Crece más que la creciente

Voy a pasar por alto los nuevos shows de Payo Cubas, porque aun cuando tiene razón (que, contra lo que él cree, no es siempre ni mucho menos) termina por banalizar los temas que lo enfurecen, reduciéndolos a la categoría de riña pendenciera llamativa, ya sea por bochornosa o por risible.

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Mucho más importante y urgente me parece el problema reiterado y cada vez más grave de las inundaciones y las calamitosas secuelas sociales y económicas a las que, por lo visto, ninguna autoridad de nuestro país parece tener la previsión, la capacidad o la voluntad necesarias para encontrar soluciones, ni desde el gobierno central, ni desde las gobernaciones y mucho menos desde las municipalidades. 

Ya lo he dicho otras veces, pero hay que repetirlo: en el Paraguay las inundaciones no son una emergencia, sino parte del ciclo normal de nuestro clima. Unos años pueden ser más graves, otros menos. Algún año, como ahora, pueden extenderse en el tiempo más de lo normal y algún año de sequía no hacer acto de presencia, pero lo cierto es que, desde que tengo memoria, al menos tres y con frecuencia cuatro de cada cinco años hay inundación. 

Otro punto que hay que remarcar, por más que sea poco “políticamente correcto”, es que hay demasiadas personas, demasiadas viviendas, demasiados barrios que están instalados directamente en el río… Los bañados no se llaman “bañados” por casualidad. No son Asunción, son el río Paraguay. No son “zonas inundables”, que se anegan por una creciente inusualmente grave, sino el cauce al que el río retorna todos los años en la época de lluvias. 

Esto ha hecho que tengamos damnificados absolutamente todos los años, incluso los de creciente moderada y los años de creciente severa, como este y el pasado, dos veces por año. Tienen en ello mucha responsabilidad los políticos que cada tanto, por motivos electoralistas o por simple necedad, amplían irresponsablemente la cota de habitabilidad. 

El resultado está a la vista de todos: miles de familias desplazadas de sus hogares varios meses cada año, ciudades cuyos espacios públicos han desaparecido, porque se convierten en campamentos precarios que además de ser insalubres (esto tampoco es “políticamente correcto” decirlo) constituyen activos focos de delincuencia, de manera que para quienes habitan en las cercanías no solo son una fuente de incomodidad sino también de peligro, como plantearon acertadamente los vecinos de una plaza de Barrio Obrero. 

Para cuando el agua retrocede, los daños ocasionados a parques, plazas y demás espacios que ocuparon estos campamentos son enormes, están completamente destruidos y convertidos en basurales… ¿Cuánto costará a los asuncenos la recuperación de la histórica y emblemática plaza del Cabildo? ¿Quién pagará los costos de la paralización de las obras y la reconstrucción de la Costanera que todavía ni siquiera está terminada? ¿Será que ninguna obra de infraestructura puede sobrevivir en nuestro país más allá de la próxima inundación? 

Quienes estaban destruyendo la plaza del Cabildo pedían comprensión. Honestamente no creo que la mayoría de los asuncenos se la hayan otorgado. Hoy por hoy, esos campamentos precarios producen mucho más miedo, resquemor y rechazo que empatía. Ya sea por intereses electoralistas, por timoratos o por insensibles, los responsables de dirigir el país no tienen propuestas de solución eficaces y sostenibles para el problema de los damnificados ni para la del resto de los ciudadanos que padecen la cercanía de los campamentos precarios. 

No solo no tienen soluciones, sino que ni siquiera las están buscando en la forma correcta: construir algún centro habitacional para trasladar a los habitantes de zonas inundables no servirá de mucho, en parte porque ellos mismos no quieren irse y también porque, si aceptaran mudarse, otros pobladores ocuparían inmediatamente las zonas inundables que su traslado dejara libres. 

Sospecho que no faltará quien califique estas líneas como “insensibilidad social”, pero en mi modesta opinión insensibilidad social y necedad económica es permitir que tal calamidad se eternice y simplemente esperar cruzado de brazos a que llegue la próxima creciente para volver a tener a los damnificados viviendo en la precariedad más absoluta y desesperando a los vecinos de esos campamentos, tan insalubres, inseguros y sucios que más parecen campos de concentración que verdaderos lugares habitables. 

Tal como están las cosas, el año que viene habrá más damnificados que este año y el siguiente más aún. El centro de Asunción se parecerá cada vez más a una favela. El problema de la creciente crece más que el propio río.

rolandoniella@abc.com.py

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