Aborto: frustrar a un ser humano

Los humanos matamos cucarachas, bacterias. Matamos vacas, peces, pollos y a integrantes de cuanta especie animal o vegetal se incorpore a nuestra cadena alimenticia o a nuestra lista de amenazas. Incluso a seres con conciencia, como perros o simios.

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Está claro que el derecho a la vida del que hablan los sistemas de derecho que muchos seres humanos nos hemos dado, no es general y no protege, todavía, a los seres fuera del género humano.

Lo anterior viene a cuento de uno de los argumentos que se escucharon en la Cámara de Diputados argentina en el debate sobre el aborto, el de que el embrión humano que aún no adquirió uso de sentidos ni conciencia, que, según las publicaciones médicas, ocurre generalmente entre las semanas doce y veinticuatro del embarazo, puede ser eliminado del mismo modo en que a los seres vivos que matamos habitualmente para comer y estar sanos.

El argumento es que el elemento que define la condición humana es la conciencia. Luego, se puede matar un embrión sin conciencia como matamos sin remordimientos a numerosos seres.

Las publicaciones también coinciden en que, si no se interrumpe el desarrollo del embrión, este empieza a adquirir conciencia desde las semanas doce a veinticuatro del embarazo y que a partir de la semana veintiocho las conexiones talamocorticales del cerebro, la indicación física de la conciencia, ya son totalmente evidentes.

Ni los abortistas más recalcitrantes discuten que el embrión humano, si no se interrumpe su desarrollo, será un ser humano y parece evidente que cortar su crecimiento es frustrar la existencia de un ser humano.

La Biblia, el libro santo de los cristianos que contiene al de los judíos, dice que frustrar la existencia de un ser humano va más allá que la interrupción del embarazo. El dios judeocristiano mató a Onán por eyacular fuera de la mujer (Génesis 38, 9-10), de donde los abortistas pretenden que defender el desarrollo del embrión es tan absurdo como decir que desperdiciar espermatozoides sin fecundar es frustrar la existencia de un ser humano.

El dios judeocristiano exageró, pues aun cuando Onán hubiera eyaculado dentro de Tamar, millones de espermatozoides suyos, hasta trescientos millones según las publicaciones, morirían lo mismo, solo uno fecunda, en general, al óvulo. El dios judeocristiano nunca objetó esas muertes.

Lo anterior sirve para acotar el concepto de frustrar la existencia de un ser humano: Recién es el óvulo fecundado al que debemos razonablemente considerar como un embrión que, si se le permite, será uno de nosotros.

Los abortistas honestos, pues hay quienes reivindican el poder de matar embriones según su propia discreción, nos dicen que podemos suprimir ese derecho mientras no haya conciencia. No niegan que el embrión que quieren matar será un ser humano, sino que dicen que no entenderá su muerte, ni la sentirá.

Muchos seres humanos nos hemos organizado en sociedades y, en general, nos hemos garantizado algunos elementos que salvaguarden una mínima convivencia. El más básico es que no nos matemos entre nosotros: El derecho a la vida. Los abortistas no responden si “nosotros” incluye a nuestros hijos y si nuestros hijos tienen derechos que son suyos, independientes de los de sus progenitores y de su nivel de conciencia.

evp@abc.com.py

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