El bien común y la escoba nueva

Comienza un nuevo periodo municipal y, después de haber votado, nos disponemos a seguir viviendo, como podemos, la ciudad que nos toca. Mucho han crecido las ciudades aledañas y lejanas a Asunción. Pero no han crecido organizadamente. Hemos leído y compartido comentarios en las redes sociales, tanto los habitantes directos como los paraguayos que viven en el extranjero, muchos ya ciudadanos de otros países, alentaban para que el voto fuera a conciencia y no a conveniencia de un sector o para fines personales.

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Desde cualquier tendencia, el buen comentario y análisis concluirá que el gran desafío que seguiremos afrontando es aprender, en toda su extensión, lo que significa el bien común.

El bien común es un concepto lógico y natural en el ser humano y que debe funcionar como un reloj en la mente de todo grupo de personas que convive dentro del mismo espacio, mismas estructuras e instituciones públicas. El bien común nos pertenece a todos por igual, puede ser material, como avenidas, edificios, parques, servicios, como también posibilidades de desarrollo humano (solidaridad, justicia, igualdad de oportunidades).

Lamentablemente, en nuestro país no podemos hablar de que razonamos y entonces cumplimos las leyes, disposiciones, normas, reglas para que lo justo nos alcance a todos. Cuando nos quejamos o indignamos por las personas que no cuidan el medioambiente, que no pagan los impuestos, por las autoridades que no merecen ocupar puestos de decisión, etc., sucede porque nos toca el “bien común” que llevamos dentro.

El ser humano es gregario y solitario, traducido al ciudadano sería la imposibilidad de vivir sin conexión social, aunque, por otro lado, necesitamos también de la privacidad. Sin embargo, aún no lo hemos comprendido y existen en todos los estratos sociales los mismos defectos: quienes no se identifican con nada más que su propio y mezquino beneficio, sin querer reconocer que esto es un mal negocio para la sociedad entera.

Los recientes discursos de los candidatos prometieron “cambiar la ciudad” para vender su plataforma de bien común. Ojalá estas palabras tan encendidas no se diluyan en peleas internas y repartijas.

Sabemos que en los países desarrollados el ciudadano no esquiva sus deberes y exige que se cumplan las obligaciones. La gente no se “ama” sino que respeta las leyes como método infalible de armonía y marcha social. Cumplen las normas y así gozan de ambientes sostenidos con el voto consciente y colectivo, y esto va más allá de su línea ideológica, religiosa o política (visceral o razonable).

Aquí, sin embargo, hay gente que no paga sus impuestos pero vive campante –protegida por sus cuates políticos– mientras otros pagan y sostienen los servicios generales. “Si no te gusta, mudate”, es una de las respuestas de los vecinos parásitos que se recibe al reclamar un poco de orden y respeto en el barrio.

No fue alta la participación en las municipales, seguramente por apatía, por falta de formación cívica, por la no identificación con el lugar donde se vive. Urge la educación y reivindicación de los valores comunales. La alternancia es una esperanza. Veremos qué tal barre la escoba nueva con los viejos vicios.

lperalta@abc.com.py

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