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Durante esas casi cuatro décadas, las más nefastas para el Paraguay, los comicios eran puro formalismo.
Había que guardar las apariencias y dar el ropaje de que en el país las libertades fundamentales y derechos humanos eran respetados.
Había que falsear la realidad, porque se vivía en “Paz y Progreso”.
El historiador y periodista Luis Verón recordaba en una charla reciente que el déspota Stroessner llamaba a comicios con regularidad para brindar a su régimen una “apariencia democrática”. Tal como ocurre ahora en Venezuela.
Los acólitos del tirano eran los encargados de realizar una “depuración del entorno”, es decir, “sacar de circulación a civiles y militares no afines a sus planes” para “montar su aparato de obsecuentes”. Misma estrategia aplicada por el régimen venezolano desde el gobierno del “Comandante eterno”, Hugo Chávez.
La victoria de Stroessner debía ser siempre por amplio margen, para que no quede duda de su victoria. “¿Quién podía discutir eso?”, se preguntaba Verón, mientras agregaba que por entonces no había independencia de poderes, y el poder electoral era uno de los más obedientes. Otra coincidencia con el chavismo en el gobierno.
¿Podemos pensar entonces en Maduro como un aventajado “padawan” de Stroessner? (*)
El fallecido líder bolivariano y promotor del ya hoy casi desaparecido “Socialismo del siglo XXI”, Hugo Chávez, fue descrito por el historiador mexicano Enrique Krauze como un obsesionado con el poder, un ególatra y represor de las libertades fundamentales. A su imagen y semejanza, su sucesor —Maduro— fue apuntalando su régimen.
El adelanto de las presidenciales para el próximo 22 de abril forma parte de toda esa jugarreta tirana.
Todo está arreglado. No habrá elecciones limpias ni justas. El aparato electoral está secuestrado por el chavismo desde que en diciembre de 2015 la oposición ganó por abrupta mayoría las legislativas.
Porque el plan es darle el ropaje de legitimidad a un gobierno aislado diplomáticamente -el grupo de Lima ya le cerró las puertas-, y que se niega a reconocer la existencia de una verdadera crisis humanitaria.
A la vez, Maduro profundiza la militarización de las instituciones y la entrega de armas a civiles afines a su dictadura.
Por ello, continuando la práctica iniciada por Chávez, cede el control de sectores claves de la economía del país a las Fuerzas Armadas Nacional Bolivariana (FANB), la Guardia Nacional y la Policía a cambio de mantener su lealtad.
Las Fuerzas Armadas manejan los rubros de la construcción, alimentación, transporte, industria y hasta el bancario. Sí, leyó bien: un banco comercial, administrado por los altos cargos de la FANB.
Adicionalmente, controlan la gigantesca petrolera PDVSA, el mercado de divisas, la importación de productos y el sistema eléctrico, mientras que el Ministerio de Defensa dirige la distribución de las bolsas alimentarias, conocidas como “Clap”, para sostener el clientelismo.
El otro “escudo” lo constituyen los grupos paramilitares estructurados en la “Milicia Bolivariana” un verdadero ejército privado del chavismo.
Y los temibles “colectivos”, civiles armados (y sueltos) por el país para amedrentar a todo aquel que atine a protestar contra el gobierno. Provienen de los barrios más carenciados, donde reina el fanatismo producto de un cóctel letal: la escasa educación y la pobreza.
Además, Maduro maneja a su favor una poco probable intervención militar extranjera, ante el consabido rechazo que genera en los países democráticos de la región la sola mención de una acción bélica.
Así actúan los autoritarios, las dictaduras. Así actuó Stroessner, así actúa Maduro.
(*) Padawan, término utilizado en las afamadas películas “Stars War” para nombrar a un aprendiz.