Dadores de buen humor

Habiendo a veces en el ambiente un mal humor generalizado, aparecen aquellos ángeles, aquellas personas de trato alegre, que nos libran de los malos momentos. Benditos sean pues esos seres que son potenciales dadores de buen humor.

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No está en mi ánimo maldecir, ni mucho menos, pero qué coraje me dan ciertos personajes que, como ladrones, te quitan tu paz, tus mejores ganas, y una vez que han terminado de poner un color gris en tu día, te saludan y se van. Se van como los murciélagos, volando por la ventana, mientras tú te quedas con las energías languidecidas.

Sé que no es fácil regular el humor. Cualquiera, como ser humano que es, puede tener un mal día y lanzar un grito al aire. Muy bien por el desahogo porque no es saludable reprimirse. Sin embargo, debo reconocer la agria presencia de ciertos individuos que van de enojo en enojo y hasta acaban manejando la vida ajena.

Dios te libre, lector, de aquellos seres que se irritan en demasía y practican la violencia.

Bien. El buen humor estimula el sistema inmunológico según algunas investigaciones hechas en el campo de la medicina. La risa (el remedio infalible) es más que necesaria para el organismo en cualquier circunstancia. Cuántas toxinas, cuánta tensión, cuántos sentimientos reprimidos suelen liberarse con la risa.

Por otra parte, cuántas dolencias como la artritis caen sobre aquellas personas gruñonas.

Si usted tiene, lector, un amigo alegre, que mantiene una actitud positiva ante la existencia, posee una perla natural que el mar le hizo llegar.

Yo me siento bien con mis amigos, pues son gente de sentimientos sencillos, que tratan de no complicar la existencia propia y la ajena. Creo que escriben en su vida aquella letra de una vieja y popular canción: “Es preferible reír que llorar”.

Mi mascota, Pancha, tiene un humor digno de elogio. Le gusta jugar a la carrera, luce una alegría casi humana en sus grandes ojos y mueve locamente la cola cuando me ve llegar. Me habla a su manera.

¿Qué me dice? Pues me dice que no tiene títulos universitarios y que no sabe en qué asuntos ocupo mi tiempo. Agrega que tiene, finalmente, el entendimiento muy limitado, pero que pone su buen talante a mi servicio.

Le rasco la panza y se revuelca de placer.

No posee el más mínimo conocimiento de la higiene y me da lengüetazos que valen por cien besos humanos. Si se le escapa alguna ruidosa flatulencia me mira entre sorprendida y curiosa. ¿Por qué no tenerla por ángel, por dadora de buen humor, viendo y considerando cuánto despropósito, maldad y mala leche hay a la vuelta de cualquier esquina?

Otra cosa: creo que debería haber más programas de sano entretenimiento en la televisión.

Hace un buen tiempo me entretenía grandemente con “El show de Benny Hill”.

No es difícil llegar a pensar que muchos televidentes pasaron buenos momentos viendo sus magistrales ridiculalizaciones. Charles Chaplin, conocedor de la importancia de la risa en la humanidad, admiraba a Benny Hill.

En fin, quiero finalizar este artículo diciendo que los años pasan rápidamente y que la vida con mal humor termina siendo una carga demasiado pesada. Insufrible, diría.

Dios bendiga a la gente que pone alegría en nuestros corazones.
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