El valor de la palabra

En el famoso libro de Maurice Joly, “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, en el diálogo undécimo, referido a la prensa, el autor pone en boca de Montesquieu estas palabras dirigidas a Maquiavelo: “Si vais a buscar cargos contra la prensa, os será fácil hallar un cúmulo. Si preguntáis para qué puede servir, es otra cosa. Impide, sencillamente, la arbitrariedad en el ejercicio del poder; obliga a gobernar de acuerdo con la constitución; conmina a los depositarios de la autoridad pública a la honestidad y al pudor, al respeto de sí mismos y de los demás. En suma, para decirlo en una palabra, proporciona a quienquiera se encuentre oprimido el medio de presentar su queja y de ser oído. Mucho es lo que puede perdonarse a una institución que, en medio de tantos abusos, presta necesariamente tantos servicios”.

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Los servicios de la prensa son, en efecto, muchos y valiosos como muchos son sus abusos, los que no caben justificar en nombre de sus bondades. Es más, el ejercicio responsable de la libertad le obliga a no cometer abusos. Nada debe perdonarse a la prensa porque ella tampoco perdona. Los errores que comete, los excesos a los que suele acudir, se originan en una de estas causas: impericia, desprolijidad, intención manifiesta, desidia, mal uso del poder de la palabra y, por encima de todo, la ausencia de ética. La buena fe con el público es el fundamento de todo periodismo digno.

La palabra salva o condena. Comunica ideas y sentimientos. Enlaza a unos seres humanos con sus semejantes, o los separa.

Las muchas dictaduras que padecimos tuvieron conciencia del poder de la palabra. Por eso las persecuciones a quienes tenían una idea diferente. La clausura de periódicos y de radioemisoras; el apresamiento de periodistas y otros hostigamientos procuraban sepultar la palabra, porque el autoritarismo sabía que podría debilitarla o destruirla. Pero si la palabra daña a la dictadura, daña también a la democracia, la pervierte, la desvirtúa.

El problema no es que cada quien exprese sus convicciones, sino el insulto, el agravio, la violencia, como medios de expresión Si así sucede en la política, ocurre lo mismo en la prensa. No deberíamos esperar que el periodismo se sitúe en un nivel muy superior al del resto de la sociedad. Los periodistas son –somos– el producto y el reflejo de la misma cultura. Donde mejor se refleja la identidad de un país es en su prensa. Como está el país, está el periodismo. Por supuesto, hay una escala de competencia, de integridad, de propósitos. Escala que distingue a unos ciudadanos de otros, a unos profesionales de otros, incluso a unos periodistas de otros. Pero la prensa en su conjunto es lo que es el país. En su obra “Las ideologías en el periodismo”, el periodista español Octavio Aguilera dice: “Los problemas de los medios de comunicación no pueden aislarse de los problemas generales de la sociedad de su tiempo. La prensa refleja la estructura y los valores de cada comunidad”.

Tener conciencia de que la palabra impacta en la opinión pública nos obliga a usarla correctamente y de acuerdo con las exigencias éticas. Los profesionales de la prensa tienen en la mano un elemento explosivo que ha de reventar en una persona, en un hogar, en una comunidad. Pero una vez en posesión de la veracidad de los hechos, no hay más alternativa que darlos a conocer. Entonces sí, reviente quien reviente. Nuestra tarea consiste en informar de los hechos, no en silenciarlos. En periodismo se miente de dos maneras: publicando mentiras o callando verdades.

En fin, felices pascuas.

alcibiades@abc.com.py

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