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Cada día crece el número de jovencitas que viven esta situación, sin que la familia, el colegio o la Iglesia pueda hacer algo al respecto. ¿Dónde está el problema? ¿No hay autoridad en el hogar? ¿Falla la educación? Son muchos los factores que deben analizarse con profundidad y realismo.
Las costumbres cambiaron en los últimos años. La tecnología avanza a ritmo vertiginoso e impone nuevas pautas de comportamiento. La sociedad de consumo lleva a los jóvenes a los shopping, donde permanecen muchas horas. En el ambiente, circulan alcohol y drogas y todo esto influye.
El noviazgo largo ya no existe y las parejas no tienen oportunidad de conocerse profundamente, las relaciones son cortas y fugaces. Todo sucede rápidamente. Por eso, el único método que funciona es la educación.
No se trata solamente de dar las informaciones precisas sobre salud sexual y reproductiva, sino que la educación debe consistir en poner límites, aconsejar y proteger a los hijos de estos peligros.
La educación en valores es muy importante y debe darse desde el nacimiento hasta la formación completa en edad adulta. Transmitir amor, respeto, disciplina y responsabilidad debe comenzar muy temprano en el hogar, con el ejemplo y testimonio de vida de los padres no deben olvidarse el acompañamiento permanente en el crecimiento físico y emocional. Conversar ayuda bastante, pero solo el amor, la sabiduría y la paciencia son decisivos para un excelente formación integral.
No es un trabajo fácil, pero vale la pena hacerlo. La adolescencia es una etapa muy difícil y los hijos necesitan más que nunca de los padres. Sentirse amados y protegidos les servirá para evitar los peligros.
La familia, célula fundamental de la sociedad, debe buscar respuestas ante esta problemática que sucede con frecuencia en el diario vivir.