Agresiones

Los últimos episodios violentos contra periodistas dejaron a la luz pública que fácilmente se puede atropellar la libertad de expresión, uno de los pilares fundamentales de la democracia. La agresión física que sufrió el director del diario Vanguardia, Nelson Zapata, de Ciudad del Este, y los reporteros que fueron golpeados por fusileros de la FOPE durante la cobertura de la audiencia del delincuente argentino Ibar Pérez Corradi son pruebas irrefutables de la prepotencia y autoritarismo que persisten, pese a las garantías constitucionales.

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Ni manifestantes, ni policías ni otros estamentos del poder tienen el derecho de atacar y mucho menos atropellar la integridad de las personas que tienen la misión de informar sobre acontecimientos de interés público.

En esta transición hacia la democracia, la violencia contra periodistas se volvió reiterativo. Es clara señal de bolsones de autoritarismo y prueba del escaso nivel cívico y falta de racionalidad.

En el caso de las turbas que siempre aparecen, son más graves aún porque fácilmente son manipulados por políticos oportunistas.

Con relación a los agentes del orden, no cabe el descontrol, porque significa que no están preparados para administrar conflictos, aguantar presiones y manejar la situación con serenidad.

No es la primera vez, y quizás no será la última, que guardias con la mente caliente quieran utilizar la fuerza, incluso desenfundar armas de gruesos calibres para intimidar.

En todos los países civilizados la libertad de prensa es respetada. Significa que existe una conciencia cívica de que los comunicadores tienen la noble misión y la responsabilidad de informar a la opinión pública.

Los periodistas son profesionales que manejan cámaras y grabadoras, escriben y transmiten los hechos. No existe la menor idea de violencia en el cumplimiento de sus tareas. De modo que agredirlos es atropellar un derecho constitucional de la opinión pública cual es la información.

rmontiel @abc.com.py

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