Docentes del año 2090

La realidad del presente es tan deprimente que a veces conviene imaginar siquiera cómo será la situación en el futuro en busca de un consuelo. Los docentes de la educación primaria y del nivel medio demuestran una formación tan elemental que a corto plazo no tienen remedio y solo queda la esperanza de que alguna vez este pilar central de la educación alcance la solución ideal.

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No hacen falta muchas evidencias para concluir que estamos muy mal. El propio Ministerio de Educación y Cultura había administrado una prueba exigente para maestros que se postulaban a cargos directivos en instituciones educativas públicas y casi todos los interesados se aplazaron. La Entidad Binacional Itaipú aplicó un test a 1.500 egresados secundarios a fin de seleccionar los mejores para darles becas y, oh sorpresa, ninguno obtuvo el puntaje mínimo. Las estadísticas indican que el 60% de los niños que empiezan el primer grado no terminan sus estudios del nivel medio.

Entonces, solo podemos permitirnos soñar, porque los maestros de hoy no están interesados por esos problemas. Muchos fueron nombrados por recomendaciones políticas, otros se metieron en la docencia porque fallaron en otras profesiones; los dirigentes destinan mucho tiempo a la preparación y realización de huelgas y manifestaciones en demanda de mejoras salariales, etc.

Alguna vez, en el futuro, ser maestro será un orgullo y una distinción para quienes abracen este noble oficio. Allá por el 2090, los docentes de primaria y secundaria serán los mejores profesionales, de más alta preparación académica y que han superado exigentes exámenes de competencia didáctica, madurez emocional e interés genuino por ayudar a los niños en su primera etapa de aprendizaje escolar. Claro, percibirán también una remuneración adecuada y digna.

Si empezamos ahora a hacer bien las cosas, quizás dentro de dos generaciones el presupuesto estatal destinado a educación permitirá la construcción, equipamiento y mantenimiento de la cantidad necesaria de locales escolares en todo el país, con los rubros pertinentes para contratar a directivos y docentes de alta cualificación y fondos permanentes para un buen almuerzo escolar.

Alguna vez habrá familias muy interesadas en la marcha de sus hijos en la escuela; mamá y papá seguirán de cerca el proceso educativo del niño y ayudarán en las tareas escolares, en la búsqueda de libros o material informativo serio en internet.

Claro, para que todas estas cosas pasen, necesitamos construir un país diferente. La educación no es una isla ni los docentes son ermitaños del desierto. El marco político y socioeconómico determinan las condiciones y características del proceso educativo. Esto es básico y condición sine qua non.

Por ello, si realmente anhelamos una mejor educación para nuestros hijos y nietos, tenemos que afinar la puntería y, de a poco, ir escogiendo a los mejores hombres y mujeres para conducir los destinos de nuestra nación.

Lastimosamente, tenemos mala puntería y para el cargo de presidente nos dejamos tentar por exempresarios nada exitosos, excuras desorientados o exinternos de Tacumbú. Nuestra educación no mejorará con hombres escombro. Sabemos eso, pero no obramos en consecuencia de las lecciones aprendidas.

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