajábamos a buscar nidos de tetéu entre las gigantescas vigas de Fassardi, acumuladas en las playas, esperando barcos de carga. Y de esos barcos subían los hombretones curtidos por los vaivenes de todos los puertos. Y subían como en tácita consigna hasta Cure Cua o el Hotel Mberú”, dice Serrato.

Donde hoy está la capilla Stella Maris, a un lado de la Plaza Dr. Francia estaba el bar “Mberuí”, como haciendo competencia al “Mberú”, agrega Rosanna Vera, pobladora de la vecina Loma Cachinga.
Buhaneros y trasnochadores navegantes se jugaban la vida por la sonrisa inusitada de una mujer, al influjo de la caña triste. Allí sentaron sus bases Canuto Rivero, cantor que dejaba bien a todos con sus estribillos de subido calor político; Los Hermanos Cáceres (dúo de la simpatía) y Agustín Barboza, el folclorista de todos los tiempos, resume Gómez Serrato.

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