Despertar ciudadano y caos institucional

“¡Esto es un quilombo!” exclamaría, con buenos motivos, cualquier ciudadano paraguayo después de leer los diarios o informarse, escuchando la radio o viendo televisión, de lo que pasa en nuestro país.

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Planilleros por millares, escuelas que se derrumban, rendiciones de cuentas que no se entregan, rectores y decanos de universidades, legisladores, responsables de la justicia común y electoral implicados en graves hechos de corrupción; intendentes y gobernadores vinculados al narcotráfico y demás latrocinios que abundan en la información diaria.

Efectivamente. Tienen toda la razón los ciudadanos airados: esto es un caos, una catástrofe institucional, agravada por un generalizado descontrol que genera impunidad; porque pocos, muy pocos, demasiado pocos de los responsables de estos hechos llegan a tener algún castigo.

Esos cientos de sucesos deplorables, ilegales e inmorales que salen a la luz diariamente, que ofenden y enfurecen a los ciudadanos honestos no son nuevos; por el contrario, tienen una larga tradición, pero antes estaban ocultos, escondidos bajo la alfombra del poder o camuflados bajo un manto de tolerancia de los ciudadanos.

Lo negativo es, entonces, el caos institucional; lo positivo es el despertar ciudadano contra ese caos, el enojo cada vez más notorio de sectores cada vez más amplios de la sociedad contra la impunidad.

Se produce entonces la siguiente paradoja: nos damos cuenta de que el país es un quilombo porque la ciudadanía ha evolucionado y vivimos en un Paraguay mejor. El hecho mismo de que estemos tomando conciencia de ese caos, de esa vorágine de corrupción institucional generalizada, de esa maraña delincuencial, de ese auténtico quilombo es una clara señal de que hay un cambio sustancial de actitud en la ciudadanía del país. Un cambio para mejor.

Veo un magnífico espectáculo musical del tenor Jorge Castro, recuerdo el impresionante retablo realizado por Koki Ruiz y su equipo de trabajo para la visita del Papa y pienso que esas manifestaciones artísticas, entre otras muchas, son la señal de que una mentalidad nueva se está imponiendo en el Paraguay.

Las artes son siempre las primeras en percibir y manifestar las transformaciones sociales, pero por supuesto que todos esos cambios, esa evolución ya está instalada en el tejido mismo de la sociedad cuando los artistas comienzan a hacerla visible.

Miren a su alrededor: hasta hace menos de un año pensábamos en los jóvenes como una masa indiferente, sin objetivos ni iniciativa; pero las rebeliones secundaria y universitaria demostraron ampliamente que no solo tienen objetivos, sino también motivación y la capacidad organizativa para llevar sus reclamos adelante.

Miren a su alrededor: el mismo paraguayo de a pie que hace unos años sonreía, casi con complicidad, ante los abusos de poder y los delitos cometidos por los poderosos, como si fueran travesuras menores, ahora monta en cólera y exige juicios y castigos para los responsables y no se conforma con que algunos pililitos contratados hagan de chivos expiatorios, sino que quieren a los principales culpables, que son los que tuvieron el poder para contratar planilleros, realizar grandes negociados, arreglar coimas y, en definitiva, institucionalizar el delito.

En realidad me pregunto si todos estos hechos, todas estas denuncias, todos estos juicios, todos estos latrocinios grandes y pequeños nos llamarían tanto la atención si no fuera porque la ciudadanía del país ha evolucionado, ha dejado de estar dispuesta a permitir lo que antes permitía y ha dejado de tolerar lo que antes toleraba.

Sí, volviendo al principio: Podemos exclamar con justicia: “¡Esto es un quilombo!”, pero es un quilombo que ahora vemos y contra el que ahora luchamos, un quilombo al que ojalá podamos derrotar.

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