Argentina: ¿a contramano del mundo?

Lo haya querido así o no, la decisión de la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner de nacionalizar la mayor compañía petrolera de su país ha hecho que Argentina sea vista en gran parte del mundo como un país que se ha pasado plenamente al bando populista “bolivariano” de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua.

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Pero, lejos de integrarse a un club de países en plena expansión, la expropiación de YPF aislará aún más a Argentina en el campo económico y diplomático, porque se produce en un momento en el que bloque encabezado por Venezuela parece estar desinflándose, y en el que Brasil, Perú, Uruguay, El Salvador y otros países con gobiernos de centro-izquierda se están moviendo en la dirección opuesta.


Argentina ya había nacionalizado antes el correo en el 2003, la empresa de agua Aysa en el 2006 y la línea aérea Aerolíneas Argentinas en el 2009. Más recientemente, el gobierno de Fernández expropió los fondos de jubilación privados, y cambió las leyes para poder usar reservas del Banco Central, que hasta hace poco era independiente.


Pero YPF, cuyo 51 por ciento de las acciones estaban en manos de la empresa española Repsol, era considerada la mayor empresa de Argentina. Ante los ojos de los inversores extranjeros y la mayoría de los países industrializados, Fernández cruzó la raya.


En un artículo sobre la nacionalización de YPF titulado “Fernández imita a (presidente de Venezuela Hugo) Chávez”, la agencia de noticias Bloomberg dijo que “las semejanzas de las políticas argentinas con las de Chávez han aumentado desde la reelección de Fernández” en octubre. Un día antes, el Financial Times había dicho: “Argentina puede olvidarse de que los inversores la consideren un país serio durante una generación más”.


El gobierno español ha protestado duramente contra la acción de Argentina. La Unión Europea seguramente suspenderá las retrasadas negociaciones para un acuerdo de libre comercio con el Mercosur, y quizás pida sanciones internacionales contra Argentina.


Pero incluso dentro de Latinoamérica el momento elegido por Argentina para desplazarse hacia el populismo radical es poco propicio. Argentina ingresa ante los ojos del mundo en un bloque en franco deterioro, y en momentos en que el anémico crecimiento económico mundial hace poco probable un alza de las materias primas que le dé un segundo viendo a su economía.


Ya han pasado los días en que Chávez viajaba por el mundo distribuyendo petro-dólares en busca de apoyo para su modelo narcisista-leninista, anunciando oleoductos que unirían Caracas con Buenos Aires y otros proyectos faraónicos. Hoy Chávez lucha por su vida contra un cáncer que lo obliga a pasar casi todo el tiempo en terapias en Cuba, y se enfrenta a una oposición cada vez mejor organizada en las elecciones del 7 de octubre de su país. No le quedan dinero ni energías como para ayudar a otros.


Brasil –pese a su retórica de apoyo a Venezuela y Argentina– ha anunciado recientemente la privatización de sus cinco aeropuertos más importantes. Uruguay acaba de lograr la calificación de “grado de inversión”, que lo coloca junto a Chile, México, Brasil, Perú, Panamá y Colombia.


En México el candidato favorito para las elecciones presidenciales de junio, Enrique Peña Nieto, ha dicho que quiere convertir el monopolio petrolero estatal en una industria con mayor participación privada, como Petrobras de Brasil. La empresa brasilera, a su vez, emprendió recientemente su mayor apertura al sector privado.
El gobierno de Fernández dice que Repsol no estaba invirtiendo en YPF, había “vaciado” la empresa y estaba llevando a Argentina a convertirse en importadora de energía.


La nacionalización de YPF goza de un amplio apoyo popular en el país, entre otras cosas porque –gracias a los altos precios internacionales de las materias primas– la falta de inversión externa no ha impedido al país un rápido crecimiento en los últimos años.


“Los argentinos hacen esto una y otra vez: rompen los contratos, no pagan las deudas”, dice Susan Kaufman Purcell, directora del Centro de Política Hemisférica de la Universidad de Miami. “Desafortunadamente, mientras la reacción inmediata es decir que los inversores ya no irán a Argentina, en realidad no dejan de ir”.
Mi opinión: Argentina no tendrá mucho problema para encontrar un inversor extranjero que compre una porción minoritaria de YPF. Los inversores de la industria del petróleo están acostumbrados a trabajar con países inestables, y siempre habrá alguien nuevo –tal vez los chinos– dispuesto a invertir en las fabulosas reservas petroleras argentinas.


El problema es que –además del hecho de que el control estatal hará más ineficiente a YPF, tal como ocurrió con PDVSA en Venezuela– aunque lleguen nuevos inversores al sector petrolero, se irán los pocos que había en el resto de la economía. Salvo un giro de 180 grados, Argentina sera un país aún más dependiente de las materias primas, lo que acelerará su proceso de desindustrialización y hará aumentar la pobreza.

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