El discurso de Kattya

La Cámara de Diputados demostró contar con una minoría absoluta de tolerancia y autocrítica, dos elementos esenciales para considerar a cualquiera como mínimamente democrática. Porque la gran mayoría de sus integrantes no soportan las críticas que los pintan de cuerpo entero, abandonaron la sala de sesiones cuando una de ellas –Kattya González– decidió radiografiar la corrupción y la mediocridad reinantes en esa Cámara. 

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Los parlamentarios aprendieron a tolerar las críticas de la prensa, de adversarios políticos en campañas electorales y últimamente de las redes sociales, pero nunca pensaron escuchar que de entre ellos salten a gritar sus defectos exponiéndolos con todas sus miserias. 

Siempre hubo oposición por fuera del pacto Cerro Porteño (entre colorados y liberales), pero las críticas siempre eran para “el otro”, no para todos como lo hizo la diputada González en la última sesión. 

La mayoría de los diputados presentes en la sesión abandonaron el recinto cuando se dieron cuenta de que la paliza era para ellos y el presidente ordenó que se cortara la transmisión televisiva y la exhibición del video para ilustrar sus argumentaciones. No obstante, el discurso circula en las redes sociales.

En realidad, todo lo que dijo la diputada fue dicho antes a través de la prensa, y cosas peores por las redes sociales, algo que los diputados toleran, pero que uno de ellos lo diga en plena sesión es algo que no están dispuestos a tolerar... aún. De los ochenta diputados, 23 se quedaron a escuchar el discurso completo; significa que hay gente con mente abierta para un proceso de limpieza. Saber escuchar es un buen comienzo. 

Que la Cámara de Diputados sea calificada como “guarida de forajidos”, de “asociación ilícita para delinquir y para proteger a delincuentes” no es novedad alguna; la novedad es que algunos diputados –la mayoría– se hayan ofendido recién ahora por tales calificaciones. Varios cartistas, abdistas y llanistas la abuchearon y se retiraron indignados por eso. 

La diputada advirtió a sus colegas que la institucionalidad no estaba funcionando y lo ha comprobado tratando de hacer correctamente su tarea. De nada vale –dijo– leer cuidadosamente los proyectos que se presentan, escuchar atentamente las argumentaciones de los colegas, fundamentar sólidamente nuestras posturas, votar responsablemente, trabajar con una agenda parlamentaria. 

De nada sirvió, repitió, y trajo a colación el nombramiento de Manuel Trinidad (un averiado personaje) como miembro del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados en nombre de la Cámara, lo cual consideró una afrenta a la ciudadanía. 

¿Por qué no están dispuestos a escuchar de un miembro de la Cámara estas críticas la mayoría de los diputados? Porque ellos se consideran “la clase política” en la cual rige un código de silencio corporativo sobre las cuestiones internas que se comentan afuera. Por consiguiente, el pecado de la diputada González fue transgredir ese código y conspirar en contra del “cuerpo colegiado”. 

De ahí que no resulta nada descabellado que exista algún plan de “hacerla entrar en razón” por las buenas o por las malas, y en vista de que, al parecer, no existe la posibilidad de conseguir resultado por la vía de la primera opción, es verosímil el cálculo que se pueda hacer en el sentido de que en la propia Cámara existan personas capaces de hacer el trabajo sucio, con algo de ayuda externa, para amoldar a los díscolos, desobedientes y rebeldes. 

La diputada Kattya González aprendió esta vez que en este país, cuando el orador dice la verdad, recibe amenazas; cuando dice mentiras, recibe aplausos... la mayoría de las veces.

ebritez@abc.com.py

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